Por Gustavo Galuppo / Especial para El Ciudadano
La casa de papel como fenómeno de 2018 es, cuanto menos, innegable. Nadie quedó afuera de la viralización que la ubicó como tema excluyente de conversación desde su inusitada proliferación en las redes sociales. Durante un par de meses ese título era una suerte de eco incesante que repercutía con insistencia en cualquier ámbito.
En Netflix y en las redes
¿Y por qué tal fanatismo desatado por esta serie que revivía con extraña vitalidad tras un modesto pasaje por las pantallas españolas durante 2017? Parte del fenómeno, en principio, puede adjudicarse a Netflix, la plataforma clave de estos años cuyos algoritmos de recomendación vienen tejiendo silenciosamente las tramas del gusto y los vericuetos de los deseos de millones de espectadores. La información que la plataforma maneja de sus usuarios tiene que ver con los géneros que se ven, las temáticas abordadas, la velocidad con que los productos se consumen, las horas y los días de visionado, y hasta los dispositivos en que se ven las series o películas. Machine learning es una suerte de procedimiento a través del cual Netflix monitorea hábitos de consumo, selecciona información de todo el magma del Big Data, y así va creando algoritmos dirigidos a cierto tipo de usuarios. Lo que allí se construye es un circuito de calculabilidad y realimentación en el cual las subjetividades y los deseos no son descifrados, sino normalizados y optimizados en función del consumo de productos determinados. Ahora bien, otra pata no menos importante del fenómeno fue la viralización en las redes sociales. Todo el mundo hablaba de ella. Pero la pregunta es, ¿alguien promueve esa viralización como estrategia publicitaria, o sólo se da espontáneamente? No es fácil decir algo al respecto sin caer en las tramas risibles de la paranoia conspirativa, pero lo ríspido en ese punto es que, si esa viralización no responde a estrategias publicitarias corporativas, tal vez ya nos hayamos convertido en usuarios normalizados y optimizados que no sólo consumen lo dado, sino que además lo publicitan y lo venden. Ahora bien, más allá de estos pormenores del fenómeno viral, algo debe haber en la serie que haya sido capaz de sustentar semejante masificación.
Tarantino y Guy Ritchie
¿Qué hay entonces en La casa de papel que sea capaz de desatar tales fervores y tales pasiones? Lo narrado se centra en un atraco exuberante, casi desquiciado. El objetivo de la pandilla es la Casa de la Moneda y Timbre de España. Pero no se trata de robar dinero y huir, sino de ocupar esa institución durante días manteniendo como rehenes a los trabajadores, imprimir algo así como mil millones de euros, y después desaparecer con el botín. En el interior actúa un grupo, mientras que desde afuera el cerebro de la operación teje todos los hilos con una previsión y una exactitud casi mágica (o, directamente, mágica por inverosímil). La forma asumida por el relato es, deliberadamente, la del pastiche, pero un pastiche no autoconsciente. Es decir, exento de ironía, privado de distancia autocrítica, de sarcasmo; recusando todo humor que sea capaz de poner en perspectiva los vaivenes de la trama. Así, entre caprichos y desatinos, se revisitan tanto esquemas y guiños trasnochados del cine de gangsters de los 90, a lo Tarantino y a lo Guy Ritcthie, como mecanismos propios de la telenovela latinoamericana más liviana de las tardes. El resultado es, cuanto menos, algo curioso, hasta festivo.
Trama caprichosa
Pero el desaliento cobra forma con rapidez, los hilos se ven y las suturas quedan a la vista dejando pasar el aire de lo arbitrario. Entre personajes sin espesor dramático que se ven arrastrados en un continuo vértigo de fuegos de artificio “cancheros”, se insertan escenas íntimas de confesión en las que, de uno en uno, los personajes se confiesan sentimentalmente unos a otros, con miradas dirigidas al vacío, revelando los pormenores de sus vidas y el porqué de estar formando parte del atraco. Muchos incluso se enamoran y forman pareja, en el transcurso de apenas cuatro días, entre secuestradores y secuestradas, o policías y bandidos. El verosímil, de modo elocuente, es obliterado en pos de un delirio narrativo en el que se rechaza toda lógica dramática. Así, todo queda en el rango de la torpeza, del capricho por construir giros sin personajes ni situaciones que lo sustenten. Hay allí, vale decirlo, una extraña libertad narrativa que, de presentarse autoparódica, podría haber resultado feliz. Pero no, La casa de papel es muy seria. Todo se lo toma en serio, incluso a sí misma, incluso a sus personajes que sobrepasan lo más básico del clisé. Y más allá del pastiche que gestiona, afianza un oscuro discurso político que podría ser, casi con seguridad, el verdadero secreto de su éxito masivo.
Consumismo libertario
Los atracadores de La casa de papel se presentan un tanto como héroes modernos, justicieros que, desde el desahucio y la indignación, deciden jugarse enteros y violentar el sistema que los ha excluido de una forma o de otra. Se trata de héroes contemporáneos, afianzados tanto en su marginación como en el vaciamiento de ideales comunitarios; piezas inconsistentes que podrían jugar en un bando o en otro mientras obtengan beneficios personales. Para el caso da lo mismo, las motivaciones son exclusivamente individuales, se trata a fin de cuentas de obtener el éxito y la fortuna que les han sido negados. Sólo se trata de vencer. Nunca de buscar la igualdad. Cálculo de riesgos y beneficios como paradójico proceso emancipatorio. Robar millones y escapar a una isla paradisíaca o, incluso, comprarse una. Pero todos son motivos individuales expuestos en el relato como reivindicaciones heroicas y libertarias. Allí, según estos héroes, la lucha libertaria contemporánea parece entender a la libertad según los términos y los valores del capitalismo neoliberal, donde no hay más libertad que la libertad de mercado, y donde no hay más emancipación que aquella otorgada por el éxito económico. Y allí el pastiche de La casa de papel llega a su punto culminante cuando “Bella ciao”, canción libertaria popular de los partisanos, se convierte en el leitmotiv de la violencia de estos atracadores que no luchan por otra cosa que no sea ese voraz éxito individual. De himno popular contra la opresión, “Bella ciao” deviene en patética loa al “consumismo libertario”.
Mujeres que no abortan
La confusión ideológica adquiere tintes bizarros. Los personajes femeninos son presentados como mujeres fuertes, heroínas autosuficientes que parecen desafiar a rajatabla la brutalidad del patriarcado. Se reivindica en cierto momento una toma de poder del matriarcado, se discute también contra el machismo imperante en el grupo. Pero más allá de las consignas proferidas, aparecen como seres incompletos que sólo se realizan por amor a un hombre, aunque sea este quien las somete. Todas. Incluso secuestradas, engañadas o violadas, encontrarán sus verdaderas razones en el amor por sus opresores. Falsedad de la fortaleza. Vaciamiento de las consignas. Estas mujeres son caricaturas pobres de una lucha que no entienden o que incluso rechazan en pos del mandato del amor patriarcal y del éxito capitalista. En los primeros capítulos hay un acontecimiento que marca a fuego la postura de la serie: un secuestrador le da a una secuestrada un intenso sermón antiabortista, y ella no sólo decide no abortar como había decidido, sino que se enamora de él y se une a la banda. El fenómeno de La casa de papel escapa bastante a toda previsión. Tal vez esta serie haya tocado una fibra contemporánea que habla mucho de todos nosotros. Del vaciamiento político, y de la banalización de los ideales. Quizás la pregunta no sea entonces ¿por qué el éxito inaudito de La casa de papel?, sino en cambio, ¿en qué nos estamos convirtiendo?