“Hay una ideología real e inconsciente que unifica a todos, y que es la ideología del consumo. Uno toma una posición ideológica fascista, otro adopta una posición ideológica antifascista, pero ambos, antes de sus ideologías, tienen un terreno común que es la ideología del consumismo. El consumismo es lo que considero el verdadero y el nuevo fascismo. Ahora que puedo hacer una comparación, me he dado cuenta de una cosa que escandalizará a los demás, y que me hubiera escandalizado a mí mismo hace sólo diez años. Que la pobreza no es el peor de los males y ni siquiera la explotación. Es decir, el gran mal del hombre no estriba ni en la pobreza ni en la explotación, sino en la pérdida de singularidad humana bajo el imperio del consumismo. Bajo el fascismo se podría ir a la cárcel. Pero hoy día, hasta esto es estéril. El fascismo basaba su poder en la Iglesia y el Ejército, que no son nada comparados con la televisión”. La reflexión es de Pier Paolo Pasolini, el notable cineasta italiano de cuyo nacimiento se cumplen hoy 89 años.
Poeta, crítico, ensayista, novelista, profesor, autor dramático, periodista, artista plástico, guionista y cineasta, vivió con intensidad, defendió siempre sus ideales políticos e hizo de su coherencia una forma de vida, hasta tal punto que rompió los esquemas morales de la sociedad de su tiempo.
Tal vez por ese motivo desde el poder no lo perdonaron y propiciaron su desaparición.
Con todo, tuvo la lucidez de pronosticar que su país se estaba precipitando en un abismo de corrupción del que le costaría mucho salir.
Pasolini nació en Bolonia, ciudad italiana de tradición política izquierdista, el domingo 5 de marzo de 1922, dos meses antes de que Benito Mussolini encabezara su marcha sobre Roma.
Su madre era una maestra profundamente católica, y su padre, militar y fascista, era muy similar en muchos aspectos al padre de Franz Kafka: se hizo famoso por salvar la vida de Mussolini, cuando el joven Anteo Zamboni atentó contra su vida.
Pier Paolo pasó su adolescencia en la región del Friuli, donde comenzó a alimentar su enorme producción como poeta, ensayista y novelista, a la que posteriormente se agregó su tarea cinematográfica. Empezó a escribir poemas a los siete años y publicó por primera vez a los 19, mientras estudiaba en la Universidad de Bolonia. Allí, e influido por el filósofo Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano (PCI), intentó sistematizar el cristianismo con el marxismo.
Personalidad compleja y provocativa, en su faceta de escritor fue crítico, narrador y poeta, e intentó revalorizar lo popular, sobre todo el mundo rural y del subproletariado urbano, como vehículo de comprensión de la verdad.
Pasolini ingresó al PCI en Ferrara, después de que su hermano menor, Guido, fuera asesinado por sus propios compañeros partisanos, durante la Segunda Guerra Mundial.
Pero fue expulsado del partido a raíz de una acusación por supuesta corrupción de menores. Entonces se mudó a Roma, donde vivió tres años terribles junto con su madre en un suburbio.
Luego, entre 1957 y 1961, escribió la parte principal de su obra. En 1957 publicó los poemas de Las cenizas de Gramsci y al año siguiente El ruiseñor de la Iglesia católica.
Su obra poética, igual que su obra ensayística y periodística, polemiza con el marxismo oficial y el catolicismo, a los que llamaba “las dos Iglesias” y les reprochaba no entender la cultura de sus propias bases proletarias y campesinas.
Pasolini juzgaba asimismo que el sistema cultural dominante, sobre todo a través de la televisión, creaba un modelo unificador que destruía las culturas nacionales.
En 1961 inició su carrera cinematográfica, en la que reflejó el mundo popular, que en su concepción contenía una revelación primordial, y la investigación abierta y adogmática de la realidad.
Pasolini llegó tardíamente al cine en busca de un medio de expresión que le permitiera plasmar con mayor intensidad su visión angustiada de la sociedad en la que vivía y sobre la que proyectó una feroz crítica.
Sin tener ni idea del oficio, su espíritu sensible le permitió superar las limitaciones técnicas con que llegó al set de filmación. En sus películas inserta escenas líricas en medio del más descarnado realismo, lo que convierte su obra en una de las más originales de nuestro tiempo.
