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Pensamiento nacional de Gramsci

En su libro, el sociólogo José María Aricó hace hincapié en la trascendencia del italiano y su radicalidad al analizar su paso y su influencia en América latina, debates que hoy los gobiernos populares y progresistas deben dar necesariamente.

Hace pocos días se conoció la noticia del cierre del diario L’Unità, el diario que había fundado hacía 90 años el propio Antonio Gramsci, y que se convirtió en sus años de esplendor en la palabra oficial del Partido Comunista Italiano. La novedad acompaña la sentencia de “el fin de una ilusión” y también la afirmación de José Aricó de que el intelectual italiano había perdido actualidad ya en los años 80. Sin embargo, “¿quién podría razonar sobre los grandes o pequeños problemas de nuestros países sin apelar a palabras tales como hegemonía, bloque histórico, intelectuales orgánicos, crisis orgánica y revolución pasiva, guerra de posiciones o de movimiento, sociedad civil o sociedad política, Estado ampliado”, se pregunta el propio Aricó al señalar la trascendencia del pensamiento gramsciano. En ese sentido es que fue escrito su libro La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina, es decir, sin olvidar sus límites se subrayan los enormes aportes que hizo a la izquierda nacional como a las ciencias sociales criollas. A la vez y en mayor medida que el argumento anterior, este texto ya clásico encuentra su utilidad en la reedición de este año porque, a modo de autobiografía, también narra los problemas, desafíos, reflexiones y búsquedas políticas de los jóvenes intelectuales argentinos de los 50 y 60, que en los 70 no se amedrentaron ante la participación en agrupaciones políticas en un marco de violencia, que conocieron el destierro o la muerte y, en algunos casos, volvieron a reencontrarse con la sociedad nacional en los 80, buscando hilvanar un nuevo proyecto de socialdemocracia que resultó fallido.

La cola del diablo

“Porque si el adversario nos domina y nosotros lo menospreciamos, no podemos dejar de reconocer que estamos dominados por alguien a quien consideramos inferior. Pero entonces, ¿cómo consiguió dominarnos? ¿Cómo nos venció siempre y fue superior a nosotros, aun en el momento decisivo que debía dar la medida de nuestra grandeza? Se dirá entonces que fue el diablo el que metió la cola. Pues bien, es hora ya de tener la «cola del diablo» de nuestro lado”, expresó Antonio Gramsci y Aricó toma este mandato para su libro que bien podría formar parte de una secuencia que se inició con el texto Marx y América Latina, donde el cordobés busca subsanar los pésimos diagnósticos que había hecho el intelectual alemán sobre nuestro subcontinente, a la vez que buscaba analizar en clave marxista las originalidades de la sociedad regional.

Un tercer y definitivo libro de Aricó será La hipótesis de Justo, en donde se rastrean y rescatan los orígenes del pensamiento y acción del histórico primer gran dirigente del socialismo argentino, el hombre que tradujo por primera vez al español El Capital, la magna obra de Marx y edificó un “partido moderno” en la Argentina previa al Centenario, a quien le achacará que no supo edificar una organización política que tenga en su horizonte a la justicia social que luego dio pie al surgimiento del peronismo.

En cambio, en su segundo libro, La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina, Aricó habla de su experiencia política y la de sus compañeros, describiendo un recorrido rico, de conocimiento, de solidaridad, pero en el que siempre faltó meter la cola del diablo para obtener un óptimo resultado.

El aporte de Agosti

Obviamente que Aricó debe muchísimo a Gramsci, y él sabe reconocerlo. Lo descubrió a través de su maestro, Héctor P. Agosti, con la publicación Cuadernos de cultura, cuando el cordobés militaba en la Federación Juvenil Comunista de los años 50. “Agosti abrió una ventana a la cultura marxista italiana. Es evidente que esta tarea de difusión acompañó la notable apertura al mundo cultural italiano que en los años 50 se produjo en el país, al calor de una singular experiencia política de la península y de la vivacidad sorprendente de su literatura y de su cinematografía”, supo reconocer Aricó al mismo tiempo que señala que eran tiempos duros para los jóvenes comunistas porque el peronismo había sabido llevarse gran parte de su base proletaria. Ya entonces Aricó pensó por un momento que a Gramsci y Palmiro Togliatti les había resultado más fácil hacer un panorama de la situación porque habían hallado un movimiento obrero combativo y con conciencia de clase.

