Eugenia Cozzi acaba de publicar “De ladrones a narcos. Violencias, delitos y búsquedas de reconocimiento”, que es parte de su investigación doctoral (integra la colección del Programa de Antropología Política y Jurídica de la UBA y puede descargarse gratis en teseopress.com).
En este trabajo, la autora narra la historia reciente del mundo del delito popular rosarino a partir de reconstruir historias de tres generaciones de jóvenes que participan del ambiente del delito en barrios de la zona sur de la ciudad, cuenta las transformaciones de este espacio social y reconstruye las de los distintos actores que participan.
Al analizar la situación actual, Cozzi considera: “Si queremos abordar en serio el problema de la violencia tenemos que empezar por discutir políticas de drogas, después pensar abordajes en serio de reducción de la violencia, de la letalidad en los barrios populares. Si seguimos insistiendo con la respuesta punitiva vamos a tener los mismos resultados y eso sí es realmente preocupante”.
También la especialista analiza el rol de la Policía en las bandas, que va mutando a lo largo de estas generaciones y el rol de la prensa, fundamental para crear la fama de los pibes en los barrios populares, en una nota con el programa Feos, Sucios y Malos, que se emite los miércoles a las 21 en Radio Universidad Rosario FM 103.3 (radio.unr.edu.ar).
—Cómo definirías la primera generación delictiva y en qué época la ubicás.
—Este libro reconstruye la historia del mundo del delito popular rosarino desde fines de los años 90 al 2015 más o menos, que es el momento donde terminamos de hacer la investigación. La primera generación se ubica en un momento en donde el rubro narco era muy incipiente y muy residual dentro del mundo del delito. Era una actividad reducida. Y es la historia de algunos ladrones que venían condenados por robo y en los años 90 cambian al rubro narco y son de los primeros que empiezan hacer viajes para traer marihuana desde el norte. Ellos no hablan de banda, sino de una cooperativa de distribución. Según uno de los personajes del libro: «Nosotros no éramos una banda. Juntábamos plata e íbamos, comprábamos y distribuíamos».
—Hoy la Justicia, cuando analiza una banda de jóvenes, llega a la conclusión de que es una banda polirrubro donde el narco es una de las actividades que desarrollan para ganar dinero. Y pensaba en este análisis hegemónico de las causas de la alta tasa de homicidios y cómo llegaríamos a una solución si hay un análisis hegemónico de todos estos hechos.
—Si seguimos analizando el fenómeno y problematizándolo de la misma manera seguimos ensayando el mismo tipo de respuesta. Si se piensa en la tasa de homicidios registrada en la ciudad, hay un pico en 2013 que después se ameseta, pero sigue siendo alta. Y en los últimos dos años empieza a subir de manera significativa y este año vamos a cerrar cercano o superior al pico del 2013. Pero si esos datos se cruzan con la tasa de personas presas, lo que vamos a encontrar es que subía significativamente mientras la tasa de homicidios bajaba o se amesetaba. Entonces, la respuesta es punitiva: no se discute políticas de drogas, no se discute cuáles son las políticas más eficaces para pensar la reducción de la violencia y de la muerte. Entonces sí vamos a seguir teniendo los mismos resultados. Eso es lo preocupante: que diferentes actores con poder de decisión siguen pensando el fenómeno de la misma forma y siguen ensayando las mismas respuestas. Entonces no van a alcanzar los gendarmes que manden desde Nación para poder reducir la violencia en los territorios, porque lo estamos pensando de una manera que es equivocada.
—Uno de los análisis al respecto sugiere que hay un abandono del Estado en los barrios.
—Ahí me parece que hay que hacer una diferenciación porque Policía y fuerzas de seguridad también son Estado. Lo que habría que plantearse es cuál es la presencia del Estado en los barrios populares, la forma de gobierno estatal para esos sectores. Otra cuestión que sí me parece interesante destacar para pensar el contexto actual es qué sucedió durante la pandemia y pospandemia en el sentido del retiro de la presencialidad de un montón de áreas estatales. La única área estatal que siguió teniendo presencia y no sólo desde su lugar punitivo, sino también resolviendo problemas, fue la Policía y las fuerzas de seguridad. Ese repliegue de la presencialidad del Estado y ese repliegue del espacio público es un elemento importante para tener en cuenta el contexto actual. Y en relación a esas explicaciones del corrimiento del Estado, los jóvenes que están vinculados al mundo del delito popular atraviesan distintos circuitos en su forma de sociabilidad. No es que sólo están vinculados al mundo del delito, atraviesan también las instituciones estatales, el mundo de la política y las organizaciones sociales, la religión. Entonces es ahí donde uno puede pensar ese otro tipo de intervenciones.
—Al analizar las tres distintas generaciones, cómo era la relación de estas generaciones con las políticas públicas y cómo fueron cambiando, si es que cambiaron.
