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Patricia Suárez editó un libro de cuentos

“Los chicos reciben mayor violencia de la que nosotros creemos”, expresa en esta entrevista la autora rosarina, quien presenta los cuentos "Siempre caigo en los mismos errores". Los siete relatos que poseen humor e ironía pertenecen a la editorial santafesina Palabrava.

Patricia Suárez compone en «Siempre caigo en los mismos errores» siete cuentos en los que están presentes el humor, la ironía, las situaciones delirantes imbricadas en lo cotidiano junto a personajes que son víctimas de la fatalidad o de una inmadurez que los lleva a romper vínculos afectivos o a dejar a los niños en situaciones de incomprensión respecto de los adultos.
Un hombre que pretende conquistar a su ex mujer entregándole el corazón de Fray Mamerto Esquiú, niños maltratados que no comprenden el mundo de los adultos o creen ser una reencarnación, y mujeres que abandonan a su pareja habitan estos cuentos, publicados por la editorial santafesina Palabrava.
Cuentista, novelista, poeta y dramaturga, ganadora del premio Clarín de novela en 2003 por «Perdida en el momento», Suárez, que con su obra «La maldecida de Fedra» fue distinguida recientemente en los premios Ace la actriz Eleonora Wexler, cuenta en una entrevista con Télam que se siente muy cómoda publicando en editoriales chicas. Asimismo, relató que este nuevo libro surgió luego de publicar el corpus de cuentos «Brindar con extraños», y ambos títulos surgieron de una canción del compositor mexicano José Alfredo Jiménez.
– Télam: En tus cuentos los personajes son rechazados por otros o están imposibilitados de tomar decisiones.
– Suárez: Nunca los pensé como personajes imposibilitados. Los personajes son como víctimas de una situación y tratan de explicarlo, y ese intento de explicación es el cuento. Hay un verso de Cerati que dice «por descuido, fui víctima de todo alguna vez» y me parece que los neuróticos vivimos descuidados, y te roban porque sos negligente… aunque también está la fatalidad. Lo contrario sería vivir sospechando, ser paranoico y no se puede vivir así.
– T: ¿Qué lugar ocupa el humor y la ironía en tu literatura?
– S: El humor está todo el tiempo. Hace poco escribí un cuento sobre una chica a la que un cura la convence de dar en adopción al bebé que espera, algo muy común en otras épocas, y como no tiene humor es de una tristeza terrible. El humor amortigua esa tristeza para que puedas leer y seguirme leyendo como autor.
– T: ¿Qué situaciones, imágenes o hechos inspiran tus cuentos?
– S: Muchas veces es un desafío formal. En «Querer a Helga» el desafío era hacer un relato sincopado y me inspiraron imágenes; en el caso de «La reencarnada» un día tuve insomnio y vi por canal Infinito la historia de una nena que a los ocho años empieza a hablar y a decir «soy la hija de fulano», pero en realidad es una loca que vivió hasta los 80 años diciendo que era la prueba viviente de la reencarnación. En «Abatido» era imaginar cómo un niño puede ver el aborto de la madre de una manera no del todo convencional.
– T: La violencia hacia los niños también está presente, ¿te inquieta particularmente esta cuestión?
– S: Los chicos reciben mayor violencia de la que nosotros creemos y no hablo de la televisión, hablo de las amenazas que reciben de sus padres. Hay familias que se manejan en la línea del castigo todo el tiempo, como si estuvieran en la cárcel. Padres que dicen es por tu bien, o repiten frases como «mejor que llore él un minuto y no yo toda la vida». Nosotros como seres humanos o argentinos estamos cada vez más etnocéntricos, pensamos que somos la espuma de la civilización, que podemos pensar los mejores argumentos intelectuales no discriminatorios, que somos el centro del mundo. En realidad, el ser humano es siempre el mismo, pero vivimos creyendo, sobre todo después de Internet, que hemos progresado.
– T: Los personajes son inmaduros, irreflexivos, ¿qué te permiten literariamente?
– S: Son totalmente inmaduros. Ellos se plantean un objetivo y al ir detrás de ese objetivo pierden el contexto. En el primer cuento el personaje quiere recuperar a su mujer y no piensa que es un absurdo ir detrás del corazón de Fray Mamerto Esquiú, y como va detrás de ese absurdo entra en una locura. En «Querer a Helga» trabajé el psicópata: me encanta el personaje del malo, del perverso, lo interesante es entrar en esa cabeza donde sus obsesiones son otras, porque al no tener empatía es una persona vacía.
– T: Hay dos o tres cuentos en los que las mujeres abandonan a los hombres, ¿por qué?
– S: Ana Karenina deja a los hijos y se va con su amante, en «Las palmeras salvajes», de Faulkner, la mujer también deja a sus hijos para irse con otro hombre. Tenemos el mito de que la mujer es inseparable de las crías, el mito de la maternidad, pero a veces ves otras mujeres que los crían en reemplazo de sus madres, que son mujeres que tienen su vida cargada de ocupaciones y no tienen tiempo para ellos.
– T: ¿Qué es a lo que más prestás atención a la hora de escribir: la historia, el tono, la técnica narrativa?
– S: Paul Auster dice que una novela es música, ese tono con el que está siendo contada, por eso una de las cosas que más me pesa es escuchar la música del relato. Cuando escribo sé qué quiero contar y dónde va a terminar, y cuántas páginas va a tener, sino el relato se me pierde en el camino. Por eso para mí es importante un quiebre del lenguaje, una música y una idea que juega.
– T:¿Cómo te sentís publicando en editoriales pequeñas?
– S: Me parece muy cómodo trabajar para editoriales chicas -edité en Mendoza, ahora en Santa Fe- porque son muy respetuosas respecto de tu escritura y tu obra. Pero a la hora del reconocimiento no te pesan más que tres o cuatro editoriales, las más visibles, las que tienen mayor proyección y ahí sentís que lo federal es un poco un cuento.

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