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Piripincho logró hace 15 años despertar a su nieta Mía y lo celebra con este cuento

Mía quedó con severas secuelas neurológicas producto de una mala praxis en su parto. Su abuelo Héctor Ansaldi recurrió a su personaje, Piripincho, para lograr que su nieta avance día a día y se transforme en el Hada Pushkin. Ahora, para sus 15 años, le escribió un emotivo relato que evoca esos días
El vidrio redondo

Soy de estar en sanatorios, pero la mayoría de las veces me gusta merodear por carnicerías o tarros de basura. Nos consideran sucias pero no es tanto como se dice. Los mugrientos son ellos que arrojan los residuos; nosotras solo vamos a alimentarnos con los desperdicios, que no son tales. Ellos desechan todo sin saber que cada célula viva posee un mundo dentro. Como nuestros ojos múltiples. Somos difíciles de atrapar por esa simple razón. Vemos casi en circunferencia.

En los sanatorios se preocupan en sanitizar para virus, pero a nosotras eso no nos espanta. Me gusta observar las salas de espera en las maternidades, por el clima alegre que se genera. Ansiedad y expectativa positiva; no como en otros receptáculos donde la atmósfera se pone triste, tal el caso de las cirugías por cáncer o problemas cardíacos. Me gusta acercarme a los recipientes donde guardan los órganos extirpados. Aún laten. La sangre fluye y a mí, particularmente, me atrae ese engendro de vida, post mortem.

En este caso se esperaba un nacimiento. El grupo que apareció era bastante heterogéneo; parecían un grupo de artistas, de circo tal vez. Me parecía haberlos visto dos días atrás en la carpa.

Quien iba a parir era casi una niña. No se sabía cuál sería el padre. Había dos muchachos, un señor vestido de forma estrafalaria y una mujer muy hermosa, supuestamente la madre de la parturienta.

Piripincho, el payaso que logró despertar a su nieta Mía

-Vinimos a la mañana y dijeron que no era nada… Vinimos a la tarde y la supuestamente doctora, Vanina Deglisanti, la mandó a que se tome un calmante… Venimos ahora y nos dicen que la beba puede estar en peligro…- Gritaba la mujer mientras la casi niña se iba poniendo cada vez más pálida.

Ellas habían llegado primero. De a poco fueron cayendo los dos muchachos y luego el extravagante señor. Se jugaba el partido de Argentina en el mundial 2006; el doctor Hail estaba ocupado viéndolo y no aparecía.

El que sí llegó apresurado, fue un muchacho bastante más joven que los otros dos y aún más pálido que la parturienta. Seguramente sería el padre por la forma de reaccionar, al borde del desmayo.

-Cesárea urgente, diagnosticó un enfermero.

La casi niña y el casiniño por poco se desmayan al unísono.

-Pero el doctor Hail no está, y cobró plus para atenderla en el momento que sea…-

-Termina de ver el partido y viene, contestó el enfermero mientras hacía pasar a los casi-niños a la antesala que los separaba de la troupe.

Afuera quedaron quienes seguramente eran los hermanos y padres de la que estaba a punto de ser cesareada. La mujer hermosa, madre quizá, seguía despotricando contra todo aquel personal del sanatorio que se le aparecía. Por fin se encontró con el doctor Hail, que apurado no le dio corte, metiéndose en su obligación de partero.

A nosotras no nos importa mucho el fútbol; solo vamos a los estadios para sobrevolar choripanes y restos de comida que abundan por doquier. No podría decir cómo salió el equipo argentino del mundial; pero el médico parecía molesto por la interrupción de su paciente -a pesar del “plus” que ya había cobrado por adelantado-.

Era el 20 de junio, día en que el doctor Hail había determinado que nacería esa niña que estaba a punto de asomarse a un mundo plagado de efervescentes futboleros.

La noche del principio del invierno era cruda, fría. Por eso fue que me resguardé en el Sanatorio de la Mujer; no me quedaba tan lejos del parque donde solemos merodear, pero no daba el clima para sobrevolarlo.

Eran más de las diez de la noche. A los reunidos en la sala de espera se agregó otro señor mayor, un poco más bajo, canoso y prolijo que el otro. Seguramente el padre del futuro padre. Hablaba rápido, precipitado. Al parecer no conocía a la familia de la parturienta, ya que se iban presentando entre ellos.

El tiempo pasaba, las doce de la noche se acercaban confirmando la entrada inminente del invierno. La Reina de la Noche estaría por nacer.

El estrafalario estaba bastante intranquilo, su vestimenta era carnavalesca, posiblemente había salido del circo con la ropa de trabajo -payaso, tal vez?-. Iba y venía como si no pudiera mantener su trasero en las hieráticas sillas dispuestas para dar tiempo al tiempo de una nueva vida resurgente.

Como yo estaba acomodada sobre un vidrio redondo incrustado en la puerta vaivén que daba a la sala de parto, podía ver la escena desde lejos.

-No se enciende nunca la luz rosa- Gritaba la mujer hermosa.

-Pasaron más de dos horas… Una cesárea nunca dura tanto…- Contestó el Señor B, supuestamente padre del niño-padre que aún persistía en la sala de parto.

El payaso se acercó al vidrio redondo espantándome con desdén. Estaba tan preocupado que ni siquiera reaccionó con mi presencia en el sanatorio, algo que a muchos ofusca.

Miró entre la rendija que dejaba la puerta. Fue sorprendido por el doctor futbolero que la abrió sorpresivamente diciéndole:

-Y bueno… Hay que ver la parte llena del vaso…-

-Qué vaso… Qué llena… Que qué..?- Parecía un número cómico de circo.

El médico, impávido agregó:

-Por lo menos salvamos a su hija que no muera…-

Se retiró del lugar refregándose las manos. El resto de la familia que esperaba en la sala no vio cómo el supuesto payaso ingresó intempestivamente por la puerta del vidrio redondo a mirar la situación. Lo seguí. Estaba tan sorprendido que seguramente no advertiría mi presencia.

La beba recién no-nacida estaba tirada como desperdicio para que nosotras nos hagamos una panzada. Tenía color violeta, pero con algo de latencia. Me llamó la atención y el hambre. El estrafalario, al verla, me espantó con su mano iluminada y unas palabras raras que jamás había escuchado. Profería una suerte de oración que no llegué a comprender.

La niña, de golpe, se puso rosada y comenzó a llorar.

-Es un milagro- Dijo otro médico, colorado de pelo y cara cuando vio la acción del payaso.

-Rápido… Denle asistencia… Aunque no sé para qué la quieren viva si pasará a ser un vegetal-

Las enfermeras corrieron con una suerte de globo para darle aire. Los niños-padres no veían la situación. Él estaba casi desmayado y ella dormida.

El estrambótico siguió a las enfermeras radicándose en otro piso del que había quedado la madre de la niña recién resucitada. Lo seguí.

-Qué le hizo señor para revivirla?- Preguntó una de las enfermeras.

-Un arte espiritual. Todo arte es espiritual. No sé lo que hice. Lo mismo que hago en la pista del circo para revivir emociones sagradas, primarias…-

Por un tiempo seguí al payaso y a la pequeña niña nacida como Reina de la Noche, quién sobrevino a la vida, pero quedando con una complicada parálisis cerebral producto de un mundial de futbol.

La alegría en ella es irremediable. No habla, no camina, pero es el ejemplo de la verdadera felicidad.

Al verla, más que una mosca, me siento una mariposa del mundo de las hadas, donde la niña vivió desde aquel mágico momento.

 

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