Frente al riesgo de un desierto político, más brutal y más aciago que el de 1983, el peronismo ordenó -entre recelos y chispazos- su hoja de ruta y se enfocó en la cruzada más cuesta arriba de las últimas 3 décadas: remontar una presidencial que, en los papeles, muestra a Mauricio Macri como el favorito.
El universo PJ –Cristina de Kirchner, Daniel Scioli, los gobernadores, La Cámpora, los caciques sobrevivientes y los derrotados– hallaron una sintonía común, una especie de pacto implícito y genérico para dejar para otros días, un futuro incierto, las riñas y disputas. El propósito es, ahora, inyectarle expectativa al balotaje del 22-N. Más simple: revertir la tendencia y el clima de derrota que dominaron los días posteriores a la elección del 25-O.
Entre otras rondas, hubo una charla de Scioli y la presidenta para acomodar la campaña, una cumbre en Tucumán que alineó al cacicazgo peronista y múltiples juntadas provinciales y municipales para, sobre todo, involucrar a los derrotados de las Paso y de las generales en la campaña para el 22-N.
De esas rondas y conversaciones, surgió un menú de tesis y acuerdos. Veamos los más relevantes:
En Tucumán, el club de gobernadores rodeó a Scioli, blindó el acuerdo interperonista y le planteó distintas acciones, entre ellas los cuatro puntos de la nueva campaña –82 por ciento móvil, Ganancias, retenciones y narcotráficos– temario que generó contrapuntos.
“Ganancias lo tiene que sacar Cristina, ahora, por decreto” pidieron los sindicalistas encabezados por Antonio Caló, pero Carlos Zannini hizo una mueca de rechazo, a la vez que Scioli dijo que era más eficaz como propuesta.
Algo similar ocurrió con el 82 por ciento móvil para jubilados, propuesta que impulsaron los gobernadores pero que valió la reacción negativa de Diego Bossio, titular de Ansés.
Lo miraron como que no entendía el momento y las urgencias políticas, y más tarde, en el diseño oficial se acomodó la propuesta a la variable del 82 por ciento móvil para los de la mínima.
El santafesino Omar Perotti tiró el caso de su provincia y el porqué de la buena elección de Sergio Massa en el sur, que vinculó con la idea del tigrense de poner en un lugar central de su agenda de campaña el tema del narcotráfico, especialmente sensible en esa provincia. Se incorporó y luego se le agregó volumen, con la idea de que si fue –junto al 82 por ciento móvil–, uno de los temas fuertes de Massa, se puede seducir a esos votantes, en particular los que son peronistas o filo PJ. Fernando Espinoza se entreveró con datos y argumentos de por qué ese votante iría, en el balotaje, a Scioli.
Definición de ese punteo se hizo sobre el mapa del voto. “Nosotros podemos hacer más esfuerzo pero la elección se gana o se pierde en Córdoba y la provincia de Buenos Aires”, dijo un gobernador que se impuso con comodidad y recordó que en PBA el FpV sacó el mismo resultado que en las Paso y en Córdoba anduvo abajo de 20 puntos mientras Macri superó el 50. La referencia sobre la provincia mediterránea remitió a la figura de Juan Manuel Urtubey, gobernador de Salta, que se había hecho cargo de la campaña en esa provincia pero luego de dos o tres desplantes que atribuyó a operadores sciolistas, desistió entre quejas. El salteño fue uno de los que faltó a la cumbre de Tucumán y lo hizo porque viajó a Londres a ver el partido de Los Pumas contra Sudáfrica por el tercer puesto. El dato, que circuló entre los comensales durante el asado en la casa de Manzur, se mencionó con sorna. “Algunos peronistas creen que si pierde el peronismo, ellos ganan”, observó un bonaerense.
Pero la queja más gruesa fue porque Scioli no armó un comando de campaña que fije tácticas y roles y que coordine con los jefes territoriales. Fue uno de los motivos de algunos resultados magros como el de Entre Ríos, donde la centralidad de Sergio Urribarri no alcanzó para ganar la elección en el segmento presidente justamente porque el gobernador y “candidato a ministro de Interior” no consiguió contener a las víctimas de las Paso, algunas dañadas por su intervención.
Misma mirada hay sobre lo que ocurrió en Buenos Aires, el síndrome Julián sobre la falta de involucramiento en la campaña de Aníbal Fernández de los perdedores de la interna, lo que también afectó la lista de Scioli. El caso de Adrián Fuertes, candidato a gobernador entrerriano de UNA, que anunció apoyo a Scioli, es un antecedente que el peronismo, en público o en privado, empezó a pactar con massistas y rebeldes. La teoría general sobre un panperonismo está en cada mesa de arena y supone buscar entendimientos y acuerdos con jefes y caciquejos de todo color y calibre a lo largo del país: de Adolfo Rodríguez Saá a Juan Schiaretti, y a los gremios y a postulantes, fallidos, en los municipios.
Con argumentos variados, pero sobre todo sobre la base de que Scioli los “quiso” fuera de la campaña, La Cámpora jugó a media máquina, convencido de que ganaban en la provincia y tendrían, con Aníbal, un lugar de refugio y poder. Esa idea del daño administrado, que se replicó en votantes K, tuvo su costo. La agrupación de Máximo Kirchner se metió en la campaña territorial y el diputado electo, como mensaje simbólico de desembarco en la provincia e involucramiento directo con la estrategia electoral, coordinó movimientos y definiciones con un puñado de intendentes jóvenes.