Por Arlen Buchara / El Ciudadano
Pepe Mujica duerme sentado en una de las butacas de la combi que lo trae a Rosario. Acaba de cerrar los ojos. Parece dormir profundamente y, al mismo tiempo, estar escuchando todo lo que pasa a su alrededor. Viste un jean azul, una camisa a cuadros y un suéter negro con cierre. Del asiento cuelga una campera marrón de gamuza. Mueve los pies, como marcando el ritmo de una música que no suena.
Escucha un ruido y despierta. “¿Se acaba el agua o no se acaba?”, le pregunta a Luciano que ceba mate y vuelve a cerrar los ojos. Luciano es chofer del gobierno de la provincia de Santa Fe, pero hoy no maneja y es el cebador oficial del grupo. Trajo yerba orgánica porque uruguaya no se consigue. La combi la completan los santafesinos Juan Pablo –al volante–, Luis, Sergio y Esteban, y el uruguayo Pablo.
La partida fue hace un par de horas de Aeroparque, en Buenos Aires, a donde el ex presidente uruguayo llegó por la mañana para seguir viaje hasta la ciudad de la Bandera. Es el día del agricultor en Argentina y Rosario se prepara para recibir al presidente más campesino que haya pisado la ciudad y, tal vez, el mundo. La agenda es cargada. Se va a reunir con cooperativistas, va a dar una charla en la universidad y va a disertar ante más de 2 mil jóvenes. Todo en un día y medio de paso lento y seguro.
Apenas sale al hall del aeropuerto, un matrimonio lo frena. “Pepe nosotros te queremos mucho, el mundo necesita más políticos como vos”, dice la mujer y la escena se repite con todas las personas que lo cruzan hasta llegar al auto.
La combi sale de Buenos Aires, se adentra en la pampa húmeda y el campo se vuelve el mejor telón de fondo para su voz. Pepe puede hablar de lo que sea, pero cuando se trata del campo y de la Política (así, con mayúsculas) levanta el tono y se vuelve un predicador de la transformación social y de la distribución de la riqueza. “La política no es una profesión, es una pasión. Lo que no entienden muchos políticos es que el hombre es un animal emotivo. Entonces, lo que inclina la balanza hacia un lado o hacia otro es el sentimiento de la gente común”.
No habla todo el tiempo. Hace pausas y mira por la ventanilla. Pregunta por unas semillas de unas flores chiquitas y celestes. “Tachisee” dice que se llaman y explica que en la zona de su campo solían ser muy comunes pero que les perdió el rastro. Le gustan porque tienen el color de la bandera uruguaya. Quiere plantarlas alrededor de la casa. Para Lucía, dice y la combi se revoluciona. Los celulares no paran de mandar whatsapp con el único objetivo de encontrar productores de flores del sur santafesino con el germen de la especie. Las semillas aparecerán y Pepe las plantará apenas llegue a su casa. Dos meses después florecerán en su jardín.
Pablo tiene 38 años y también trae una campera de gamuza marrón. Dice que no trabaja con Pepe, que es su compañero. Lo conoce desde que era niño. Vive a seis cuadras de la quinta de Pepe y es la persona que más cerca vive del ex presidente uruguayo. Es la segunda vez que viene a la Argentina. La primera fue cuando tenía 14 años y estuvo en el barrio porteño de Once, en un cumpleaños de 15. Dice que él no se dedica tanto al campo, que si dijera eso mentiría. Es compañero de Pepe y es de esos compañeros, esos hijos que Pepe tiene, que hacen lo que hace un compañero: acompañan. En la vida de Pepe todos sus afectos aparecen así. Lucía no es su esposa, es su compañera y en estos momentos está peleando el presupuesto en el Parlamento uruguayo. Pablo mandará por whatsapp las fotos de Pepe plantando las semillas y después de las plantas florecidas en el patio uruguayo. Pepe mirará a cámara con una sonrisa chiquita.
Llegan llamados de medios de Rosario y de Buenos Aires que quieren entrevistarlo. Él agarra el teléfono y acelera un poco las palabras, como adaptándose al ritmo argentino. Hace chistes y tira frases titulares, “para que todos entiendan” su mensaje. Se define en contra del golpe en Brasil, dice que Chávez fue un gran constructor de consensos y que Uruguay necesita tener buena relación con los gobiernos argentinos porque “Argentina se resfría y Uruguay se agarra gripe”. Igual, aclara: “Ya vimos lo que pasa con los ajustes y quiénes lo pagan, no es embrome”.
