El sistema de higiene urbana de la ciudad es ambicioso pero todavía no demostró las mejoras prometidas. Al mantenimiento del espacio público le falta mucho. Las obras públicas de escala mediana-grande dependen de la gestión de fondos ante provincia y nación. El transporte sumó innovaciones que en algún caso se tradujeron en beneficios al pasajero, como la Tarjeta Sin Contacto o el Cuándo Llega, pero en otros no tanto porque se convirtieron en “ahorro” y fueron a amortiguar los déficits del sistema.
El sello Fein
Por el contrario, donde la gestión de Mónica Fein no tiene grises es en lo referido a movilidad urbana, es decir al desplazamiento cotidiano por sus calles de los transportes públicos, vehículos particulares y peatones.
Desde el primer día la intendenta hizo de este un eje central de su mandato. Desafío que pareciera accesible por no requerir presupuestos millonarios. El hecho de que montar carriles exclusivos, liberar calles de estacionamiento, redireccionar recorridos de colectivos son realizaciones que no requieren más que pinturas asfálticas, señalética vial y horas extras de inspectores de tránsito lleva a que se minimicen los cambios. Cambios que tienen una dimensión histórica, porque la ciudad (no sólo el gobierno) está redefiniendo el uso de su núcleo central en torno al cual se formó, en el que todavía vive y se desplaza la mayor cantidad de gente y por el que se movilizan recursos económicos y mercancías.
El acierto del gobierno es de carácter político-administrativo. Pasa por ponerse por encima y contener (hasta ahora con éxito aunque no sin ruido) la maraña de intereses, costumbres, hábitos y pautas culturales de uso que coexisten en el área céntrica.
Cada rosarino pareciera estar de acuerdo en que el antiguo orden de funcionamiento del área central estaba agotado y debía modificarse. De ahí a la construcción de un nuevo orden hay un complejo trecho.
Por eso surgen los debates que surgen y son tan trabajosos los consensos a la hora de abrir un carril exclusivo o de eliminar el estacionamiento en una equis cantidad de cuadras. La decisión política de privilegiar el transporte público implica sacrificar a la vaca sagrada del capitalismo moderno, a la que le gusta pastar sin restricciones y en manadas cada más numerosas donde haya un metro cuadrado de asfalto.
El auto se volvió aliado estratégico de un modelo de comercio que ahora, ante la mínima restricción de circulación o imposibilidad de estacionar, teme que se venga el mundo abajo. El centro es, además, una fuente de negocios fenomenal. Rediscutir su orden implica reasignar ganadores y perdedores, o al menos introducir incertidumbre donde tenían la vaca bien atada.
Vuelta de tuerca
Son complejidades intrínsecas a ordenanzas como la que discutió el Concejo Municipal el jueves pasado, que prohíbe dejar el auto en una decena de calles del centro y suprimir entre 700 y 800 boxes de estacionamiento. Taxistas, colectiveros, usuarios de trasporte público y peatones están a favor. El sector comercial no tanto.
En el Concejo el tema se discutió durante ocho meses. Aun así no es garantía de que las cosas sean definitivas. La Asociación Empresaria avisó que pretende reducir el impacto de la ordenanza y al mismo tiempo hay señalamientos de propietarios de cocheras y playas de estacionamiento privadas, en sus casos alcanzados por una segunda ordenanza, también sancionada el jueves, que introdujo profundos cambios a la regulación del sector.
Esta última normativa induce el ingreso al negocio de jugadores capaces de invertir en edificios, sean soterrados o en altura, para atender la demanda de un centro que tendrá muchos menos autos estacionados en la calle. Ya no más tumbar una casa, pintar unos cuantos boxes y empezar a cobrar.
Ciudades de escalas tan diferentes como Nueva York o Rafaela trabajan full time para encontrarle la vuelta al tráfico vehicular y el desplazamiento de sus habitantes. Todas experimentan en base a un mix de innovación y adaptaciones de experiencias ajenas. Rosario hace lo propio.
Hace dos años y medio no había carriles exclusivos. Hoy existen y se usan. El apocalipsis profetizado como caos urbano nunca llegó. Por el contrario dio resultados concretos en cuanto al objetivo de agilizar el paso del transporte por la zona céntrica, y redujo aquellas resistencias iniciales. Más aún, cada paso que se dio legitimó el siguiente, lo que convirtió las reformas en un proceso virtuoso progresivo: los primeros carriles exclusivos llevaron a los siguientes, y éstos a las bicisendas en arterias donde pocos la imaginaban, y de ahí a prohibir el estacionamiento con el fin de usufructuar el ancho total de la calle para dar fluidez al tránsito.
Es un hecho que Intendencia y Concejo apuntan a complicar el ingreso de vehículos particulares al centro. Para eso tienen que convencer al rosarino de que le conviene usar transportes públicos, que aunque resigne algo de comodidad se va a ahorrar mala sangre, dinero, tiempo y multas.
Hasta ahí el plan es el ideal. Las dificultades siguen estando en el transporte público disponible. Siempre vulnerable a las mínimas oscilaciones en la ecuación económica financiera, no logra despegar en calidad y cumplir el rol que está llamado a protagonizar en este plan de movilidad. El logro esgrimido por la administración socialista de contar con la flota de ómnibus más joven del país se ve opacado por la recurrente falta de higiene, el viaje como ganado en camión jaula durante las horas del día con mayor demanda, o los colectivos que dejan pasajeros plantados en las esquinas porque no entra ni un alfiler. El único aliciente es que no hay otras ciudades del país donde el transporte metropolitano de pasajeros sea mejor.
El consenso político
El amplio consenso logrado en el Concejo por las ordenanzas para prohibir el estacionamiento y la nueva regulación de cocheras y playas de estacionamiento es indicativo de que, al menos en este caso, cada bloque privilegió su mirada del tema específico en tratamiento por encima del tradicional posicionamiento político entre oficialistas y opositores. Votaciones que en muchos casos se definen por uno o dos votos y a veces con desempate, esta vez se aprobaron con amplias mayorías.
Aunque le llevó tiempo acomodar la relación con el Concejo, la gestión Fein no pretende lealtades eternas más allá de las del interbloque del Frente Progresista, sino un juego dinámico que le permita construir mayorías transitorias para cada tema en particular. Votaciones trascendentes como las del jueves, o antes aumentos de tarifa de transportes públicos, tasas municipales, la discusión del Código Urbano o el mismo presupuesto resultaron posibles con diferentes aliados circunstanciales. En este tiempo cavalleristas, los kirchneristas Sukerman y López, los radicales disidentes, el PRO y “los sueltos” fueron rotando de roles. En ocasiones coincidieron con el Frente Progresista y en otras no. El hecho de que desde diciembre pasado la intendenta haya hecho gestos de apertura, que esté accesible al diálogo personal y ofrezca cuotas de protagonismo, permite a los no oficialistas entrar y salir todo el tiempo de la mesa de negociación, proyecto por proyecto, sin desatender que tan importante como ser opositor es no aparecer poniendo palos en la rueda. Y que en las actuales circunstancias, la necesidad de sobrevivir en política manda diferenciarse no sólo del oficialismo sino también del resto del prolífico y atomizado universo opositor.