Esteban Guida
Fundación Pueblos del Sur (*)
Especial para El Ciudadano
Una de las interpretaciones que se han hecho sobre el resultado de las elecciones Paso del último 12 de septiembre es que la gente quiere más plata en el bolsillo. La referencia parece apuntar en particular a las personas de menor ingreso; es decir, que los pobres quieren que les pongan más plata en el bolsillo.
Pareciera ser esto una verdad de Perogrullo, porque, ¿quién pudiera negar que las personas con escasez material necesitan más dinero para satisfacer sus necesidades básicas? En línea con esta idea, el gobierno está lanzando una serie de medidas que apuntan directamente a mejorar en lo inmediato los ingresos de la población económicamente más pobre, con un esfuerzo fiscal muy significativo que podría rondar entre el 0,5% y el 1% del PBI. Ciertamente las medidas tienen un neto corte electoral, no sólo porque así las presenta el oficialismo, sino porque plantean un impacto de corto plazo (antes del 14 de noviembre). Sin embargo, está en duda la sostenibilidad del impacto que se busca, ya sea por el efecto que tenga la inflación sobre estos ingresos adicionales, como por el financiamiento de las medidas, ya que vienen a abultar un déficit fiscal que el propio gobierno se ha planteado reducir aun más.
Pero si se analiza la situación con un poco más de aprehensión al hecho de que “la gente” son personas, compatriotas, hermanos y compañeros, la cosa cambia, y mucho. Sería necesario contar con una mirada más humana a la hora de interpretar el descontento del pueblo con los gobiernos de turno; tal vez, de esa forma, las políticas económicas podrían acercarse un poco más al sentimiento popular, y evitar el choque permanente entre las motivaciones del pueblo y las decisiones de sus gobernantes.
Es cierto que falta plata, pero eso es una parte de un conjunto más amplio y profundo de necesidades que está manifestando el pueblo argentino. La idea de que el descontento que ha manifestado el electorado en las últimas elecciones se resuelve poniendo plata en el bolsillo de los pobres, se afinca en una mirada estrictamente material del problema, que subestima, desprecia o descuida aspectos espirituales, motivacionales, sociales y políticos del pueblo argentino; cuestiones que algunos políticos parecen desconocer o no querer aceptar.
Esto es más relevante de lo que parece, porque de ser así, el problema supera ampliamente lo estrictamente económico. Es decir que no todo es dinero, mucho más para un pueblo que encuentra en la historia de sus padres y abuelos la responsabilidad de decidir sobre los destinos de la Patria, participado de una propuesta de solución para los hombre y mujeres de todo el mundo, en un marco de dignidad y sentido de Nación. Ese argentino está muy lejos de conformarse con un poco más de plata en el bolsillo; quiere que sus representantes representen sus aspiraciones como argentino, que defiendan los interesas de la Patria, los valores que se anidan en las grandes mayorías populares, por historia, por cultura y por herencia.
Visto desde esta perspectiva, la solución económica va mucho más allá de una política de expansión del gasto por subsidios directos y aumentos de asignaciones familiares. Aunque ciertamente este tipo de medidas apuntan a morigerar (aunque sea un poco) con urgencia los efectos de un esquema económico injusto, regresivo, dependiente y subordinado a intereses ajenos a los del pueblo, plantear este tipo de medidas sin un programa económico que apunte a incorporar rápidamente a esas personas al mundo del trabajo, formal y digno es, lisa y llanamente, otra injusticia más.
Seguramente habrá coincidencia en que para solucionar los problemas económicos de las personas y del país es muy efectivo, sustentable y eficiente, crear trabajo digno que “poner planta en el bolsillo de la gente”. Pero desde hace muchos años que esto no parece estar en discusión, porque aumentan los subsidios (sea cual fuere el color político del gobierno) y cae la calidad y cantidad del trabajo.
El problema del trabajo es realmente grave. Parece que se ha transformado en costumbre convivir con una tasa de desocupación del 10%; de hecho, no se escucha hablar de este guarismo como algo inaceptable que exige inmediata solución. Pero los datos que recientemente publicó el Indec sobre el mercado de trabajo muestran que si bien la desocupación sigue en torno al 10% (algunas regiones por encima y otras por debajo de este guarismo) la subocupación alcanza otro 20% aproximadamente de la población económicamente activa. Además hay que aclarar que por ocupado se entiende a la persona que trabaja por lo menos una vez por semana… O sea, el trabajo que tienen no les alcanza para vivir, por eso buscan trabajar más. Ni hablar de que un Salario Mínimo, Vital y Móvil no alcanza el nivel de la línea de pobreza para una familia tipo. Por todo ello, el problema del trabajo es mucho más grave de lo que aparenta.
El pueblo argentino quiere trabajo, pero trabajo digno. Y las medidas que se espera son las que permitan avizorar que el gobierno tiene como objetivo principal la generación de trabajo, pero en serio. No alcanza con subsidios, o bonos anuales, o programas de empleo que apenas llegan a ciertas personas, o que siguen planteando ingresos por debajo de la línea de pobreza. El pueblo percibe que el mango de la sartén está en la mano de los poderosos y que el aceite está otra vez caliente…
Nadie puede negar que el pueblo quiere que sus representantes los escuchen, los comprendan y los amen; que los políticos representen el interés nacional y que se jueguen exponiendo los intereses ajenos que atentan contra nuestra Nación y contra nuestro patrimonio; que dejen de arreglar los grandes asuntos del país a sus espaldas y en otros países. No se soporta más la entrega de la riqueza nacional, la inoperancia de los funcionarios y la hipocresía del discurso políticamente correcto para las cámaras de los medios, que cocinan la información ocultando lo importante.
El pueblo quiere lo que queremos todos: volver a ser una Nación.
(*) fundacion@pueblosdelsur.org