Esteban Guida
Fundación Pueblos del Sur (*)
Especial para El Ciudadano
La semana pasada hablábamos del aumento de la desigualdad social en Argentina. Ahora, con los datos recientemente publicados por el Indec, le toca el turno a la pobreza y la indigencia.
En el primer semestre de 2019, un mes antes del debacle económica precipitada luego de las Paso, el 35,4% de los argentinos tenían un ingreso por debajo de la línea de pobreza, lo que implicó un salto de 8,1 puntos porcentuales con respecto al dato registrado en igual periodo de 2018. A su vez, el 7,7% de las personas tuvieron un ingreso por debajo de la línea de indigencia, casi tres puntos más que lo registrado un año atrás.
En números absolutos y extrapolados a la población total, el Indec estima que el número de pobres en Argentina se aproxima a las 16 millones de personas, de las cuales 3,4 millones son indigentes. En otras palabras, esto quiere decir que aproximadamente una de cada tres personas no tiene el ingreso suficiente para adquirir una determinada cantidad de bienes y servicios coincidente con la Canasta Básica Total que confecciona el Indec; y que 1 de cada 12 personas ni siquiera llega a comprar el conjunto de alimentos para cubrir el mínimo de calorías que necesita para vivir.
Un número aún más preocupante es que el 52,6% de los niños y niñas entre 0 y 14 años son pobres, y el 13,1% son pobres e indigentes. Es decir, que en Argentina hay más chicos pobres que no pobres.
Por su parte, los números son preocupantes cuando se analiza la situación por regiones, ya que hay zonas del país donde el porcentaje de personas en situación de pobreza superó los 40 puntos: Concordia 52,9%, Gran Resistencia 46,9%, Santiago del Estero-La Banda 44,8%, Salta 41,8%, Corrientes 41,4%, y Formosa 40,1%, entre otras.
A la hora de explicar las causas de este fenomenal incremento de la pobreza, algunos se apresuran (tristemente) a culpar de “vagos” a los pobres. Sin embargo, el número de pobres se va engrosando producto de la pérdida de poder adquisitivo de los ingresos que no crecen al mismo ritmo que lo hace la inflación. O sea, falta trabajo; pero a una parte importante de los que sí trabajan tampoco le alcanza para tener una vida económicamente digna.
A junio de 2019, el costo de la canasta básica aumentó alrededor del 59% con respecto a igual mes del año anterior; mientras que los salarios aumentaron un 40% en promedio. Incluso en contextos como el actual, los salarios de las personas pertenecientes a los deciles (media de ingreso) más bajos de la población suelen aumentar a un menor ritmo que el promedio. De hecho, la inflación de tales grupos suele ser mayor al promedio general, dado que gran parte de sus ingresos son destinados a bienes y servicios básicos (por ejemplo, alimentos) que son los rubros que más aumentos de precios han registrado últimamente.
Sucede que con el pasar de los meses una mayor cantidad de personas van a ir quedando por debajo de la línea de pobreza que calcula el Indec. Incluso, con el agravamiento de la situación poselecciones primarias, las cifras de pobreza seguramente crecerán.
Esto lo afirma un estudio del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina (UCA). El gobierno de Cambiemos asumió con un nivel de pobreza cercano a los 29 puntos porcentuales; pero el propio director de la entidad, estimó que para fines del mandato la dejará en un nivel cercano a los 40 puntos. En base a estos datos (de fuente avalada por el macrismo) puede afirmarse que, aunque la reducción de la pobreza fue el objetivo central del gobierno de Mauricio Macri, Cambiemos dejará un país con un 10% más de pobres.
Decir que el gobierno de Macri fracasó en este sentido no es una cuestión de opinión, puesto que ante un objetivo tan claramente definido los incuestionados indicadores y la realidad misma lo confirman de manera contundente. Pero el punto no está en hacer leña del árbol caído, sino en destacar que un programa económico que genera semejante cantidad de pobres en tan poco tiempo nunca puede ser una alternativa elegible para un país como la Argentina.
Ya no quedan relatos para negar que el problema radica en la concepción política y filosófica que encarna Mauricio Macri, la que por cierto y tristemente muchos argentinos conscientes (de todo o parte) decidieron apoyar. Por eso lo que viene no puede ser igual, ni semejante, ni parecido a lo que generó el desastre socioeconómico en el que vivimos.
También quedó claramente expuesto que, en términos de pobreza (y de tantas otras cuestiones sociales, económicas, culturales, geopolíticas, etcétera, etcétera) el cambio por sí solo no es ninguna garantía de mejora. En la esperanza de que esto pudiera ser así, muchos aceptaron “el cambio” sin exigir compromisos, ni fundamentos, ni explicaciones de su accionar.
Esa es otra experiencia que más vale no volver a repetir. Ya aprendimos que no alcanza con decir: “Sí, se puede”, como tampoco afirmar: “Vamos a poner la Argentina de pie”. Estos fracasos no empujan a pretender saber cómo se va a hacer lo que se promete, cómo se repartirán los sacrificios, cómo vamos a defender nuestro patrimonio, en qué prioridad van a estar los niños y ancianos (si antes o después del pago de intereses de la deuda que ya se sabe quiénes fugaron), qué medidas se van a adoptar para bajar la pobreza, cómo nos vamos a insertar en el mundo, etcétera, etcétera.
Es el momento de participar en todas las instancias posibles donde se manifieste organizadamente la comunidad, y disponerse a contribuir al diálogo y la discusión de estos temas, que son los que verdaderamente importan, puesto que para su efectiva resolución se requieren una comprensión más profunda y exhaustiva de los anhelos y objetivos de una comunidad que, aunque no sepa muy bien el cómo, tiene que tener claro qué quiere ser y a dónde quiere llegar.
Si esto queda reservado al secreto de una elite de dirigentes y funcionarios, es muy probable que en algún momento alguien vuelva a lamentarse al escribir un artículo semejante a éste.
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