Miguel Passarini
Una mujer por capas, una mujer que es un hallazgo permanente y que atenta contra su aparente soledad a medida que despliega su imaginario y su anecdotario. Una mujer que es mucho más de lo que se ve a simple vista (como pasa con casi todos los seres humanos), incluso cuando se despoja de lo puesto para ofrecer los primeros datos de esa otra que también es ella o cuando todo cambia de rumbo para siempre.
Polvo de ladrillo es la nueva obra del destacado dramaturgo, director e investigador teatral rosarino José Moset (Rebelión en la playa de estacionamiento), que cuenta con el singular trabajo en escena de la actriz Silvina Santos Cotonat y que se presenta por estos días en la sala Tandava.
Su personaje, Eleonora, una mujer que ronda los 40 años, abogada y tenista amateur, pone a disposición de la platea ese otro lado que también es ella cuando cuenta, tras el regreso de un velorio que ha sido un fracaso en materia de asistentes, lo que no se ve o no se sabe de ella, de sus pequeños y grandes sacrificios buscando ocupar un lugar, y de un universo de personajes que la rodean y que de un momento para otro también la habitan.
Y todo eso lo hace con una particular destreza, en una atinada conjunción de actuación y entrenamiento físico, donde la actriz despliega un variopinto abanico de recursos con el que se para todo el tiempo a la par de un texto muy bien escrito, de una métrica ajustada y sin prejuicios (de esos que dan ganas de leerlos) a la hora de pensar en un género a transitar, un hecho que lo ubica aún un par de escalones más arriba precisamente por inclasificable.
De este modo, tal como plantea el director y dramaturgo, la propuesta muestra “el otro lado del tenis”, una práctica asociada a cierta elite a la que ella claramente no pertenece y la desarrolla en un club tradicional formando parte de una peña de tenistas veteranas, un hecho que desde la temática abre el juego a una serie de conflictos infrecuentes asociados a esa práctica (a esos mundos) donde se mezclan el humor, el disparate y algunas cuestiones más oscuras e inconfesables que hacen que la propuesta, que dura poco menos de una hora, apele todo el tiempo a una saludable idea de sorpresa.
Con la asistencia técnica de Leonardo Pérez, responsable de luces y sonido, y de Ghandary Benigno en diseño gráfico y la difusión, el material, en su formato escénico, también tiene muy a favor un diálogo con una sinergia que plantea el texto y de la que se hace cargo ciento por ciento la actriz a partir del personaje en su devenir dramático, donde va de la superficie a lo profundo a lo largo de todo el recorrido, y donde pareciera buscar la complicidad en un público en el que muchos de esos conflictos que a ella la agobian, seguramente, también laten.
Lo que también hay en Polvo de ladrillo, entre otras metáforas, es una historia de amor que se repliega aunque va más allá de los conflictos de esta mujer entre singles, doble dama o doble mixto, que alguna vez se cruzó con la poesía, que vivió como propias las vidas de esas otras que terminan siendo sus rivales, poniendo en tensión un territorio vinculado a la competencia, más allá de que esas otras ya superaron los límites de una edad que ella mira desde lejos y a la que en el fondo le teme.
Para sumar, la disposición a la italiana de la sala Tandava se modificó por una disruptiva propuesta a dos frentes donde los mundos de lo público y lo privado se vuelven destinos para la actriz que no sólo enfrenta el desafío de un texto extenso, intenso e imbricado sino que además le presta por momentos el cuerpo a esos otros personajes que irrumpen en los entretelones de su imaginario porque, sin lugar a duda, fueron pensados y colaboran para entender el propio.
Es así que en ese decir de un relato capitulado donde no hay dudas que lo que se cuenta acontece en Rosario, donde las luces y la música acompañan dramáticamente los diferentes estados que transita el personaje, aparecen problemáticas muy interesantes y muy contemporáneas como son los lugares que ocupan las personas solas, los vínculos que entablan con otros y otras en supuestas mismas condiciones, la especulación que hay detrás de las partidas inesperadas de esos “solos” que tienen algo material para dejar, la conciencia de finitud que dejan en los vivos los arrebatos de la muerte, las culpas que se lavan en palabras de autocomplacencia y los sueños pequeños y propios que dan textura a un relato íntimo que logra, por momentos, volverse universal.
Para agendar
Polvo de ladrillo se presenta los viernes, a partir de las 21, en Sala Tandava (9 de Julio 754). Las entradas anticipadas con descuento por WhatsApp al +54 9- 341 395-3216. IG