Por Juan Aguzzi
En lo que ya a esta altura es una convocatoria anual a ver y escuchar grandes bandas de rock, de pop, de pop-rock, de punk-rock, de hard-rock, y así podría seguirse hasta colmar las variables con que un par de guitarras, bajo, batería y una buena voz –amén de otros agregados pero que sin los mencionados poco o nada podrían significar– pueden hacer brillar el firmamento genérico del rock y el pop como pilares, el sábado y el domingo últimos tuvo lugar el enorme maratón musical llamado Personal Fest. Un Festival que lleva nueve ediciones y tiene lugar cada año en las extendidas instalaciones del club G.E.B.A (Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires) y donde durante dos días se tiene la posibilidad de ver a bandas o solistas favoritos, descubrir sonidos en vivo que cambian la escucha de discos o sorprenderse con algún grupo de segunda línea en los escenarios internacionales que dejan pensando acerca de lo injusto de los top ten y de la política de las disqueras.
En la presente edición de un festival que ya está posicionado como el más grande del país en su rubro, que apuesta cada vez a conformar un line up con una amplia gama de ofertas para que nadie del público se quede con las ganas, tocaron 50 bandas, entre las que hubo cuatro que cerraron –a dos por día– las jornadas y que legitimaron el agregado de “Deluxe”, como se promocionó el Personal durante la previa. Aerosmith, Muse, Jane’s Addiction y Whitesnake fueron las poderosas formaciones que dieron el toque –más que toque debiera decirse el terremoto– sonoro que engalanaría al Festival y que permitió apreciar cierta magia que todavía despliegan, más allá de todo gusto o preferencia, aquellas con más décadas encima como la que lidera Steven Tyler o Whitesnake, quien tiene al veterano David Coverdale, otrora vocalista de Deep Purple, ejerciendo la batuta con su voz. Claro que Jane’s Addiction, la formación oriunda de Los Ángeles liderada por el carismático Perry Farrell, que lleva 25 años en los escenarios con algunas intermitencias, y que es orgullosa merecedora del mote que señala su universo como de “sonido huracanado”; y los más modernos de Muse, otra gran banda británica que también hace gala de una textura sonora con suficiencia devastadora, demostraron que disputan palmo a palmo y con la balanza de su lado todo lo que de mítico pueda sostener a aquellas dos pioneras con honores ganados.
Su majestad la potencia
Si algo caracteriza a los festivales de este tipo es que las bandas hacen absoluta ostentación de su poderío sonoro, algunas con licencia calificada y otras tal vez para cubrir ciertas debilidades de sus líricas o de su presencia sobre el escenario. En el Personal Fest, hay que decirlo, las bandas suenan para abatir cualquier otro sonido que quiera abrirse paso. Y en las formaciones de menos tiempo pero fecundas en su búsqueda de identidad, este aspecto es una verdadera atracción extra. Entre las 25 bandas, repartidas en cuatro escenarios –dos principales, uno intermedio y otro más pequeño y para shows de bandas nacionales– que tocaron en la jornada del sábado destacaron dos formaciones nacionales, La Patrulla Espacial y Reyes del Falsete, ambas dueñas de un afiatado sonido anclado en el rock y el pop y en el caso de los últimos con letras elaboradas que discurren sobre penas existenciales. Los espíritus stoners vendrían un poco después con grupos como Buckcherry, un quinteto de Los Ángeles con irreverente actitud punk y sonido rockero que tiene en el joven Joss Todd, su vocalista, a un formidable front man que despierta las pasiones del público a puro desafío de movimientos hard hipnóticos y casi pornográficos.
Algo distinto, pero también con el objetivo puesto en el power que suele clasificar a los tríos –guitarrista, batero y una bajista de púa tomar–, la banda inglesa oriunda de Southhampton, Band of Skulls, demostró su refinado gusto para los riffs bluseros y rockeros con que las canciones –que solían iniciarse como baladas– se volvían picantes sustanciándose en paisajes iracundos de alto vuelo con referencias a un folk garagero.
