A diez años de la inauguración de la Casa Museo Haroldo Conti, en el Delta del Tigre, se realizó la puesta en valor de este espacio que fuera refugio e inspiración del escritor desaparecido, una casa austera rodeada de imponente vegetación donde se dictan talleres abiertos al público de literatura y artes, y en la que se conservan objetos emblemáticos, como la mesa donde escribió la novela “Sudeste”.
Me llamó ese paisaje y me fui a vivir a las islas. Me puse a desentrañar el alma del río y de los isleños. El río es dulce y es tierno y es cruel y es violento. Modela a la gente. La gasta”, dijo alguna vez el autor Haroldo Conti (1925-1976) sobre este paisaje que lo cautivó ni bien lo descubrió, donde pasó largas temporadas junto a su familia, en una casita que adquirió sobre el arroyo Gambado.
A diez años de haber sido declarado “casa-museo” mediante una resolución de 2009, el lugar fue restaurado por el Municipio de Tigre, una puesta en valor que incluye un nuevo guión museográfico que ahonda en la vida y obra del escritor desaparecido, y en la imaginería del Delta, territorio fundamental para la identidad de su obra literaria, como “La balada del álamo carolina”, también escrito allí.
De espíritu aventurero, Conti conoció el paisaje del Delta por primera vez cuando lo sobrevolaba, luego de tomar un curso para pilotear aviones en el aeródromo de Don Torcuato.
Luego de ver el deslumbrante territorio se mudó allí con la intención de “desentrañar el alma del río y de los isleños”, “descifrar sus códigos”: preguntaba de todo a sus vecinos y conocidos, desde los nombres de los motores de lancha hasta cómo se cazaba un carpincho.
“La casa estuvo cerrada durante tres meses para realizar la puesta en valor y restauración. Se conservan muchísimos de sus objetos originales -su biblioteca, instrumentos de rema, su vajilla cotidiana, la virgen de Luján de la cual era devoto, la mesa y otras pertenencias- pero como los hijos siguieron viniendo algunas cosas son posteriores, aunque mantienen el espíritu de la época”, explicó a Télam Albertina Klitenik, directora coordinadora de Museos de Tigre.
La celebración de los diez años en la Casa de las Culturas de Tigre incluyó un espectáculo de la orquesta infantil juvenil del Tigre, que en noviembre próximo pasará a llamarse orquesta Haroldo Conti, la presencia de los tres hijos del autor, sus nietos, y un delicioso paseo en lancha, en un día soleado y de aguas bajísimas, que complicó por momentos el traslado hasta la casa que su dueño adquirió en los años 50.
La casa conserva el espíritu de su antiguo morador –quien fuera gran amigo de Rodolfo Walsh– con aquellos objetos que sobrevivieron a incontables mareas: la sencilla mesa de madera donde Haroldo se sentaba a escribir, la heladera cuya tapa servía de escondite para libros censurados en épocas de persecución, la estufa salamandra, el póster del Che Guevara, una habitación pequeña con dos camas.
Con numerosos invitados recorriendo la casa museo –resultado de un convenio entre Tigre y Chacabuco, el pueblo natal de Conti– los niños más pequeños se entretenían entre correr por el parque que rodeaba la vivienda, o subir y bajar por las escaleras internas que dan a la habitación alta de la casa.
De repente, dos niños pequeños se abren de brazos y se dejan caer sobre las camas, boca abajo, signo indistinguible de aburrimiento entre los más chicos. Una de las autoridades les implora que se levanten, que las camas no son para tirarse. “Pero es del abuelo… que era uno pelado”, protesta uno de los más chicos y se retira con una mueca, en una postal de total ternura.
La memoria de Conti, su patrimonio material e inmaterial, se conserva en esta casa museo que ofrece todos los sábados talleres gratuitos de literatura y artes visuales que se dictan a veces en la cocina, y a veces al aire libre.
Además, las visitas guiadas están a cargo de María del Carmen Bruzzone, vecina de la casa lindante, quien conoció a Conti desde que era una niña.
Días antes de su secuestro, el 4 de mayo de 1976, Haroldo Conti, además de escritor militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores, colocó en su escritorio una frase en latín que se traduce como “Este es mi lugar de combate y de aquí no me moverán”.’”¿Está muerto? Quién sabe. Hoy hace una semana que lo arrancaron de su casa. Le vendaron los ojos y los golpearon y se lo llevaron. Tenían armas con silenciadores. Los diarios no publicaron una línea. Las radios no dijeron una palabra. Hoy hace una semana que se lo llevaron y yo ya no tengo cómo decirle que lo quiero”, escribió Eduardo Galeano, en un texto para la revista Crisis, que se puede leer en los paneles que acompañan el recorrido desde el muelle hasta la entrada de este antiguo hogar.