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Pasan las décadas, se cambia de siglo, pero el odio concentrado y rancio permanece

Hugo Presman (*)

 

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. Lavalle sigue fusilando a Dorrego.

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. Sarmiento sigue haciendo barrer engrillada en las calles de San Juan a Victoria Romero, la compañera del Chacho Peñaloza, asesinado y su cabeza exhibida en Olta.

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. Y en las paredes de Buenos Aires nunca se borra la inscripción «Viva el cáncer”.

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. Le siguen rompiendo los discos a Enrique Santos Discépolo o le compran todas las entradas para que cuando salga a hacer su función, la sala esté vacía.

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. Las bombas siguen cayendo sobre la Plaza de Mayo.

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. Se sigue fusilando, ahora mediáticamente, en los basurales de José León Suárez.

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. Juan Jose Valle es fusilado por Pedro Eugenio Aramburu como una remake del fusilamiento de Dorrego, 128 años después.

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. Mary Terán de Weiss, la mejor jugadora de tenis antes de Gabriela Sabattini, sale a jugar pero sus rivales no se presentan; no quieren jugar ante quien militó en el peronismo y no se arrepiente. Llegó a figurar entre las 10 mejores del mundo. La relación entre partidos jugados y triunfos es muy parecida a la del notable Roger Federer. Con la Revolución Fusiladora, Mary se exilió en España. Todos los triunfos en esos años no fueron informados en la Argentina, bajo la peregrina e infame determinación de que eso implicaba hacer propaganda peronista. Aún hoy, 65 años después, al estadio del Parque Roca (donde se suele disputar la Copa Davis), que lleva su nombre desde el 8 noviembre de 2007, los periodistas que cubren tenis omiten designarla por el verdadero nombre. En su oportunidad, preguntado el presidente de la Asociación Argentina de Tenis, Arturo Grimaldi, declaró: “No tengo nada contra la señora, pero hubiera preferido que hubiesen puesto el nombre de alguien que una a los argentinos y no que los desuna”. Mary terminó suicidándose en Mar del Plata.

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. Se abandona la infraestructura del que iba a ser el Hospital de Niños más importante de América latina tras la caída del gobierno de Perón, y con los años se transforma en el albergue Warnes. Es uno de los cientos de obras que son abandonadas porque se realizaron durante “la dictadura” del “tirano prófugo”. Sesenta y un años después la gobernadora María Eugenia Vidal abandona hospitales casi terminados en el conurbano concretados bajo la presidencia de Cristina Fernández.

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. En las postrimerías de 1955 se inutilizan los pulmotores de la Fundación Eva Perón, los que se necesitarán en el verano de 1956 cuando una epidemia de polio, la enfermedad de Heine-Medin, demuestra que el virus es mucho más pragmático que los que están infectados de un odio concentrado y rancio: no pregunta si el chico al cual dejará discapacitado o muerto es hijo de padres peronistas o gorilas.

Muchas décadas después, el odio suspendió la entrega gratis de las computadoras en las escuelas.

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. Mientras no se pueden pronunciar los nombres de Perón y Evita y se proscribe el peronismo, el cadáver de Evita es ocultado y vejado, enterrado clandestinamente en Italia.

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. Se le cortan las manos al cadáver de Perón.

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. Dos gobiernos radicales elegidos democráticamente con calor popular, como el de Hipólito Yrigoyen en 1916 y el de Raúl Alfonsín en 1983, también sufrieron el odio de sectores similares. De Yrigoyen, más allá de sus variados errores, algunos profundos, lo que molestaba de su gobierno era “la chusma”, como se la calificaba desde el odio, que había asomado la cabeza con el caudillo. Como a todos los gobiernos populares, se los critica por sus aciertos aunque se invoquen sus errores. En el clima que se creó para destituirlo, a Yrigoyen se lo enfrentaba al grito de “¡Democracia sí, dictadura no!”. El odio carece de originalidad y se plagia a sí mismo. El estudiante Raúl Uranga, que muchos años después fue gobernador de la provincia de Entre Ríos por el desarrollismo, lo calificó de “caudillo senil y bárbaro”. Alfonsín, en sus dos primeros años muy positivos, se granjeó la desconfianza de los mismos sectores que son los que darían un golpe de mercado precipitando su salida anticipada del gobierno. Fue silbado e insultado en la Sociedad Rural y una descalificación frecuente fue caracterizar su gobierno como “la sinagoga radical”.

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. Se transita el siglo XXI. El odio concentrado y rancio manifiesta su vitalidad. Es eterno, parafraseando a Borges, “como el agua y el aire”.

El odio de los odiadores se transmite de generación en generación. Ayer Perón, hoy Néstor Kirchner. Ayer Evita, hoy Cristina Fernández.

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. Milagro Sala construye piletas y casas. Se la mete presa, y su obra es abandonada. Las piletas la disfrutaban los chicos pobres de Jujuy. Hoy, clausuradas y abandonadas.