Más que una revista

“Lo que nos cautivó de Gramsci fue precisamente esto, su carácter nacional; el hecho de que por primera vez podíamos dialogar con un pensamiento tan próximo a nosotros como era Italia; la circunstancia de que sus reflexiones sobre el problema de los intelectuales o la formulación de los conceptos, como el de bloque histórico y hegemonía, o la distinción entre momento económico corporativo y momento ético-político, guerra de movimientos y guerra de posición, o sea, el conjunto de sus características analíticas se desprendían de una reflexión profunda sobre la formación cultural y política de la nación italiana”, reflexionó Aricó en clara observación a la tradición liberal republicana de la izquierda argentina. La necesidad de romper con el Panteón de los próceres de Mayo, de los próceres liberales, también los impulsó a una nueva búsqueda intelectual. Así surgió, en abril de 1963 en Córdoba la revista Pasado y Presente. “Su título (…), recogía el mismo con el que Gramsci rubricó aquellas notas de sus cuadernos destinadas a examinar experiencias civiles y morales de las que quiso alcanzar una conciencia exacta y a las que trató de dar una expresión no sólo teórica sino también política. El presente como crítica del pasado, además de su superación, era su emblema”, justificó el intelectual cordobés sobre la revista cuyo éxito marcó un aporte más que significativo a las ciencias sociales en general, siendo el campo de la historia uno de los que más frutos recogió, y también al arco de la nueva izquierda que se gestaba en los 60 con la imagen de la Revolución cubana y de las revueltas estudiantiles. Los estudiosos del grupo hicieron del peronismo su principal objeto de estudio, que terminó arrastrándolos a varios a las filas de la izquierda peronista de los setenta.

Destierro, reflexión y retorno

Como afirma el amigo de Aricó, Emilio de Ípola, el “tercer período” del autor de La Hipótesis de Justo se desarrolla en el exilio en México, donde “redescubre y a la vez problematiza la realidad latinoamericana. Reaparece allí la figura de José Carlos Mariátegui”. En el refugio y la serenidad de la lejanía mexicana, Aricó se inserta en la investigación, la reflexión y la relectura que le permiten comenzar a escribir la tríada que comentamos previamente. En el exilio también forma un grupo de discusión, el Club de Cultura Socialista, y la revista Controversia para observar desde lejos las experiencias políticas de la izquierda argentina a lo largo de su historia, más que nada en los 70.

Fruto de esa reflexión es que cuando retorna a la Argentina realiza “una reivindicación teórica y práctica de la democracia” –según de Ípola– que lo lleva a relacionarse con el poder y buscar una experiencia ideal en el sentido de un partido socialdemócrata argentino. Como resultado, parte de la izquierda se terminó enemistando más con Gramsci que con los intelectuales que lo llevaron a la mesa de los gobernantes.

La jugada pareció haber salido mal para el intelectual italiano porque, como es sabido, la experiencia alfonsinista que lo tuvo entre sus papeles, terminó de manera negativa. Sin embargo, en la Argentina actual se vuelven a poner otra vez en debate qué tipo de estrategia social, que tipo de batalla contra los medios de comunicación hegemónicos encarnarían “gramscianamente” como batalla cultural. En esa línea, Gramsci vuelve a estar presente en el debate criollo y, al igual que los jóvenes que pelearon por un proyecto de país en los 70, tiene bastante que decir hoy.

Reflexiones iluminadas

Nacido en Villa María, Córdoba, José M. Aricó (1931-1991) fue uno de los intelectuales latinoamericanos más sobresalientes del siglo XX. Su influencia marcó los avatares del marxismo, del pensamiento político y de la filosofía revolucionaria, y sus ideas actuaron como contrapeso de ideologías adocenadas. Una vez de regreso en la Argentina, en Buenos Aires, Pancho (como le llamaban sus amigos) fundó la revista La ciudad futura junto a su amigo Juan Carlos Portantiero, además del Club de Cultura Socialista, que lleva su nombre desde su muerte. En sus últimos años fue profesor de Flacso, además de brindar conferencias por distintos lugares del mundo. Según destacan los editores de Siglo XXI, “sus reflexiones y su trabajo iluminaron zonas de la sociedad y el pasado a la vez que impulsaron la renovación de la izquierda”.

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