Por: Javier Hernández
Daniel Burmeister puede ser el soñador, el luchador, el aficionado, el buscavidas, pero para el documental que hicieron Eduardo de la Serna, Lucas Marcheggiano y Adriana Yurcovich es El Ambulante.
Retrato de un personaje que escapa a las ataduras del cine, el documental El Ambulante sigue ganando premios en todo el mundo, y es como una película dentro de otra que retrata la actividad de Daniel Burmeister, un cineasta aficionado que recorre miles de kilómetros ofreciendo, de pueblo en pueblo, la creación de un largometraje de ficción donde los vecinos de cada localidad son lo fundamental.
En diálogo con El Ciudadano, Eduardo de la Serna se refirió a cómo fue emprender una aventura cinematográfica junto a este personaje al que calificó como “un seductor que va encantando a la gente”.
—¿Cómo conocieron la historia de Burmeister?
—Fue a través de vecinos de Saladillo. En 2005 había presentado una película y en una charla informal me comentaron que había un tipo que andaba por los pueblos filmando películas. Después de un tiempo, cuando el Instituto de Cine sacó un subsidio para documentales de bajo presupuesto, nos juntamos con los otros directores del film, Lucas Marcheggiano y Adriana Yurcovich, para para ver qué hacíamos. Cuando recordé a este tipo nos gustó a los tres. Primero le hablamos para ver si estaba dispuesto a hacer un documental y enseguida se mostró predispuesto.
—¿Prepararon un guión?
—Por una cuestión de producción no podíamos salir con él a recorrer la ruta; sabíamos que había que acotarse a un pueblo y lo que queríamos mostrar era todo el proceso que él hacía, porque lo que nos sorprendía era ver cómo hacía este tipo solo para llegar a un pueblo, hacer un largometraje en treinta días, exhibir la película e irse a otro lugar.
—¿Fueron actualizando la historia al tiempo que la rodaban?
—No demasiado. Nosotros necesitábamos el guión porque éramos tres personas y eso nos ayudaba a saber lo que queríamos hacer. Un documental siempre te propone cosas nuevas pero si vos tenés un guión más o menos bueno, te sirve de guía. Él es un personaje muy especial, casi siempre está muy optimista y de buen humor, aunque en algún momento se empezó a cansar de nosotros porque no pensaba que íbamos a seguirlo desde las siete de la mañana a las doce de la noche.
—¿En qué lugar se pararon para plantear este relato?
—En principio, en un lugar de perplejidad y admiración, de decir ¿cómo hace? Yo ya soy grande, tengo más de cincuenta años, pero me imagino que si fuera estudiante de cine diría qué bueno hacer eso, ir de pueblo en pueblo con una vida bohemia. Burmeister lo empezó al revés. Cuándo sus hijas se casaron y se quedó solo empezó con esto, pero nunca estudió cine.
—¿Y cómo llegó al cine?
—De casualidad. Es un gran hacedor, un tipo que tuvo mil oficios y fue a vivir a un montón de ciudades diferentes haciendo diversos trabajos. En una de esas oportunidades estaba haciendo teatro de títeres para chicos en La Pampa y alguien le preguntó si no se animaba a hacer una película. Siempre repite: “Yo nunca le digo que no a nada; mi hermano mayor, el cura, siempre me dice, ¡suerte que no sos mujer!” (risas). Se puso a hacer una película sin saber nada, ni siquiera es cinéfilo, ve una película cada tanto y no tiene televisión. Obviamente sus películas tienen errores técnicos hasta hace poco las hacía con una vieja cámara VHS, editando de casetera en casetera, pero con un gran empuje.
—Gente que nunca había ido al cine participa de sus películas… ¿cómo reacciona el pueblo a la experiencia?
—Este lugar donde filmamos no tiene más de ochocientos habitantes, no tiene cine, muchos que fueron a verla era la primera vez que lo hacían y era para verse actuar a sí mismos. Él es un seductor que va encantando a la gente. Cuando llega al pueblo lo primero que hace es preguntarle al municipio si quieren hacer una película y a cambio le pide alojamiento y comida durante treinta días y después vende las entradas de la proyección.
—¿Estuvieron todo el tiempo con él?
—No. Le pedimos un guión cómico, y que ciertas escenas las filmara cuando nosotros estuviéramos, que quizá fue cuando más rompimos con la rutina de cómo va filmando. Después nos instalamos por siete días y volvimos cuando estaba terminando de editar y por exhibir la película.
—¿A qué atribuyen el éxito de “El Ambulante”?
—En primer lugar es una película sobre el cine, por lo tanto gusta a toda la gente que lo ama. En particular diría que los documentales reflejan el mundo en que vivimos que no siempre es el mejor, y ésta es una película muy luminosa y optimista; y tiene un contraste muy grande que dentro de los documentales también la destaca.
—Ganaron premios en Abu Dhabi, Estados Unidos, Bélgica, Italia y Chile. ¿Qué ven los festivales internacionales en este tipo de relatos?
—La película tiene un lenguaje que es universal y por eso ganó tantos premios y tiene que ver con una visión esperanzadora del hacer contra viento y marea, de no quedarse llorando por la leche derramada, sino hacer a pesar de todo. Obviamente en Europa lo ven como una cosa extraña, un poco exótica. Adriana estuvo en Los Ángeles y una mujer que trabajaba en la industria de Hollywood le dijo que esta película les avergonzaba por las formas de hacer cine de unos y otros. Burmeister hace todo atado con alambre y nosotros nos reconocemos en eso y no lo vemos tan extraño. “Más creativos que Orson Wells”, decían en San Francisco, yo lo veo más como un “Leonardo Da Vinci del subdesarrollo”, porque es un tipo que no se termina de sorprender.