“¿Dónde crecen los muertos, / o florecen? ¿Dónde queda / su rastro, su semilla?”, pregunta Sebastián Riestra en uno de los versos que forman parte de su nuevo poemario La muerte duplicada (Homo Sapiens ediciones). Una elegía a los militantes de los años 70 que fueron víctimas del terrorismo de Estado en la Argentina.
Se trata de un libro que establece una significativa ruptura con la ya conocida poesía de Riestra que pasa, de retratar distintos estadios del amor, quizás más intimistas, tales como El ácido en las manos, Romero o Rémora, a transitar por los caminos de un doloroso pasado reciente cuyo sufrimiento parece no terminar nunca y, en contrapartida crece. “¿Para qué peleamos tanto si al final después de esa pelea el pueblo usó el voto para colocarlo a Macri en el poder?”, dice en diálogo con El Ciudadano.
—Tu poesía tiene que ver con una línea más ligada al amor. ¿Cómo se produce esta ruptura en “La muerte duplicada”,tu nuevo poemario? —Trabajé permanentemente una poesía del yo. No es que el nosotros estuviera prohibido, ocasionalmente aparecía. Pero en este libro se produce una ruptura en ese sentido y por primera vez me encuentro con el nosotros, más allá de que también el libro está proyectado desde el yo del poeta. Tiene que ver con que de alguna manera me interpela el país. En cierto momento, cuando triunfa en las elecciones (Mauricio) Macri, la gran amargura que yo tenía desemboca en una pregunta. Yo soy integrante de la generación del 80, la que recuperó la democracia. Dimos dura pelea para recuperarla. Pero además, estoy muy cerca de los años 70 y siento la continuidad de ese legado generoso que brindó esa generación.
La generación más generosa
—¿Cuál es esa pregunta?
—¿Para qué peleamos tanto si al final después de esa pelea el pueblo usó el voto para colocarlo a Macri en el poder? Un representante conspicuo de lo que uno más detesta, de la ideología más conservadora. También pensé que si yo, que soy un integrante de la generación del 80, siento este nivel de tristeza y de escepticismo, desemboco en esa pregunta: ¿Para qué peleamos si todo termina de esta manera?
La segunda pregunta que llegó fue: ¿Si esto me pasa a mí, qué les hubiera pasado a los tipos que integraron la generación más generosa de la historia argentina? Ellos dieron todo, a veces mucho más que la vida porque dieron no sólo la propia sino también la de sus familias.
Fue terrible. ¿Qué pasa con esos muertos, que son el legado de la generosidad absoluta? Y acababa de triunfar alguien que representa todo lo contrario. Porque el macrismo representa el egoísmo, el yo encerrado en sí mismo, la idea de que el otro desaparece, se borra del horizonte.
—¿De ahí el título “La muerte duplicada”?
—La primera muerte ocurre cuando se produce la muerte física, cuando esos militantes son masacrados. Pero la segunda muerte, que es la simbólica, ocurre cuando el pueblo argentino, olvidando su raíz combativa y lo mejor de su pasado, elige a Macri y los vuelve a matar, de una manera cruel, si se quiere. De allí el título del libro, que se lo puse una vez que estaba terminado.
Lección para aprender
—¿En la primera parte del libro los poemas intentan darle identidad a los que no están?
—La pregunta que abre el libro es ¿dónde están los muertos? En cierto momento mis preguntas, que se van planteando en los poemas, y en los homenajes y en las evocaciones, son interrumpidas crudamente por algo que se me ocurrió en el marco de la escritura y que son largas listas que tienen que ver con esos muertos: libros, revistas y diarios que leían, películas que iban a ver al cine, las comidas que comían cotidianamente, los cigarrillos que fumaban, los autos que maneja
ban, en fin, todo un retrato de la época muy concreto a partir de una larguísima enumeración que tiene que ver con las agrupaciones políticas donde militaron.
Me sorprende esa lista, justamente por lo extensa. Esa época fue el florecimiento del interés por el otro y eso se refleja en el auge de la política, que es lo que se necesita para transformar la realidad. El auge de la política bien entendida. Bien digo más tarde: “los mataron sin hacer diferencias”.
Eso hay que tenerlo muy claro: muchas veces, los sectores que trataron de transformar la realidad se separaron entre sí, se consumieron en luchas intestinas; lo que suele ocurrir, pero lo cierto es que así no se puede trabajar políticamente.
Cuando se trabaja, hay que hacerlo desde la unidad. Es una lección que hay que aprender y que el libro intenta plantear.
—¿Cómo fue ese cambio del “yo”al “nosotros”?
—El yo siempre está presente porque no hay poesía que se pueda construir sin el yo. Lo que ocurre es que el yo es capaz de abrirse hacia nosotros muchas veces, pero esa apertura tiene que ser legítima, no puede ser forzada.
Cuando la apertura es forzada surge, lo que yo llamo mala poesía. Sigo creyendo, como (Rainer Maria) Rilke, que todo arte que vale es por su autenticidad, la naturaleza de su origen, diría Rilke.
Yo he sido fiel a lo que sentía cada vez que escribí y recién ahora, pasados los 50 años, pude abrirme a una mirada sobre el país político. Poéticamente no lo había reflejado nunca y es una apertura muy legítima porque yo fui un militante, desde muy joven me interesé por la política.
Fui muy pasional al respecto pero no lo podía manejar dentro de lo poético.