Entre sus filmes se destacan: Accatone (1961), Mamma Roma (1962), El Evangelio según San Mateo (1964), Pajarracos y pajaritos (1966), Edipo rey (1967), Teorema (1968), Pocilga (1969), Medea (1970), la Trilogía de la vida –integrada por El Decamerón, 1971; Los cuentos de Canterbury, 1972, y Las mil y una noches, 1974– y Saló o los 120 días de Sodoma (1975), que iniciaba una nueva fase de autocrítica que se vio truncada por su muerte.
Además de sus 22 películas, una filmografía árida y sorprendente, dejó poemas, cuentos, novelas, ensayos y reportajes periodísticos. Sus obras completas llenan 12 volúmenes.
La obra de Pasolini expone un concepto de belleza representado por la humildad y la autenticidad de las clases más marginales de la sociedad. Su vida siempre fue polémica para la hipocresía de la sociedad italiana. Envuelto continuamente en el escándalo, llegó a convertirse en uno de los cineastas más admirados de su tiempo, aglutinando a su alrededor a figuras tan importantes como Maria Callas, Orson Welles, Alberto Moravia o Andy Warhol.
Atormentado, provocador, activista político, en Italia aún se intenta comprender cómo se unieron en él la pasión por la revolución y la tradición, lo popular y lo clásico.
Fue acusado de inconformista patológico, exhibicionista morboso e ideólogo reaccionario, porque era un nostálgico de las tradiciones perdidas. Su lucha encarnizada contra el consumismo, el desarrollismo y el destructivo proceso de homologación cultural –que lo llevó a proponer la abolición de la televisión y de la escuela obligatoria– lo convirtió en un fustigador implacable.
En cierta ocasión Pasolini se declaró “amigo sólo de los perros”, alguien “obligado a vivir al margen de las instituciones como un bandido”.
“Tengo la mentalidad de un animal herido, expulsado de la manada”, declaró a Jean Duflot.
Pasolini sabía que provocaba el escándalo dentro de la burguesía, clase que concibió uno de los movimientos más importantes del conservadurismo: el fascismo.
Cuestionador permanente de la sociedad de consumo, acérrimo enemigo de la hipocresía, homosexual confeso, marxista, católico anatemizado por el Partido Comunista y por la Iglesia católica, fue un poeta en el profundo sentido del término porque fue creador responsable desde su lugar político en el mundo.
Como él mismo se definiera, “una fuerza del pasado” y “más moderno que cualquier moderno”.
Pero también dejó un legado de esperanza cuando profetizó: “Serán los poetas un día, en un futuro abril, quienes salvarán el mundo”.
Pier Paolo Pasolini fue asesinado en un descampado del balneario de Ostia, a 30 kilómetros de Roma, junto al mar Tirreno, la noche del 1º al 2 de noviembre de 1975.
Tenía 53 años y su crimen nunca fue debidamente aclarado.
Un chico marginal de 17 años llamado Giuseppe Pelosi y apodado Pino la Rana, quien fue arrestado horas antes del descubrimiento del cadáver de Pasolini corriendo en contramano a más de 150 kilómetros por hora el Alfa Romeo Giulietta 2000GT plateado del cineasta, confesó ser el autor del crimen.
Ante la Policía, Pelosi describió lo ocurrido como un intento de abuso sexual del artista al que él respondió con violencia. Luego le pasó con el auto por encima.
Pese a que el hecho presentaba varios puntos oscuros y a que el detenido cayó en varias contradicciones durante su confesión en el juicio, el caso se dio por cerrado, por lo que tenía de incómodo y porque predominó la idea de que Pasolini, como señaló luego el líder democristiano Giulio Andreotti, “siempre se la había buscado”.
Al oír la noticia del hallazgo del cuerpo embarrado y aún caliente de su amigo, la periodista Oriana Fallaci no dudó en proclamar desde Nueva York que la muerte de Pasolini era por fuerza un asesinato político, premonitorio de la muerte de la libertad y la inteligencia en Italia.
Pero fue una de las pocas voces que se alzó en ese sentido y el caso quedó archivado con la condena a nueve años de cárcel para Pelosi como único culpable del asesinato.
Muchos prefirieron pensar “por algo habrá sido”. Al fin y al cabo a Pasolini le gustaban los chicos de los bajos fondos, sus películas eran raras y blasfemas, escribía cosas incómodas y se había metido con mucha gente.