—Es una pregunta que no aparece en la investigación, pero se vuelve cada vez más necesaria no sólo con la estatalidad, sino con la política como forma de construcción de poder y de prestigio, de autoridad. Pero lo que aparece como muy significativo en relación a la transformación es la forma diferente de vincularse con la Policía, hay una distinción muy tajante. Yo siempre pensaba la Policía como un actor externo al ambiente del delito, que lo que hacía era condicionar las características de ese ambiente del delito. Pero en un momento del trabajo me cae la ficha de que la Policía es parte de esta relación, así como los periodistas de la sección policiales son parte de esta red el ambiente del delito. Es un espacio social, un conjunto de relaciones sociales que además tiene ciertas valoraciones. Hay un sociólogo carioca que trabaja estos temas en Río de Janeiro y construye una categoría analítica que es “mercancía política”, donde la ley se vuelve mercancía. Y hay un actor que está revestido de estatalidad que es quien tiene esta mercancía de manera monopólica que es la Policía y que puede negociar la aplicación o no de la ley. Y lo que se transforma de una generación a otra es la relación con la Policía. La primera generación decía: «Nosotros no trabajamos con la Policía. Nosotros somos ladrones, somos delincuentes, no trabajamos con la Policía». Pero al mismo tiempo contaban un montón de situaciones de arreglos para evitar ser detenidos o morigerar su situación procesal. En la generación siguiente lo que aparece es trabajar con la Policía, que pasa a ser parte de la organización, comparte riesgos y ganancias, e intercambian bienes servicios, información y protección. Y eso permite a determinados grupos construir cierto poder por encima de otros, pero es un poder que es inestable, precario. Porque depende de que el acuerdo se sostenga. Sí ese acuerdo se rompe, pierde ese estatus de protegido.
—Cómo analizás la realidad actual de la ciudad.
—Si bien es algo que hay que probar y documentar, para mí hay otro actor que está interviniendo de manera independiente a la Policía con sus propias investigaciones, que es el Ministerio Público de la Acusación (la Fiscalía). En estos momentos el policía no puede garantizar a una persona que no vaya presa, no puede garantizar que no caiga en una investigación con 20 allanamientos porque ni siquiera puede notificar que eso vaya a suceder. Como para pensar otra variable de cómo las cosas están sucediendo en este momento. Pero si queremos abordar en serio el problema de la violencia en la ciudad tenemos que empezar por discutir políticas de drogas, después pensar abordajes en serio de reducción de la violencia de la letalidad de los barrios populares. Si seguimos insistiendo con las respuestas punitivas vamos a tener los mismos resultados y eso sí es realmente preocupante.
—Hablás del periodismo como uno de los actores en el ambiente del delito en el libro.
—Yo creo que Rosario tiene muy buen periodismo de policiales en comparación con otros lugares del país y hay personas a las que quiero mucho y admiro. Para hablar en términos de periodismo y cuál es su rol y su efecto hay una categoría que se utilizó en el libro que es la que utilizan los jóvenes, pero que permite pensar la idea de cartel. Los pibes decían: «No hay una guerra narco, los pibes se quieren hacer ver, los pibes quieren hacer cartel». El cartel aparecía como una forma de construirse un nombre, construirse un reconocimiento con materiales socialmente disponibles. Y ahí hay una diferencia entre fama y respeto, entre fama y honor. Entonces vos podés ser famoso, poderoso, pero no es respetado quien ejerce la violencia por fuera de los límites establecidos. Los periodistas, o el periodismo, tienen un rol clave en la construcción de los carteles y ahí lo que pasaba es que con trayectorias similares algunos se convertían en famosos y otros no. El lugar del periodismo es fijar ciertos carteles, amplificar ciertos nombres. Por supuesto que no se construyen en el vacío, no es que alguien creó desde el periodismo determinada banda, pero sí tiene un rol en la construcción de esa fama. Y eso incide en el fenómeno. En ese sentido a mí me interesaba pensar al periodista de policiales, o al periodismo, como un actor que colabora en la construcción de determinadas imágenes que inciden en el fenómeno en ese sentido. Es difícil pensar en el contexto que estamos, con el Estado que tenemos, otras formas en que estos jóvenes y estas jóvenes se sientan reconocidos, valiosos que no sean las formas que la sociedad les ha construido. Me parece que una forma de pensar estas intervenciones es pensar qué otros materiales podemos producir. Cómo discutimos esta idea de que estos pibes son matables, que eso es también lo que aparece, la forma de poder construir un cartel contra un otro, que ha sido construido socialmente como un matable. Entonces la pregunta es cómo producimos humanidad. Una pregunta tremenda, muy difícil de abordar, y de poder responder en los contextos políticos y sociales de los que vivimos.