Hay una frase que pinta de modo cabal el lugar que ocupó Philip Roth en la literatura norteamericana y que al mismo tiempo puede extenderse a toda su escritura: “Para mí escribir era una hazaña de supervivencia. La obstinación, no el talento, me salvó”. Y es que en las páginas de sus narraciones hay mucho de esta cualidad; puede entenderse cuando parece que una historia corre el riesgo de flotar en un estado de suspensión y de repente se levanta y anda hacia un confín inesperado e ilumina una acción o un estado de cosas y todo se profundiza irremediablemente trasladando al lector a otra dimensión del asunto. La literatura de Roth –un grande con peso específico propio que disputa con suficiencia un lugar junto a John Updike, Saul Bellow, Norman Mailer, Thomas Pynchon, John Cheever, por citar a algunos de sus contemporáneos que valían lo que escribían– se ancló en un realismo restallante que unió lo personal con lo político y el hogar con el mundo. Es evidente que los movimientos políticos-culturales que tuvieron lugar en Estados Unidos y que iban orientando la brújula que llevó a producir hechos que determinarían a distintas generaciones, fueron buena parte de las motivaciones para sus ficciones, incluso las más autobiográficas.
Constación de relaciones
Acaba ahora de editarse en castellano ¿Por qué escribir?, una acertada compilación de ensayos, entrevistas, discursos y conferencias ocurridos entre 1960 y 2013, en los que el autor premiado con el Príncipe de Asturias de las Letras habla sobre la literatura, su obra y su país y donde, entre otras perlas, confiesa que para él la creación literaria nunca fue un placer, sino que cada vez que se enfrentaba a la página en blanco –y esto fue así durante cincuenta años– lo hacía con angustia y un fuerte sentimiento de indefensión, y que por momentos no había nada de dónde agarrarse. Son variadas las temáticas de estos escritos pero sobresalen –por su especial agudeza– los que abordan la creación literaria y la identidad judía y lo hace con la audacia que caracterizó la parte más importante de su obra: en ¿Por qué escribir? late una fina ironía, si cabe, una precisa y espontánea ambigüedad para describir particularidades de las que a muchos de sus contemporáneos les cuesta hablar, si se hace una excepción de Pynchon y Cheever, para seguir sólo con los que se mencionó más arriba, que gambetean cualquier escollo para recuperar y desafiar la imposición realista con la suficiente carga de creativo nihilismo. En este sentido, ¿Por qué escribir? es un verdadero tour de force, casi una constatación de las relaciones –espurias algunas veces, obligadas otras, belicosas las más– entre el escritor y la sociedad de su tiempo, sobre todo, pero también la de tiempos anteriores que digitan y condicionan las actuales, como está claro en relación a su condición de judío en el seno de su comunidad y en el devenir de sus ancestros. Aquí también descuella esa habilidad para extraer ricos sentidos del habla coloquial, para trasladar su soltura y su falta de reparos.
Pericia e imaginación
En este libro Roth plantea que para escribir hay que olvidarse de que con ello se alcanza algún tipo de felicidad porque al momento de tenerse lástima o piedad, es probable que se abandone el trabajo. La única ficción pura de ¿Por qué escribir? es sobre Kafka en una ucronía que el autor tituló “Siempre he querido que admiraseis mi ayuno”, en la que el escritor austrohúngaro emigra a Estados Unidos, comienza a vivir en New Jersey y enseña el idioma hebreo y la Torá en una sinagoga de la zona. Justamente, uno de sus alumnos es el mismo Roth siendo niño. A partir de allí, una serie de peripecias colocan al autor de La metamorfosis relacionándose con los padres de ese niño y con la intención de estos últimos de engancharlo con una tía de Roth. No hace falta aclarar que los hábitos y conducta de Kafka, sus manifiestas inhibiciones, arruinarán cualquier posibilidad de concretar esa unión. Algo allí del propio autor se cuela en lo que respecta a cierto costado –al menos así se lo adjudican– antisemita pero que se choca con sus declaraciones cuando dejó en claro que no reniega de su condición judía sino del carácter bélico e imperialista que tiene hoy esa Nación y sus aliados. En otro pasaje, Roth admite su deuda con Saul Bellow asegurando que fue el primero que puso en consideración la viabilidad de que nietos de inmigrantes judíos se convirtieran en escritores estadounidenses. Alusiones en forma de humorada a Wikipedia, su inicio como narrador con relatos cortos, su vida en Londres, su libro de entrevistas a otros escritores, su efímera pero intensa relación con Primo Levi, el último discurso dado en su Newark natal, muy sentido y rodeado de algunos de sus amigos de toda la vida son algunas de las piezas que hacen de este libro una fuente de entradas a la vida y obra de un escritor que puso de relieve la naturaleza frágil de la historia humana, de la suya propia y de los Estados Unidos con envidiable pericia e imaginación.