Habla del futuro de su país, de la región y del mundo con la perspectiva de quien vive la política como la herramienta más genuina y poderosa de transformación y que los días, meses o años que le queden en la tierra contarán con su militancia. Escucharlo es tener al alcance de la mano ese espíritu de revolución de los que crecieron y pensaron al siglo XX en Latinoamérica. Pepe milita desde la cuna y en su discurso y su acción todo acto es un acto político y lo es siempre en la construcción colectiva, porque “la civilización es hija de la cooperación”. A sus 81 años piensa en soluciones a corto y largo plazo, habla de generaciones que no verá ni nacer y está seguro de que “ser presidente es muy interesante, pero es mucho más interesante estar vivo”.
—Los años que estuve preso repensé todo. No es lo mismo pensar que repensar. Cambia tu perspectiva, la madurez con que ves las cosas, y eso multiplica la visión de profundidad, cosa que no podía tener en el momento en que los hechos acontecían. Y es una de las cosas que intento transmitirle a la gente joven. Ustedes, ¿saben que se suicida en el mundo más gente de la que muere en guerra y en accidentes? Somos el único bicho que entierra a los muertos y se suicida. En la escala de la naturaleza algún animal puede ir al suicidio por salvar a los otros, esos gestos existen en la naturaleza. Ahora, el autoeliminarse no existe. Existe en el hombre.
—Pero, cuando estuviste encerrado diez años, ¿nunca pensaste en no querer vivir más?
—Ni en pedo. Sabía que iba a salir y que iba a seguir militando. Por lo menos lo soñaba, lo pensaba. Y es lo que más quiero transmitir porque la gente a veces se siente como fracasada, siente que perdió, que está enamorado y le pegaron un esquinazo, o perdió el laburo, o un examen. ¡Pará un poquito! La vida es mucho más hermosa que todo eso. ¿Sabés por qué es hermosa? Porque lo principal es volver a empezar. Eso. Volver a empezar una y mil veces. Empezar como se pueda y con lo que se pueda. Es un milagro estar vivo. De arranque, vos estás vivo con 40 millones de probabilidades de no fueras vos. Entonces, ¿por qué saliste vos? ¡Empezá por ahí! No podemos sepultarnos en la angustia de dónde venimos y a dónde vamos. ¡No jodas! Acá está el infierno y acá está el paraíso. Acá está todo. ¿Y qué estamos haciendo acá parados, estamos echando combustible?
Hace quince minutos que el motor de la combi se apagó en una estación de servicio de San Pedro, pero nadie puede moverse. Una idea resuena y será repetida por lo bajo: lo principal es volver a empezar una y mil veces.
—Paramos para estirar las piernas—, contesta uno de los tripulantes.
—Ah bueno: hubieran avisado antes.
Baja despacio. Mujeres, hombres y hasta adolescentes se acercan para saludarlo y sacarse una foto y alguna que otra selfie. Sobre todo, quieren agradecerle. “Un presidente como vos necesitamos acá”, le dice una mujer y Pepe contesta: “Yo no duro ni dos días de presidente acá”. Un hombre lo saluda y Pepe se detiene y le mira las manos. “Soy herrero”, explica el señor. “Con razón, tenés manos gordas y fuertes de tanto trabajar. A los políticos habría que mirarles las manos antes de votarlos”, bromea.
Es como una estrella de rock de 81 años pero que, en vez de con canciones, conquistó corazones a partir de su forma de vida. Luis esboza una idea: “Lo que me sorprendió siempre de vos es que todos te quieren. Desde chicos hasta grandes, desde la gente que no cree en la política hasta los militantes. Todos ven en vos un referente”. Los integrantes de la combi recibirán las fotos y pensarán en el día que viajaron durante cuatro horas con Pepe Mujica. Recordarán que fueron días ajetreados y que en ese tramo el tiempo se detuvo por un rato.
Rosario lo espera con un dorado y un vaso de vino al lado del río Paraná y otra vez el saludo y la foto con cada una de las personas que se cruza. Antes de irse, pide un té negro sin azúcar en un vaso largo de vidrio. Se pone la campera marrón y camina despacio hasta el auto. Esta vez, de fondo suena un largo aplauso.