Reniega cuando le atribuyen ser llamativa y seductora porque siempre fue “una negrita laburante”. Pero es mentira. A los 19 años, cuando cursaba tercer año de abogacía y entró a la Policía engañada por su padre, ya era atractiva, y en la fuerza le decían que iban a aprovecharla “porque no tenía pinta de cana”. El paso del tiempo lo confirmó porque se transformó en una mujer que jamás renunció a los tacos altos, las uñas esculpidas, el bronceado pronunciado y un característico cabello tricolor. Confiesa que ni la maternidad la separó de su arma reglamentaria, una suerte de apéndice o modo de vida que sólo abandonó, con ayuda de sus clases de teatro, cuando le tocó disfrazarse de monja o secretaria en algunas de las tantas tareas investigativas que debió sortear y cuyo anecdotario solo promete revelar cuando esté jubilada. Con casi 25 años de servicio y más de una década al frente de la Comisaría de la Mujer, Mariel Arévalo fue puesta al frente de Seguridad Personal, un cargo que nunca antes había tenido impronta femenina.
“Soy la primera mujer designada como jefa de una sección de Unidades Especiales”, celebra desde su flamante despacho ubicado en la Jefatura de Policía, a días de tomar el cargo que parece cerrar un círculo, ya que sus primeros pasos en la fuerza fueron en el mismo lugar que ahora dirige.
“Muchas veces estamos acostumbrados a que los destinos en la fuerza sean efímeros en el tiempo. Pero en mi tránsito por la Policía fueron exclusivamente dos. Entré a Seguridad Personal en 1989, primero como agente y después como oficial. Era muy jovencita, tenía 19 años y era la única mujer entre más de 40 hombres. En ese momento, llevábamos adelante la investigación del mítico violador del centro. Y ahí me empecé a dar cuenta de que no podía ir con compañeros hombres a entrevistar a una chica que había sido víctima de abuso sexual. Tenía que ir sola. Entonces me empezó a dar vueltas esto de evitar la revictimización y de valorar cuestiones que tienen que ver con la perspectiva de género, que empecé a estudiar”, recuerda Mariel para mencionar su segundo destino frente a la Comisaría de la Mujer, donde se desempeñó con esmero durante los últimos 12 años.
Devota de San Expedito, con una licenciatura en Seguridad Pública y dueña de un humor ácido e inteligente, la comisaria mantiene un perfil bajo frente a su reciente nombramiento. “Siento que verdaderamente hubo una mirada hacia mí y valoro eso. Me dieron un espacio dentro de un equipo que quieren conformar. Es eso solo. No me gusta hablar ni de capacidad ni de idoneidad. E insisto: a mí en la Policía se me conoce por negrita laburante. Se ve que yo encajaba justo, como un complemento, una integrante de este engranaje”, dijo antes de seguir su relato con picardía.
“Tenía que romper el hielo porque te imaginás que cuando llegué eran todos hombres. Entonces lo primero que les dije fue que si estaban alarmados por la designación de una mujer como jefa de Seguridad Personal porque creían que iban a estar obligados a pintarse las uñas y ponerse tacos altos, que se queden tranquilos, que eso se los dejaba a su criterio. Pero les aclaré algo. Que por favor ninguno vincule o asocie el hecho de ser mujer con una cuestión de debilidad. Y así arrancamos”.
Durante su extensa carrera, Mariel compartió vivencias con colegas femeninas de otras jurisdicciones que debieron sortear algunos obstáculos en relación a su condición de mujer, algo que Arévalo asegura no conocer.
“Yo era como la mosca en la leche. La única que no tenía que haber padecido cuestiones de género. Pero bueno, todo tiene que ver con esta formación que tuve. Porque yo me formé policialmente en esta sección”.
En ese sentido aclaró que es prejuicioso relacionar la personalidad con el uniforme. “Para mí es un error pensar que para ser policía tenés que tener un carácter fuerte o dominante. El carácter no es para sobrevivir dentro de la fuerza, ni exclusivo de la Policía, es para manejarte en la vida”.
Al respecto reconoce que cuando entró a la fuerza no tenía ni carácter, ni vocación. “Siempre digo, entré engañada por mi papá. Estaba en tercer año de derecho y la facultad quedaba enfrente de la jefatura. Él (por su padre) me dijo que en la Policía iban a buscar a gente idónea para cada área y que me iban a vincular con tribunales, judiciales y sumarios administrativos. Pero no, me mandaron a Seguridad Personal”, cuenta como si fuese un designio del destino.
Y vuelve a recordar las palabras de su padre, cuando le reclamó que ese trabajo no era para ella: “Me dijo «si te querés ir andate ya. Porque conforme vayas participando de lo que es el trabajo diario te va a ir gustando». Y acá estamos”.
En aquellos tiempos, Mariel ya intuía que a diferencia de lo que muchos creen, la tarea requiere de creatividad. Y aunque se guarda el anecdotario para cuando esté retirada, no niega que el éxito en varias de sus investigaciones no fue solo por olfato policial o intuición femenina, sino también por su veta creativa.
“Aproveché los años que había estudiado teatro. Me acuerdo que tenía un trajecito con un pin de una empresa de medicina privada y con una carpetita podía entrar a todos lados. Una vez me disfracé de monja. Recién llegaba de vacaciones y me tuve que maquillar porque dónde viste a una hermana bronceada”, comentó.
“Muchas veces se me rieron cuado dije que la Policía es un lugar muy creativo. Pero cuando vos tenés el conocimiento de las leyes en las que podés trabajar, tenés que buscar la veta para dar una respuesta. Entonces es muy creativo, porque cada situación, si bien hay cuestiones protocolizadas en el código de formas, te da la posibilidad siempre de buscar la veta”.
En ese sentido mencionó su principal objetivo, el de dar respuestas a la gente. “La idea debe ser siempre, tanto del gobierno como de la Policía, de estar capacitados para dar respuestas. Soluciones no. Ojalá yo te pudiera decir que cuando vas a la comisaría te van a solucionar el problema. Pero sí comprometernos a dar una respuesta, desde el espacio que cada uno ocupa”.