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. Los prejuicios hacia lo popular tienen la longevidad de Matusalén. Ayer “levantaban el parquet para hacer asados”. Hoy “la Asignación Universal por Hijo se está yendo por la canaleta de la droga y el juego”.

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. En plena pandemia son “anticuarentenas”, enarbolan una falsa libertad; las restricciones son consideradas “infectaduras”; inventan fantasmas enterrados hace décadas; manipulan los ejemplos a seguir cambiando permanentemente a medida que se les caen; se abrazan a la muerte en una trayectoria a la cual se han asociado permanentemente, mienten y mienten, juegan irresponsablemente y luego se asombran de las miles de víctimas, que endosan al gobierno.

Pasan las décadas. Se cambia de siglo. Un joven de 25 años y sus amigos encuentran que la principal causa de muerte infantil es el colecho, una práctica en las que los bebés duermen con uno o dos progenitores. El impulsor se llama Tiago Ares, que se inspira en una experiencia en Finlandia. Pero con la huella que dejó Eva Perón aquí no se fabricaron los “moisés” en cajas de cartón. Fue una idea extraordinaria y realizada con los mejores elementos, como para que la use la clase media alta pero con destino a los más carecientes. En cada “Kit Qunita” está la mejor historia del peronismo. Tiago, un militante de La Cámpora que hizo el secundario en el Nacional Buenos Aires y se recibió de diseñador industrial con promedio 9, murió a los 25 años por un cáncer de colon. La vida le dio tiempo de ver instrumentada su obra y no lo privó impiadosamente de conocer la denuncia de Graciela Ocaña, quien dijo que se habían hecho compras con sobreprecios, que los bebés corrían peligro porque se desfondaban. En los 6 meses que funcionó el programa se distribuyeron 74.408 kits en 289 maternidades en todo el país de los cuales 43.600 fueron entregadas a familias.

No hubo ninguna denuncia de los beneficiados por los presuntos inconvenientes y defectos invocados en la denuncia de la diputada “progresista”, la que cayó en el juzgado de Claudio Bonadío y fueron procesados entre otros Aníbal Fernández, Daniel Gollán, Nicolás Kreplak. La fiscal Gabriela Baigún pidió hace unos días sobreseer a todos los acusados por el Plan Qunita.

La periodista Sandra Russo, en un espléndido artículo escribió: “Nunca Graciela Ocaña terminará de purgar la vileza de su falsa denuncia. La ruindad política, mediática y judicial han privado durante varios años a esos niños de ser bienvenidos al mundo que nació en el corazón de ese chico flaco, incandescente, de una inteligencia pasmosa y de una humildad no menos pasmosa que fue Tiago. De todos los resortes sádicos que la reacción tenía listos para arrancar al kirchnerismo del mapa político argentino, los que se activaron con el Plan Qunita fue el más perverso. Trajo dolores de cabeza y acusaciones infundadas a varios funcionarios, pero sobre todo y especialmente, les quitó la chance a miles de bebés de sentirse arropados, resguardados y queridos no sólo por su madre o su padre, sino por la comunidad”. Los kits no distribuidos fueron enviados a depósito y se pagaron cuantiosos alquileres. En un momento, el juez cuya sensibilidad era inexistente pero tenía más odio en sangre que el peronismo que decía enarbolar, decidió que debían ser quemados. La directiva pudo ser frenada por diversos apoyos entre los que se encontraba Unicef. El padre de Tiago, Álvaro Ares, los exhortaba: “Píntenlas de amarillo, pero entréguenlas”.

Más de cien tapas de Clarín le daban veracidad a la falsa denuncia.

Inútil esperar que un llamado solidario penetre en el odio concentrado y rancio. Si para terminar con el proyecto popular y nacional sembraron de campos de concentración en la Argentina; torturaron, secuestraron y desparecieron, se apropiaron de bebés y arrojaron sus padres al mar o al río; en democracia se visten de republicanos pero cuestionan los resultados electorales cuando pierden; en aras de la independencia del Poder Judicial que enarbolan crean una mesa judicial para apretarlos; son viudos de una Constitución a la que no respetan; fomentan la importación en sustitución de lo que puede producir la industria nacional; promueven la dependencia con el endeudamiento de generaciones y hacen del Estado un instrumento para la potenciación de sus negocios. Por eso las bombas nunca dejaron de caer sobre Plaza de Mayo. Si ayer los aviones llevaban en su fuselaje “Cristo Vence”, hoy en democracia bombardean con un liberalismo trasnochado, se abrazan al FMI, convierten al país en un garito, pueden perpetrar sus latrocinios blindados en un sistema mediático que es socio y cómplice, mientras pregonan la entrada a un primer mundo de rodillas y por la puerta de los sumisos.

Pasan las décadas. Más de veinte. Se cambia de siglo. Vamos por el tercero. La política no encuentra la vacuna contra el odio concentrado y rancio.

 

(*) Co-conductor del programa radial El Tren, con más de 18 años en el aire. Contador público recibido en la Universidad de Buenos Aires. Fue profesor de economía política en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Autor de “25 años de ausencia”. De La Tecla Eñe (lateclaenerevista.com)

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