Corro el riesgo de equivocarme (mucho) más que lo de costumbre y terminar escribiendo como un burgués seudo intelectual que gasta palabras creyendo que cambia las cosas en charlas interminables de café a 5 pesos la taza. Probablemente me convierta en un engranaje (muy) menor de un sistema (muy) funcional a los que juegan una batalla de poder personal y se fregan de que siga habiendo injusticias insoportables como la muerte por hambre en la cuna sojera y lechera del mundo. Es casi seguro que los que realmente conocen del tema me manden a la “merda” de los bocones por intentar mirar desde mi cristal cuando en realidad lo que se juega es mucho más que la comodidad de mi computadora personal, todo un lujo frente a la pobreza en serio. Y, sin embargo, voy a intentar contar lo que siento. Voy a probar escribir lo que creo.
No hace falta que explique que para que haya pelea es imprescindible que haya dos, al menos, que piensen y quieran distinto. La misma cantidad de personas son imprescindibles para pensar, para razonar, en suma, para aprender. El primer tipo que imaginó el origen de todo, lo imaginó a la luz de “un otro”, un creador no conocido, un semejante que lo contradijo o lo que fuera. En todo caso, lo distinto es la intención: los que pelean, derrotan o son derrotados. Los que razonan, siempre, aprenden. Aunque no quieran reconocerlo. Aun cuando se resista al error, una vez que se comprende que el que está enfrente pudo ver racionalmente otro costado de las cosas, enseñó algo. En el razonamiento siempre se gana. Porque se aprende.
Para que funcione la pelea no debe haber grises. Yo tengo la fuerza y por lo tanto la razón y te trompeo o te disparo. No hay victoria si la misma es parcial. El casillero del empate en la pelea, no cuenta. Al otro hay que verlo en el suelo, ensangrentado si es posible. En el razonamiento que enseña hay, necesariamente, un paso que supera el razonamiento anterior; pero no necesariamente se lo destruye. Si es cierto que al pobre Galileo (pobre, porque lo perdonaron quinientos años después) le tocó decir que la Tierra no era el centro del universo, no menos real es que gracias a que los que antecedieron al astrónomo de Pisa pensaron en un sistema de planetas, las órbitas fueron mejor descriptas. Pelear es mucho más sencillo. Mato o muero. Pensar es bancarte que el otro siga pensando. Incluso, otra vez, distinto de vos.
En todo este tiempo (quise evitar escribir “en todo este año” pero no hubo caso) vivimos mucha pelea. El muestrario de los ejemplos es interminable. Si te quiero ver de rodillas, peleo. Si hay que tener paciencia oriental para derrotarlos, hay ring. Si me resisto a la ley porque me creo superior o si grito disfónico desde un atril en vez de sentarme a la mesa de igual a igual, trompeo. Si corto la ruta, si lanzo “ganar o ganar” desde un palco, si acuso al otro de enfermo psiquiátrico, también. No lo dudo. En todo caso (debería abrir una llave como cuando estudiábamos en la escuela la teoría de los conjuntos y le dábamos a los cuadros sinópticos y ya sé que los pibes, hoy, los hacen con flechas) debería decir que lo que se dice de un lado debería tener mayor responsabilidad a la hora de las consecuencias cuando toca sentarse en sillón de gobernar a todos, dice a todos, propios y ajenos. Pero incluso eso, hoy, no es lo que quiero decir.
Lo que me impresiona es cómo hemos caído todos nosotros, los de a pie, en esa lógica de la pelea mezquina de voltear al contrincante para acumular pretendido poder. ¿Pensar intermedios? ¿Discriminar en el mejor sentido de la palabra y desbrozar situaciones particulares? ¡Nada! Matar o morir. Nosotros, los mismos que hemos venido en la lona sistemáticamente por años y años de Argentina potencia, Argentina del primer mundo o Argentina saliendo del infierno, queremos sangre del otro lado. Y no invoquemos que los ejemplos vienen de arriba hacia abajo porque aunque la norma puede ser esa, las excepciones existen si hay voluntad de pensar y no simplemente de dar trompadas. Si se osa decir que parece que hay razones atendibles en la protesta de algunos, aunque sea minoría, sos golpista, oligarca, de la corpo, de derecha y, en un rato, menemista. Si se quiere explicar que no es justo monopolizar la opinión, sos vergonzoso converso. E, insisto, no hablo como militante de ninguna especie, sino como mero ciudadano que conversa con otros meros ciudadanos. Te hablo de vos y te hablo de mí. Ahí nomás hay que arremangarse y llenarse los puños de los argumentos de la redistribución de la riqueza (enaltecida por todos y cada uno de los que sucedieron a Rivadavia que, salvo un par de excepciones como el viejo Illia, Alfonsín y alguno más, se enriquecieron como pocos ejerciendo de “servidores públicos”), de los grupos económicos o cruzarte de vereda y hablar del despojo de los que trabajan y de los sufridos que son todos los agricultores asociados indistintamente a la Rural o a la cooperativa del pueblo. Si un filósofo de izquierda (en serio) dice que esa misma izquierda se banca la corrupción cuando gobierna un seudo progresista, el tipo pasa a ser Martínez de Hoz. ¿Pensar que a lo mejor es cierto y que habría que seguir peleando por lo mismo que está mal aún cuando gobiernen los que me caen simpáticos? Eso es debilidad, pibe, o mero golpismo. Todo vale. Porque estamos peleando.
No hay voluntad de pensar, razonar, entre nosotros. Incluso para seguir pensando igual. Con la enorme diferencia de escuchar al otro y prestarle, en serio, oídos y neuronas. No es verdad que no se puede dialogar. Empezar por casa con ganas de escuchar sin descalificar y tomarse el tiempo de bancarse un día razonando lo que se dijo.
Hay, por fin, un detalle entre los que pelean en el poder y los que peleamos en el llano, en el cordón de la vereda. Los de allá ganan. Desde guita hasta más perpetuación en el poder. Nosotros, apenas si ganamos la oportunidad de golpearnos entre nosotros. Queda la chance de tener ganas de aprender y, sobre todo, de no hacerles el juego a los que ya sabés. De mí, depende. Y de vos, también. Feliz año.