Muchos recordarán la popular frase “Dos potencias se saludan, General”, reflejada en la taquillera película de Leonardo Favio, “Gatica, El Mono”, sobre la vida del más carismático de los boxeadores argentinos, José María Gatica, cuando se encontró con el entonces presidente Juan Domingo Perón. Esa escena pinta a la perfección la cercanía del líder político del país con el ambiente pugilístico, así como su amistad con el rosarino Alfredo Prada, quien era un asiduo concurrente a la casa de gobierno.
Esa pasión de Perón se despertó de muy joven, muy probablemente cuando probó los guantes por primera vez en el Colegio Militar de la Nación. Así lo expresó el propio fundador del partido justicialista en declaraciones que registró el especialista Carlos Irusta en una de sus publicaciones:
“Aunque siempre cultivé con fanatismo el boxeo, en aquellos tiempos peleábamos a ciegas, ni siquiera sabíamos vendarnos las manos. En una de esas peleas me rompí los puños y todavía se me notan las jorobas en el dorso de las manos”.
El primer destino de Perón en 1913 fue el colegio militar de la ciudad de Paraná, donde un año más tarde se funda el Paraná Boxing Club y en el cual Perón conoció muchos de los secretos del deporte de los guantes y más tarde se tradujo en un apoyo incondicional, dejando de lado a la esgrima en la que había sobresalido por años entre sus camaradas de armas.
La nueva argentina
Dentro de su línea de gobierno, los triunfos de nuestros deportistas eran la victoria de la “Nueva Argentina”. Es por eso que cuando acompañó a la delegación que partía hacia los primeros juegos olímpicos de 1948 organizados en Londres tras la Segunda Guerra Mundial, Perón manifestó: “Mientras yo esté en el gobierno he de auspiciar cualquiera de nuestras representaciones, porque se bien del beneficio inmenso que ellas reportan al país cuando son desempeñadas como corresponde”.
Al final fue el boxeo el que puso en sus manos dos medallas doradas que le trajeron el más chiquito, Pascual Pérez y el más grandote, Rafael Iglesias. Probablemente el éxito de nuestros boxeadores lo llevaron a concretar los denominados Campeonato Nacional Para Trabajadores, Campeonatos de Todos Los Barrios, el Campeonato Evita y la participación en los juegos Panamericanos de 1950.
Posteriormente el General impulsó en 1951 el arribo de una temible dupla de boxeadores norteamericanos, Sandy Saddler y Archie Moore: el primero campeón del mundo de los plumas y el segundo en la categoría medio pesado.
Ambos pelearon con boxeadores argentinos de categoría superior, ya que por aquellos tiempos no eran tan estrechas las diferencias en kilos. Al año siguiente llegó Kid Gavilán, campeón del mundo de los welters, quien se enfrentó con nuestros medianos pero no tuvo inconvenientes en derrotar a Mario Díaz, nockear a Rafael Merentino e imponerse por puntos a Eduardo Lausse.
El “León” mendocino
Pascual Pérez, ya sin rivales en la Argentina y Sudamérica, tuvo gracias a la intervención mediadora del gobierno justicialista, a través del embajador argentino en Japón, la oportunidad de enfrentar al campeón del mundo de los moscas Yoshio Shirai nada menos que en su propia casa, el estadio Korabuen de Tokio, algo con lo que soñaba el peronismo desde hace muchi tiempo.
El espíritu nacionalista alimentaba el imaginario de los puños criollos “avalados en una gloriosa tradición de los guapos boxeadores argentinos que prestigiaron los cuadros de todo el mundo, los colores deportivos de nuestro país”.
Después de conocer la decisión del jurado que le dio el triunfo por puntos, Pascual Pérez dijo al micrófono del relator Manuel Sojit: “El recuerdo del General Perón, su estimulo, su cariño por todos los deportistas fue el acicate y el pensamiento que mantuvo mi fe, aún en los momentos más difíciles de la pelea. Y cerró con un ‘cumplí, mi General’”. Definitivamente Pascualito fue el producto del impulso social y deportivo que el estado peronista instaló con varios objetivos.
El genocidio deportivo
En 1955, tras el golpe de estado que derrocó a Perón, en la llamada “Revolución Libertadora”, todos los adherentes al peronismo fueron perseguidos y hasta privado de sus empleos estatales. En su afán por borrar toda huella del gobierno justicialista hasta se prohibió pronunciar la palabra del líder político, quedando en el recuerdo aquellas famosas dedicatorias que todo exitoso deportista enviaba al General.
Así nacería también, con el golpe de estado, lo que se denominó como “el genocidio deportivo”, persiguiendo a todos los deportistas que Perón ayudó. Y no fueron pocos los boxeadores que debieron sobrevivir combatiendo sin licencia en localidades alejadas de Buenos Aires, siendo la única manera de poder eludir la persecución política de esa época.
El triste adiós a Pascualito
Luego de perder el título, Pascual Pérez continuó boxeando varios años más. Entre 1961 y el 30 de abril de 1963 realizó 28 combates, ganándolos todos, 20 de ellos antes del final. El 30 de abril de 1963 cayó en Manila en fallo dividido por el filipino Leo Zulueta, derrota que marcó el fin de su carrera.
Desde ese momento realizó cinco encuentros más, perdiendo tres. El penúltimo combate fue contra el mexicano y futuro campeón mundial Efren “El Alacrán” Torres, quien lo noqueó en el tercer asalto. La última pelea, ya cumplido los 37 años, fue contra el panameño Eugenio Hurtado, quien lo venció por nocaut técnico en el sexto asalto, el 15 de marzo de 1964.
Pascualito murió el 22 de enero de 1977, en plena dictadura militar, a causa de una insuficiencia hepática-renal. Tenía apenas 50 años. Fue velado esa misma noche en el gimnasio del Luna Park y al día siguiente una multitud concurrió a su entierro en el Cementerio de la Chacarita, debiendo esperar más de nueve horas a que llegara la empresa fúnebre, la cual se negó a llevar sus restos hasta que sus familiares y amigos completaron el pago de los 3500 dólares que costaba el servicio.
El gobierno no aportó un centavo para el adiós al héroe nacional y el campeón finalmente fue enterrado en el Panteón de la Casa del Boxeador, donde aún se lo recuerda con honores en el mundo del deporte.
Especial para El Ciudadano de Ever Palermo, ex boxeador amateur y autor de “Rebeldes de uniforme” y “Puños Rosarinos: tierra de campeones”, libro declarado de interés Municipal y Provincial.