El periodista argentino Ricardo Grassi pasó las últimas dos décadas entre Roma y Kabul, donde vivía varios meses al año para dirigir medios de comunicación y capacitar a quienes trabajan en ellos, y esa experiencia lo llevó a plantear que con la llegada de los talibanes a la capital afgana se pusieron en marcha «algunos acuerdos secretos que se conocerán en 50 años».
La intuición de Grassi proviene de alguien con información y conocimiento del terreno, porque desde que fue contratado por la Unión Europea (UE) para organizar «la primera agencia de noticias independiente de Afganistán», en el año 2003, poco después de la invasión de Estados Unidos su pasaporte acumuló decenas de ingresos y egresos a la tierra que ahora volvieron a controlar los talibanes.
En Kabul, fundó la agencia Pajhwok Afghan News («Pajhwok» significa «eco» en los idiomas dari -persa afgano- y pastún) y contribuyó al desarrollo de un grupo de comunicación (The Killid Group, «Killid» es «llave» en dari y pastún), medios en los que, contó, existe «una mezcla equilibrada de reporteros y reporteras», quienes ahora deben comprobar si «el movimiento talibán, como ellos mismos dicen, ha evolucionado en una versión talibán 2.0».
Las primeras noticias, en ese punto, arrojaron indicios contradictorios, porque mientras los talibanes tratan de mostrarse «muy amables» en las conferencias de prensa con presencia internacional, al mismo tiempo «hay cosas que no se definen», como por ejemplo qué implica para los nuevos gobernantes que las mujeres que hacen periodismo deban cumplir con «la ley islámica».
Para Grassi, en Afganistán se vive una situación confusa, porque el miedo extremo de mucha gente coincide con «una reducción del 40% en el número de víctimas civiles», según cifras de la semana pasada, un dato que se encargó de subrayar para ponerle dimensión a lo que significaría «para la gente común» el final de una guerra de 20 años.
Grassi, quien en la Argentina había dirigido la revista de Montoneros El Descamisado, se fue del país en 1977, fijó residencia en Italia y fue jefe de redacción de la agencia Inter Press Service (IPS) con sede en Roma; esta semana se encontraba en Norwich, Gran Bretaña, cuando se enteró que los talibanes entraban a Kabul.
«Afganistán no es realmente un Estado, es un grupo de lugares con realidades tribales, étnicas, de clanes, muy distintas, y en realidad el (ex) presidente (Ashraf Ghani, que huyó a Emiratos Árabes Unidos para evitar «un derramamiento de sangre», según declaró), no gobernaba el país, más o menos intentaba gobernar Kabul y a veces ni siquiera», remarcó en entrevista con Télam.
El periodista, que entre 2003 y 2019 se instalaba parte del año en Kabul, afirmó que una de las motivaciones de la ocupación de Estados Unidos como también de la reciente retirada, es la puja histórica por la construcción de un gasoducto que hasta ahora no se hizo y que está proyectado para extenderse desde Turkmenistán, a través de Afganistán, Pakistán y la India.
«El proyecto original había sido de la empresa argentina Bridas (de Carlos Bulgheroni), pero después fue intervenido por un consorcio organizado por la petrolera estadounidense Unocal (adquirida por la Chevron en 2005), que hizo un consorcio con una petrolera de Arabia Saudita, y con el apoyo del Departamento de Estado, invitaron dos veces a Washington a una delegación del gobierno talibán», señaló.
Y para destacar la influencia que llegó a adquirir esa compañía (fundada como Union Oil Company de California) en Afganistán recordó que tanto «quien después se convertiría en el presidente, Hamid Karzai, como el (ex) embajador (de EEUU en Kabul) y representante personal de (George) Bush, el afgano-norteamericano Zalmay Khalilzad, habían sido consultores de la Unocal».
Sobre esta nueva etapa con el movimiento talibán al mando, Grassi no disimuló la incertidumbre que le transmite la gente que conoce y que está en Kabul, y al mismo tiempo compartió las paradojas que él mismo observó al recorrer Afganistán y preguntar «por la época de los talibanes», cuando le respondían que «lo bueno era que había un Estado, con una ley que era igual para todos».
