La tragedia cotidiana del narcotráfico en Rosario y su deformidad monstruosa, el juego fatal, persecutorio y enquistado entre gatos y ratones que mueve millones, la parodia entre un poder real que oculta su rostro y otros que, sin poder alguno, le ponen el cuerpo casi por nada a esa misma fatalidad donde las vidas tienen diferentes precios es, en parte, lo que se dirime, con inteligencia y riesgo (algo que siempre es bienvenido en el teatro), en Pibes bien, el trabajo que reúne en escena a Alejandro Tomás Rodríguez (artista rosarino radicado en el exterior) y Mauricio Tejera Ferrúa, con dirección compartida entre Santiago Dejesús y Tomás Rodríguez, que tendrá el viernes 15 de noviembre su estreno oficial para el público en La Sonrisa de Beckett.
Con un nivel de producción infrecuente para el teatro rosarino, y con una reciente función preestreno para prensa e invitados, en Pibes bien, espectáculo que cuenta con el apoyo de la University of New Mexico y el aval institucional del Ministerio de Cultura de la provincia de Santa Fe, hay una historia simple que se complejiza: dos mecánicos encuentran un bolso que cambiará sus vidas para siempre. “La infernal maquinaria de dinero, droga, favores, fiestas y balas se enciende en la ciudad más violenta de Argentina. La suerte está echada. Nadie quiere ceder ni volver a ser lo que fue”, dicen a modo de adelanto de una performance teatral donde, con clima tarantinesco, aquello de “sexo, droga y rock & roll” es la matrix de una propuesta necesaria en las escénicas locales que le venían esquivando a un tema que, más allá de lo ficcional, contó con el asesoramiento de Carlos Del Frade y Germán de los Santos, periodistas muy cercanos y con un vasto conocimiento de la problemática narco.
En una sucesión de planos tanto formales como narrativos y con un tema complejo e incómodo como base, la obra se desarrolla a través de tres historias y otros tantos soportes o lenguajes más allá del vivo, con dos protagonistas en cada una de esas historias (o recorridos) que, desde las metáforas que supone el teatro, todos esos personajes se “apropian” de los cuerpos de esos mismos actores que por momentos parecieran necesitar contar su propia historia, en un devenir con tono de policial de cabotaje, donde transitan grandes momentos, en algunos casos no exentos de un humor bizarro, más allá de una serie de sorpresas y de un final que reivindica un clima con aires cutre y un poco kitsch que es transversal a todo el montaje.
Así los actores que dan vida a los dos mecánicos que cortan autos mal habidos en un taller, en otro momento son los CEO de una empresa financiera que funciona en unas torres muy conocidas o, al mismo tiempo, pueden ser dos agentes de policía que, entre más, sustentan negocios con una de las organizaciones criminales más poderosas de la ciudad. Es decir: nada que no se haya podido leer en las crónicas policiales de los medios locales en la última década, pero con una lógica de relato que, incluso, pareciera parodiar a las series de Netflix en una especie de pastiche de situaciones que dan textura a un recorrido fractalizado, plagado de detalles que potencian lo dramático que lo sustenta de forma inicial.
En Pibes bien, título que encierra una fina ironía, y un espectáculo que prevé una gira por Estado Unidos para 2025, la estrategia es clara y potente: todos pueden ser todos, y lejos de romantizar o abrir juicios acerca de una historia que en Rosario y la región se escribe con sangre, este equipo puso atención en una serie de metáforas que aparecen como subtramas de lo que se ve en un primer plano.
En ciernes, algo del realismo mágico, algo de las creencias y el delirio, algo místico propio de esa estampita entre religiosa y profana de santitos de los caminos que se lleva en el bolsillo, también son materia en Pibes bien, una historia donde los rasgos de la rosarinidad están presentes (literal y metafóricamente) y al mismo tiempo, sin volverse endogámicos, esos mismos rasgos trascienden fronteras y este drama urbano contemporáneo, no sólo heredero de Tarantino sino también con algo del cine de Gus Van Sant por cierta idea de una subcultura marginal donde incluso se vislumbra lo homoerótico, bien podría acontecer en otras ciudades de Latinoamérica, lo que le da a la propuesta cierta universalidad.
