Por Julio Belloni / Especial para El Ciudadano
Previo al estallido de la burbuja financiera en 2008, países como España habían vivido una etapa de crecimiento económico cimentado en la disponibilidad de crédito para el consumo y la construcción. Sin embargo, la imposibilidad de trasladar estas variables a una mejora en la competitividad de los productos industriales dentro del mercado común, llevaría al quiebre de la economía española una vez que la disponibilidad de fondos se agotó y las deudas se tornaron impagables.
Como salida a la crisis, Europa (con Alemania a la cabeza) emprendería un proceso de salvataje de los bancos para de esa manera garantizar la sustentabilidad del modelo implementado, acompañado por un estricto y demandante plan de ajuste en los países más comprometidos.
Las medidas de ajuste, impulsadas por el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea, provocarían que los ciudadanos españoles vieran disminuir su calidad de vida a medida que el desempleo aumentaba y los gobernantes cargaban sobre ellos el peso de la crisis. Muy pronto, la gente comenzó a reunirse en las plazas para protestar contra los políticos, banqueros y especuladores, quienes eran considerados responsables de la crisis financiera y por lo tanto, los que debían pagar sus consecuencias. Las denuncias de corrupción y connivencia entre empresarios y funcionarios se reprodujeron y el reclamo de los denominados Indignados o Movimiento del 15-M, pasaría a ser, ya no sólo una protesta contra las medidas económicas, sino frente a una elite política que secuestraba para sí la potestad de decidir, un fenómeno que acabaría por diezmar la legitimidad de los partidos tradicionales y pondría en crisis el sistema de partidos producto de la Transición y Los Pactos de la Moncloa.
A pesar de la presión en las calles, las elecciones de 2011 mostrarían la imposibilidad de concretar un cambio real en la política y las instituciones sin un actor que traslade las demandas de los movilizados a la arena electoral. La victoria del PP, pondría en consideración la necesidad de articular las demandas de la sociedad civil tras un partido político que pudiera reflejar parte del sentimiento que corría en las plazas. La irrupción de Podemos en las elecciones europeas de 2014, marcaría la aparición de una organización que intentaría canalizar el descontento y el espíritu de cambio presente en la población.
Esta nueva constitución partidaria alcanzaría posiciones de poder relevante logrando captar parte del imaginario indignado y el sentimiento de empoderamiento social que corría en las plazas. De cara a las elecciones generales de diciembre de 2015, Podemos se constituiría como una gran fuerza a nivel nacional, logrando romper con el tradicional bipartidismo español. La imposibilidad del Partido Popular y su candidato Mariano Rajoy de conformar gobierno en primera instancia, marcaría qué tan profundo lograría calar la disconformidad de la sociedad con los partidos tradicionales, como así también el avance de la formación liderada por Pablo Iglesias.
Sin embargo, a pesar del entusiasmo de Podemos y sus líderes tras la reñida primera vuelta que obligaría a un nuevo llamado a elecciones, la maquina electoral conformada para ganar y la excesiva verticalidad y confrontación del partido alejaría poco a poco a sus votantes. Aquellos que se acercaron a Podemos por su cercanía con lo propuesto por Indignados se sintieron desilusionados cuando las cabezas del partido concentrarían todo el poder y la facultad para la toma de decisiones de cara al nuevo desafío electoral. Más aún, el excesivo enfrentamiento discursivo al mismo tiempo que se buscaban alianzas electorales con partidos tradicionales como el Partido Socialista o Izquierda Unida desconcertaría a sus votantes, quienes veían a Podemos cada vez más parecido a los partidos que buscaba enfrentar.
Con este panorama, la pérdida de votos de la alianza Izquierda Unida-Podemos en las elecciones del 26 de junio de 2016, relegaría a esta confluencia política a un tercer puesto. A pesar de que estos resultados no eran los esperados, es necesario destacar el posicionamiento que el partido liderado por Pablo Iglesias lograría en ciudades muy importantes como Barcelona, Madrid y Zaragoza.
A través de los “ayuntamientos del cambio” Podemos se posicionaría en la escena pública como aquel que impulsaba parte de los intereses de los Indignados, si bien no buscaba ser el partido de los mismos. Las propuestas en torno a la defensa de los derechos básicos como la vivienda y la educación pública, la lucha contra la corrupción, la mayor transparencia en la política, y la ruptura del bipartidismo serían aspectos destacables del rol de este nuevo partido. Sin embargo, esto se daría a través de una conformación electoral y una organización partidaria que por momentos parecería olvidar el espíritu “indignado” que buscaba atraer. Con el objetivo de “asaltar el poder”, Podemos se alejaría de ciertas estructuras más horizontales como la toma de decisiones mediante consenso y la pluralidad de mandos.
Las dos facetas aquí explicadas dan cuenta de las tensiones permanentes en un partido político surgido en 2014 que rápidamente alcanzó preponderancia electoral. A pesar de los errores cometidos desde esta fecha, es notorio el avance de la agrupación y la importancia que tomó en la política española.
Licenciado en Ciencias Políticas (UNR)