«Me decían: «Mirá, teníamos el sentido de que esto era un Estado, con una ley que era igual para todos», y eso era bueno. Después, claro, estaban las cosas muy malas, que eran los castigos brutales, como cortarte la mano, lapidarte», resumió.
En relación al sometimiento de la mujer, que alarma a la comunidad internacional y que derivó en pronunciamientos diplomáticos -uno de ellos firmado por la Argentina-, Grassi afirmó que la pretensión de occidente de «modificar por decreto» aspectos del integralismo musulmán es ilusoria, y por el contrario depositó su expectativa en que los cambios «sí los pueden hacer los del lugar, con coraje».
«Cuando empecé a organizar la agencia de noticias, a mi lado había una mezcla más o menos equilibrada de reporteros y de reporteras, y ellas tenían mucho empuje y el coraje, incluso, de enfrentarse con la familia porque se resistían a que la hija fuese a trabajar y volviese de noche, porque eso está mal visto en el barrio», contó.
Según Grassi, la población afgana, con toda su diversidad y heterogeneidad, «tiene una cultura de una complejidad como una cebolla, con mil capas», que se expresa, por caso, en que la masividad que tiene la poesía «en su sentido primigenio», recitada en público como «modo de transmitir conocimiento».
Otro rasgo de la cultura afgana, acotó, es el sentido muy extendido de abrir las puertas, ya que en la cadena montañosa del Hindu Kush «son enormemente hospitalarios», aunque esa disposición convive con una actitud atenta al visitante, «y después lo que pasa, si se sienten defraudados, es que te pueden echar o te pueden matar», comentó, divertido, el periodista.
«Son un pueblo de mucha dignidad, dignidad más armas, y con facilidad para disponer de ellas, porque las armas forman parte de los muebles de la casa, es una combinación característica de Afganistán», agregó Grassi, quien entonces contó que a la hora de vincularse con los afganos él siempre se presentó como «argentino y latinoamericano».
-Ahora todo el mundo se convirtió en especialista en Afganistán
-Cuanto más uno se queda en un lugar, menos especialista resulta. Los especialistas suelen estar tres meses, parece que entendieron todo, se van felices y empiezan a hablar del lugar en el que estuvieron como si fueran doctores. Afganistán es muy particular. Ha sido invadido a lo largo de los siglos, la de EEUU en el 2001 es la última invasión, pero por allí han pasado todos: los persas, Gengis Khan, Alejandro Magno, que fundó la famosa base Bagram, que después utilizaron los soviéticos, luego los EEUU, y ahora la ocuparon los talibanes. Es un lugar estratégico, el punto de conexión entre Asia Central y Asia del Sur. Fácil de invadir, pero después nadie logra quedarse…
-¿Por qué sostiene que puede haber un «acuerdo secreto»?
-Cuando desde EEUU dicen «con todo el dinero que gastamos en entrenar al Ejército afgano y se rindieron todos», queda claro que no se entiende algo. ¿Por qué iban a pelear en una situación de enfrentamiento extremo? ¿Por qué alguien va a matar y ser matado? Para los talibanes fue un paseo ir ocupando cada ciudad. Yo pienso que habrá habido algunos acuerdos secretos que conoceremos dentro de 50 años. Además, cuando se habla de los trillones que habría gastado EEUU en Afganistán, eso es muy relativo. El dinero que sale de Washington de un banco después va a otro banco de una empresa estadounidense, o de una organización estadounidense, que va a hacer las cosas (la reconstrucción) en Afganistán.
-La historia de Unocal parece escrita por un guionista de Hollywood.
-La historia es muy específica (ríe). El (ex)embajador (estadounidense en Kabul), que es un afgano-estadounidense, es el mismo que ahora negoció la paz con los talibanes en Qatar. Se llama Zalmay Khalilzad. El gasoducto para abastecer a Afganistán, Pakistán y la India, por la guerra, no se pudo llevar adelante. Ahora, terminada la guerra, que es lo que parece que ocurre, quizá lo hagan. Tendrán que negociar de vuelta, pero así son las cosas.