Desde el relato vivo en el cuerpo de dos actores dispuestos al juego y dotados de una infinidad de recursos que Dejesús sabe explotar con sutileza e ingenio sin dejarse tentar por un realismo plano y directo pero tampoco por las lógicas de lo posdramático que también están presentes como recurso, sino siempre cercano a las metáforas que supone su lenguaje teatral, pasando por un vivo mediatizado a través de un soporte digital, también aparece en escena un registro entre ficcional y real en formato audiovisual que acontece en una disruptiva pantalla conformada por paneles blancos donde los cuerpos también son soportes, como una gran “masa blanca”, al tiempo que todo se sustenta en un no menos ingenioso universo sonoro que desde el concepto del mashup dispara imágenes en la platea todo el tiempo.
En el mismo sentido, el equipo puso a funcionar un trabajo minucioso vinculado al rol (compartido en este caso) del dramaturgista donde, sin embargo, no quedan a la vista las «costuras» entre los pasajes donde aparece una información vinculada al campo periodístico (real) y otra más vinculada con lo que supone el teatro (ficción), un territorio que se nutre de muchos otros elementos que en la mayoría de los casos están ligados a lo que el actor, teñido de una problemática con la que convive, produce en escena, siempre transitando una delgada línea, una cornisa sinuosa pero irresistible a la hora de tocar un tema semejante donde confluyen el delito, el poder económico, las contradicciones de la Justicia y los intereses de los grandes medios de comunicación, donde el paradigma estético-dramático es estratégicamente la deformidad que aparece desde el comienzo, tanto en lo que se ve como en lo que se dice o se oculta, y en relación directa con un tema que se ha deformado hasta alcanzar dimensiones impensadas y deformado la realidad que transita Rosario hace más de dos décadas.
Pero sobre todo, y lejos de estigmatizar o romantizar los diferentes estratos sociales que aparecen reflejados en la propuesta y mucho menos la violencia que es transversal en el material y que en la mayoría de los casos está tratada desde un sentido plástico y hasta coreográfico, donde incluso queda a la vista el artificio teatral, la poética abordada en Pibes bien confluye, tras su laberíntico recorrido, en un lugar inesperado, solitario, al mismo tiempo trágico y bello, donde se pone en relieve que hay otro mundo posible, o quizás ya hubo un tiempo mejor que se perdió, en medio de un retrato multifacético de la Rosario narco que, como un espejo, estalla en una platea que saldrá de la sala interpelada y plagada de interrogantes.
Para agendar
Pibes bien, obra sugerida para mayores de 13 años, con dirección de Santiago Dejesús y Alejandro Tomás Rodríguez, quien además actúa junto con Mauricio Tejera Ferrúa, cuenta con dirección de video y fotografías de Trevor Meier, video y mapping de Lucas Roldán, dirección de arte y diseño de vestuario de Carolina Cairo, selección y música original de Ale.R, diseño de luces de Ignacio Farías, realización escenográfica Agustín Pagliuca, concepto, dramaturgia y montaje Rodríguez-Tejera-Dejesús, colaboración dramatúrgica de Fran Alonso, prensa a cargo de Pamela Di Lorenzo, redes Calabaza Comunicación-Elías Alarcón; realización de videoclip de Diego Martínez y Hernán Castagno, imagen de obra Lima. La Imagen de les Artistas, asesoramiento periodístico de Carlos Del Frade y Germán de los Santos y dirección de comunicación y producción ejecutiva de Cecilia Ducca. La obra ofrecerá por el momento funciones estreno para el público los viernes 15 y 22 y los sábados 16 y 23 de noviembre, a las 21, en La Sonrisa de Beckett (Entre Ríos 1051). IG: https://www.instagram.com/pibesbien/.
Entradas anticipadas e información complementaria: https://linktr.ee/pibesbien