La asignación de atributos o roles sociales según el color de piel –“una suerte de pigmentocracia”– y la existencia de puertas de cristal invisibles pero igual de efectivas que las de acero para vedar el acceso no blanco a determinados espacios, son rasgos que la sociedad argentina no puede aún reconocer de sí misma según el libro Marrones Escriben que publicó Identidad Marrón sobre el tabú del racismo.
La vigencia de mitos como el de “la Argentina blanca”, el “crisol de razas” y “los argentinos vinimos de los barcos” contribuyen a esa negación desde la invisibilización o extranjerización de ese otro discriminado, igual que la apelación a conceptos como “clasismo” o “gatillo fácil” para evitar hablar de “racismo” y “violencia institucional racista”, aseguró la asociación en su primer texto colectivo.
“La publicación del libro es una forma de volcar en una producción colectiva todos los aportes que venimos haciendo quienes integramos Identidad Marrón a partir de nuestras especificidades, que tienen que ver con el arte, la fotografía, la historia, la poesía, el acceso a la justicia, el feminismo”, dijo la licenciada en Políticas Públicas e integrante de la asociación, Sandra Hoyos, en la víspera del Día de la Diversidad Cultural.
Para Hoyos “poder encontrarnos todos” en un formato de libro “era importante como un modo de que puedan citarnos de manera colectiva, porque ahora sí hay una bibliografía que reúne nuestra producción de conocimientos”. Por su parte, Wari Alfaro, fotógrafe no binarie integrante también de Identidad Marrón destacó que quienes participan en esta obra lo hacen como activistas y a partir de sus vivencias personales, “y no como académicos” –aunque muchos de ellos lo sean– en el sentido de que “no se plantea una relación desigual” de poder en función de ese conocimiento.
Los marrones y marronas son víctimas del racismo estructural, institucional e interpersonal
El texto está dividido en tres partes: una primera se dedica a precisar “qué es ser marrón o marrona”, una segunda propone pensar el racismo estructural desde los recorridos personales de 12 integrantes de la asociación y una tercera se ocupa de “actividades antirracistas para el aula”.
“A mi cuerpo no lo veo en las pasarelas, Voy a castings y me dicen que doy chorro, Miro las revistas y solo veo mi color de piel en las notas policiales, o en las propagandas de ayuda económica. Mi cuerpo vende necesidad y pobreza. Aunque no busque hacer nada malo, los oficiales de seguridad me siguen en el supermercado. Mi cuerpo no está asociado al lugar donde nací, en el exterior no me creen que soy argentino”, escribe el actor, dramaturgo e integrante de Identidad Marrón David Gudiño.
Son marrones y marronas quienes cuyo color de piel y fisonomía evidencia una ascendencia indígena, campesina o migrante en función de la cual son víctimas del “racismo estructural, institucional e interpersonal” independientemente de si se perciben o no como racializados, si abrazan o no la identidad indígena, de si viven en el campo o en las grandes ciudades.
“Podemos vivir totalmente urbanizados, pero nuestro color y nuestro fenotipo tiene una carga, que por más que no conozcamos la historia familiar, que no nos pongamos un nombre (de una nación indígena de pertenencia), el racismo nos impacta igual porque la persona que lo ejerce no te pregunta cuál es tu apellido o de donde vienen tus abuelos; no hay tiempo para eso, el racismo se activa en una milésima de segundo”, dijo Alfaro.
Por su parte Hoyos apuntó que la producción de conocimiento, pero también de bienes culturales, aún “tienen una mirada colonial y occidental, con categorías que se construyeron desde la blanquitud, que intentan mostrar solo el discurso hegemónico, presente”, dejando afuera “nuestras corporalidades, historia, genealogía”
“Pretendemos interpelar y cuestionar los privilegios que otorga la blanquitud; mostrar que no tenemos oportunidad de habitar lugares como las universidades, los medios masivos, los museos; no porque nos prohíban la entrada sino porque hay un ideal presente en la discursividad, en las representaciones de estos espacios que nos expulsa, que desvaloriza nuestras trayectorias o nuestras experiencias”, añadió.
A este obstáculo refiere el colectivo con la expresión “puertas de cristal” formulada a partir del “techo de cristal” de los feminismos: así como un tope invisible impide a las mujeres ascender a determinados lugares jerárquicos ocupados mayoritariamente por hombres, vallas igualmente transparentes bloquean el acceso de las personas marronas y no blancas en general, a determinados espacios.
A su turno, Alfaro consideró “súper necesario, primordial” que la sociedad argentina “dé el salto” y se reconozca racista porque “a nosotros nos impacta las 24 horas, los 7 días de la semana”.
“Es más fácil hablar de clasismo porque es una bandera de los movimientos sociales, de quienes plantean la distribución de la riqueza; es más fácil hablar de las personas pobres porque todos estamos de acuerdo en querer ayudarlas, pero hablar de racismo y ponerle color a esa pobreza genera rechazo e incomodidad”, detalló.
La colonialidad en términos racistas está presente en prácticas sociales y políticas públicas
Para describir esta racialización de las producciones culturales y académicas legitimadas, pero también de la pobreza, de la población carcelaria, de los trabajos peor remunerados, del acceso a derechos, de los estándares de belleza; el colectivo utiliza la expresión “colorismo” o “pigmentocracia” para aludir a un sistema que relega a los no blancos a “una ciudadanía de segunda”.
“En Argentina, nuestra representatividad hacia el exterior la ejerce una persona blanca y así lo vemos en los medios, en quienes nos gobiernan, en las producciones cine. Por otro lado, cuando se busca insultar a alguien atribuyéndole la nacionalidad de un país latinoamericano que tiene muchas personas marrones como Perú o Bolivia, parece xenofobia pero es racismo; no se desea ser eso porque no representa a la Argentina”, dijo Hoyos.
En relación a las propuestas pedagógicas que incluye el libro –como trabajar memes antirracistas, el autorretrato o identificar los arquetipos marrones en el arte–, Alfaro destacó que es “muy importante que la educación tenga una perspectiva antirracista”.
“La educación nos crea los mundos posibles que podemos habitar, es la que nos da herramientas para habitar esos sueños, y si no tiene perspectiva antirracista hay un montón de personas que luego no van a acceder a determinados lugares porque hay un techo a los anhelos que se puso ya desde ahí y que tiene que ver con el racismo estructural”, aseguró Alfaro.
Por último, ambas consideraron que si bien “en los últimos años hubo gran avance de adquisición de derechos por estas poblaciones”, queda aún mucho por deconstruir.
“Si bien ya no estamos hablando del «día de la raza», la colonialidad en términos racistas está presente en prácticas sociales y políticas públicas. El ejemplo de (Villa) Mascardi es clarísimo: la presencia policial, el Estado que reprime a supuestos delitos y no mira lo que sucede con el reclamo territorial desatendido, que le permite a grandes empresarios ser dueños de un amplio territorio e impedir el acceso a un lago pero no le permite a una comunidad preexistente al Estado nacional vivir en su propio territorio”, concluyó Hoyos.