Acorde a su propuesta, The Walking Dead es una sobreviviente. Una de las pocas series surgidas en un gran momento (aquel en que aparecían Mad Men, Breaking Bad, Juegos de Tronos, Fringe, True Blood, entre varias otras) que aún sigue emitiéndose, llegando tras un largo camino a la recién estrenada décima temporada. Incluso cuenta ya con un endeble spin off (Fear the walking dead) y se anuncia otro para 2020, más, tal vez, alguna película. El inicial fenómeno masivo debe ser explotado hasta las última consecuencias. Ahora bien, si es cierto que la propuesta tuvo, hace ya tiempo, sus buenos momentos, con el peso del relato soportado por algunos personajes bien construidos (Carl, sobre todo, el niño que atestigua dramáticamente el cambio de ese mundo), y con un interesante tratamiento del apocalipsis zombie como contexto de otros conflictos de mayor espesor, también es cierto que desde hace unas cuatro temporadas la serie gira en el vacío, repitiendo fórmulas, vaciando conflictos hasta la más flagrante estupidez, y reduciendo el eje a continuos enfrentamientos bélicos entre el grupo principal de sobrevivientes y villanos cada vez mas villanos y mas chatos. Entonces, ante semejante panorama, para quienes lo seguimos haciendo, la pregunta es ¿por qué seguimos viendo The Walking Dead? Y ahí parece hacerse visible otro fenómeno propio del funcionamiento de las series: después de tantos años, hay que verla para sacársela de encima. Ya no hay mas incentivo más que simplemente terminarla, ya no cabe otra motivación mas que llegar al final para cerrar nuestra larguísima relación con esa historia, apelando apenas al recuerdo de algún que otro buen momento que ya no se repite. Ya no hay otro motivo para seguir con esta serie que gira en falso desde hace años, despojándose de los pocos elementos que la convertían en un producto estimulante.
Entre dos tiempos
Más allá de las peripecias narradas, había en los comienzos de The Walking Dead una perspectiva en su abordaje que la hacía destacar dentro del subgénero de zombies. Se trataba fundamentalmente del modo en que el grupo de sobrevivientes enfrentaba ese cambio radical del mundo, chocándose permanentemente con la imposibilidad de reconstituir un tejido social tras el apocalipsis zombie. Los sobrevivientes intentaban infructuosamente constituir células sociales que fueron siempre e indefectiblemente arrastradas por el impulso de una violencia anterior. Estos sobrevivientes eran seres que navegaban entre dos tiempos, el tiempo anterior del capitalismo y el tiempo posterior de un regreso de la tierra a una suerte de estado de naturaleza; y una tierra que ahora les pertenecía a los zombies. Pero es allí que no podían sino permanecer en ese “entre” los tiempos, ya que no eran otra cosa más que los últimos resabios de un mundo extinguido en el que la lucha salvaje por la propiedad era la norma. Pero no es que la violencia y el estado de guerra permanente se hayan planteado como estado natural del hombre, sino que allí, y eso era lo más interesante, se postulaban como el resultado de operatorias propias de un mecanismo anterior que ya no podía cuajar en el presente de un mundo vuelto a una condición originaria. No es casual que las fallidas comunidades formadas en el transcurso de la serie se hayan conformado en sitios como la casa de un pastor, una cárcel, un hospital, o una estación de trenes convertida en matadero. Los resabios del funcionamiento de las antiguas instituciones disciplinarias seguían arrastrando a los sobrevivientes de The Walking Dead a la violencia de un orden caduco propio del mundo extinto. De allí también la duda que sacudía a algunos de sus personajes tras las continuas y violentísimas contiendas con los grupos enemigos: en esta historia, ¿somos los buenos? Tal pregunta, en los dos episodios ya emitidos de la temporada diez, se repite un par de veces, pero ya como un mantra insoportable y vacuo vaciado de todo contenido, porque justamente hay respuesta, grandilocuente y discursiva: sí, ellos son los héroes, porque los malos rozan ya lo diabólico, porque el bien no es más que ese estado anterior naturalizado que es necesario restituir, y porque la civilización se construye sobre la violencia y los deseos del más fuerte. En su perspectiva, el giro radical supone borrar de un plumazo lo que antes era una potencia disruptiva para escribir ahora la afirmación de un discurso chato y conservador. Tan chato y soso como la mayoría de los personajes que quedan con vida.
Una maldad nunca vista
Si la interminable lucha contra “los salvadores” había supuesto una caída vertiginosa y exasperante de The Walking Dead, la temporada 9, tras la dilatada victoria, apenas propuso un par de situaciones con peso: la tímida desaparición de Rick Grames, protagonista histórico de la serie, y la fugaz sugerencia de que “los caminantes” habrían evolucionado desarrollando el lenguaje. Pero bien, el bueno de Rick Grames no muere realmente, sino que es abandonado en un estado incierto que se abre a un posible regreso, y la evolución de los zombies no fue tal, sino que se trataba del nuevo grupo enemigo, unos humanos de maldad “nunca vista” que se disfrazan de muertos vivos y caminan con ellos. Lo que ya de por sí era poco para remontar la caída, fue borrado para volver sobre lo mismo. Nos dejaron servida una décima temporada que propone otro enfrentamiento bélico interminable, pero donde los héroes son héroes y los malos ya son el mal mismo y en todo su engañoso esplendor. Y así, según lo esperado, discurren los dos primeros episodios emitidos de esta nueva temporada. El grupo sobreviviente, con los nuevos integrantes introducidos en la temporada anterior, se prepara para la nueva guerra, y los nuevos contrincantes son presentados desde su origen para no dejar dudas de su enorme maldad, una “maldad nunca vista hasta entonces”, como reza alguna voz en off que nos pone en situación.
Un capítulo más
Entonces bien, ¿por qué seguir viendo The Walking Dead?, o mejor, ¿cómo, a estas alturas, sacársela de encima? Extraño fenómeno este de las series, esta inercia en las que nos sumergen, esta necesidad de terminar, de seguir adelante aunque esto suponga ya un fastidio. Y lo peor es que esta posibilidad de “sacársela de encima” por las buenas no parece un horizonte cercano. Habrá otro spin off, y alguna que otra película en la que tal vez reaparezca el bueno de Rick. Queda, desde ya, mucho The Walking Dead por delante. Esta temporada décima, en lo vacuo de su inicio, se presenta al menos como un buen momento para decidir cómo sacársela de encima, si llegando hasta el final cueste lo que cueste, o, por el contrario, asumiendo que esto no da para más, y que es una verdadera posibilidad el hecho de abandonarla así, sin mas, dejando de verla. Pero claro, ¿y si vemos un episodio más para ver si retoma el camino? Son apenas 43 minutos, después de todo no es gran cosa, es apenas un rato. Un episodio más y decidimos. Tristemente, los mecanismos de captura suelen ser efectivos.