“La identidad es lo propio”, dijo Cristian con su carita pícara de 8 años, mientras su compañera del tercer grado de la Escuela Nº 1090 Domingo Matheu levanta la mano y afirma: “Aquí ya había gente, los originarios”. Los chicos participan y se entusiasman, dejan su mirada sobre el 12 de octubre, lejos de creer en “descubrimientos” y pósters Billiken. Así, en el marco del programa que el Conicet Rosario organiza por quinto año consecutivo, Los científicos vuelven al aula, la becaria Natalia Forlini, licenciada en Ciencias de la Educación, llevó adelante la experiencia que tomarán los docentes en la posta educativa. “Me interesó el tema de la identidad y la migración interna, propuse hacer un trabajo en una escuela de la zona marginal de la ciudad, con muchos alumnos que son hijos de la fuerte migración interna y de países limítrofes”, comentó la becaria.
Forlini, junto a las docentes y la vicedirectora de la institución ubicada en Buenos Aires al 6300, trabajó con los alumnos del 3º grado de los turnos mañana y tarde. La actividad consiste en que los investigadores visiten las instituciones educativas y desarrollen una clase con los alumnos, tanto de primaria como secundaria. “Con los chicos trabajamos el tema de la identidad y, dentro de ella, los orígenes propios de cada uno. La idea sobre el 12 de octubre era que la fecha sirviera de referencia para pensar y pensarnos como pueblo cuáles son nuestros orígenes, por qué estamos donde estamos, cuáles son nuestros antepasados, como individuo y como colectivo. El trabajo se basó en una clase práctica sobre identidad”, describió Forlini en diálogo con El Ciudadano.
La propuesta redobla la apuesta del Conicet en su idea de transferir los conocimientos producidos por los investigadores. “Ahora serán los docentes quienes compartan la charla desde la problemática de la configuración de la identidad de los niños con familias de migrantes interprovinciales y de países limítrofes que es, justamente, una de las características de la comunidad educativa”, señaló la investigadora.
Un juego para pensar
Cuando la becaria y los maestros reunieron a los alumnos para plantear el tema, “lo primero que hicieron los chicos fue inventarse nombres distintos y desde allí comenzamos a charlar sobre la identidad que hacía a un nombre, una historia, a costumbres, que responde a la pregunta ¿quién soy? Los chicos contaron también que venían de Chaco, Formosa, Corrientes, de otras ciudades de Santa Fe y otros barrios de Rosario. Posteriormente trabajamos en afiches donde cada uno escribió sobre su historia y deseos. Lo más interesante fue el gran debate que se armó acerca de las formas de hacer asado, cómo lo hacen en Formosa y cómo lo hacemos aquí; incluso, una no docente de origen paraguayo, muy gentilmente, preparó chipá para todos y también nos contó su historia. La escuela puede salir en los diarios desde otra perspectiva y no solamente por violencia escolar”.
Si bien ya no se denomina Día de la Raza al 12 de octubre y la nomenclatura cambió por el Día de Respeto por la Diversidad Cultural, Forlini explicó: “Es interesante que puedan darle una vuelta más en la profundización de qué significa para los pueblos latinoamericanos recordar esta fecha. Si desde la problematica que vienen llevando en la escuela se puede sumar y dar una vuelta más, no sólo al respeto y a la integración sino a la vinculación y el enriquecimiento en la diferencia, podemos crear escuela habitable, espacios donde no sólo exista el ‘aguantar’ al otro y ‘soportarlo’, sino fortalecer los lazos en el intercambio. No para mimetizarse, o ser rígidos en las identidades, sino para intercambiar y restablecer el lazo social en lo que se tiene en común”.
La becaria del Conicet basa su trabajo sobre identidad en el concepto que de la misma tiene la psicóloga social Josefina Racedo, “quien afirma que la identidad siempre es social, que no se construye sin lucha en el interior del sujeto y hacia el exterior entre una identidad alienada que busca imponerse desde la cultura dominante y una identidad emancipadora que quiere desprenderse de lo establecido arbitrariamente”.
Por eso, sostuvo la investigadora, “los chicos pueden hablar en el aula cosas que callan en sus barrios para poder sobrevivir. Por ejemplo, cuando uno de los chicos contó cómo hacían el asado en Formosa, en otro ámbito, tal vez no lo puede contar, o no lo escuchan. Así se fue sumando cada chico y ellos saben que las costumbres no son mejor ni peor, sino diferentes y las aceptan”.
Por último, Forlini subrayó que “lo que los enriquece a los chicos es el intercambio, escucharse. Parece que está mal visto, para algunos sectores, pertenecer a una migración interna; es más fácil reconocerse de origen europeo, italiano o español, más sangre azul. Hay quien se avergüenza o niega su origen por temor a ser discriminado; tener un origen criollo o mestizo lo relega. El trabajo con chicos de 8 años es más natural, desprejuiciado y asumido. No tienen pruritos y la idea del trabajo es justamente que no lo tengan”.