Así, de paso con Juanse haciendo sus pases rollingas; un ex Menudo que hizo no pocos hits de raigambre pop para otros músicos y ahora conocido como Draco Rosa, llegaría la rompeamplificadores Whitesnake, con un sonido que remeda a la de los últimos setentas y tempranos ochenta: puro y poderoso hard rock que, en la voz de David Coverdale se posesiona de los fans convirtiéndolos en una hinchada futbolera. Riffs al máximo en las dos violas para contener una balada cuya letra incursiona en avatares sentimentales. Destreza construida en la experiencia y el punto de una banda metalera puesto en ebullición constante.
Un poco después, y cuando el predio había sido ocupado por algo más de treinta mil almas, Aerosmith, el más esperado de esa jornada, puso pies en el escenario y brindó un show híper poderoso hecho a base de hits y de algunos –pocos– temas menos conocidos que sus fanáticos festejaron hasta el delirio. Con una pasarela en la que el eterno Steven Tyler y su adlater y guitarrista Joe Perry hicieron de las suyas solos y juntos arriba de un piano blanco, Aerosmith demostró su poderío magnético para embelesar a su corte, y si bien el ubicuo Tyler no oculta que su voz va decayendo, su habilidad y destreza física lo vuelven a situar como un héroe del rock mundial.
Se va la segunda
El día dos del Personal Fest también ofreció una grilla de alto nivel y arriesgadas performances. De los que brillaron con luz propia merecen destacarse Kashmir, una de las bandas más reconocidas de la escena alternativa danesa y que luego de 20 años de existir cuenta ahora con gran predicamento mundial. Kashmir muestra una propuesta sonora compleja y refinada de pasajes astrales y gran fuerza rockera poniendo en consideración su intensa y sugerente capacidad de innovación.
Un poco después llegaría el ex guitarrista de The Strokes, Albert Hammond Jr., con formación propia y un liderazgo conforme a su experiencia en la fase new wave más filosa que supo declamar con la gran banda neoyorkina. Virtuosos músicos y tres guitarras atronadoras, con Hammond Jr. a la cabeza pusieron al público en contacto con algunas encantadoras canciones de un nuevo disco pronto a aparecer.
También muy esperada, con el campo colmado media hora antes, Jane’s Addiction volvió –es su tercera vez en Buenos Aires– para desplegar su atribulada conciencia de eléctrica densidad fogoneada por el guitarrista Dave Navarro y sostenida por el bajista Chris Chaney. Y claro, la presencia inquieta del esplendoroso Perry Farrell que contagia alegría a esa áspera frugalidad sexual y sadomasoquista que permea la identidad de la banda. Con puesta en escena que incluyó dos chicas en ropa interior por demás de insinuante actuando números de fogosa excitación, los Jane’s Addiction llevaron su orgiástico sonido al cenit de sus posibilidades. De lo mejor de la noche.
Apenas veinte minutos después, el escenario principal recibió al trío –esta vez con el agregado de un tecladista para el vivo– de Muse, un grupo liderado por Matt Bellamy, guitarrista y cantante que no pocos verán como una suerte de Thom Yorke (de Radiohead) en sus atribuladas actitudes y su cara sin sonrisas. Tremendo despliegue escénico el que hace Muse para contagiar las crítica a las injusticias y calamidades sociales provocadas por el grupo de poderosos que dirige el mundo. Y lo hace con una fuerza atendible, que suele pasar disimulada en sus discos bajo subterfugios excesivamente instrumentales, que consigue sacudir con efectividad de power trío y con la briosa guitarra de Bellamy y los múltiples efectos lumínicos y de imágenes con que el show se posiciona como una poderosa experiencia de la que nadie saldrá indemne. Menos aun el propio Bellamy, o su bajista Chris Wolstenholme o su baterista Dominic Howard, que dejan sudor y entrega sobre el escenario.
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