“Seamos realistas, pidamos lo imposible”, “Prohibido prohibir”, “La imaginación al poder”, “Vivir el presente”, “No sé lo que quiero, pero lo quiero ya”, “La revolución hay que hacerla en los hombres antes de que cristalice en las cosas”. Las consignas de los graffitis, que Julio Florencio Cortázar iba registrando en una pequeña libreta mientras apuraba el paso por la rue Jacob eran más de cincuenta y brotaban de las paredes en aquel mayo parisino de 1968.
“El futuro está al alcance de la mano. Por fin empezamos a vivir en un estado de revolución permanente”, exclamó el autor de Rayuela a su joven amigo Tomás Eloy Martínez, a quien había conocido cinco años antes, cuando su obsesión eran las utopías individuales y las rarezas que sucedían en los márgenes de la realidad.
Es que, en aquellos efervescentes días de mayo del 68 en Francia, los desvelos de Cortázar habían girado hacia las utopías colectivas, la fe en un mundo regido por la Justicia y la igualdad entre los seres humanos.
No era para menos. La rebeldía de una década que hoy provoca nostalgia alcanzaría su punto culminante en aquel 1968 cuando ciudadanos desencantados desde Praga hasta Perú pidieron la liberación cultural, social, económica y política.
La ola de agitación que conmovió al mundo se relaciona con hechos muy diversos, pero protagonizados principalmente por jóvenes contestatarios: la Revolución cultural china, la primavera de Praga, los incidentes estudiantiles en Estados Unidos y México, entre otros.
El movimiento de la Nueva Izquierda adoptó ideologías tan distintas como el anarquismo, el trotskismo o el maoísmo y rechazó a la sociedad capitalista, al consumismo y a todo indicio de respetabilidad burguesa.
Su culminación –y también su epílogo– tuvo lugar en París durante todo mayo y los primeros días de junio del 68.
En ese marco, Cortázar presenció cómo los estudiantes de París –muchos de ellos inspirados en las ideas de pensadores como Herbert Marcuse y Louis Althusser– humillaron a la Quinta República del presidente Charles de Gaulle.
Una década rebelde
Pero aquel movimiento rebelde trascendía las fronteras de Francia.
En Ciudad de México, la policía atacó a manifestantes. Las universidades de Gran Bretaña y Alemania occidental se transformaron en comunas; los primeros ministros de Italia y Bélgica cayeron, y el mariscal Tito de Yugoslavia se vio obligado a hacer concesiones.
En Estados Unidos, dirigidos por el Partido Internacional de la Juventud –los yippies– y los Estudiantes para una Sociedad Democrática, los rebeldes protestaron contra la guerra de Vietnam, el racismo y el sistema político de elección de sus dirigentes que, en el caso del Partido Demócrata, había hecho inevitable la nominación presidencial del vicepresidente Hubert Humphrey en lugar de la del candidato pacifista, el senador Eugene McCarthy.
En abril de aquel 1968, Martin Luther King había sido asesinado en Memphis por un fanático racista; en junio, Robert Francis Kennedy sucumbió a las balas de un palestino vengativo mientras pugnaba por lograr la nominación presidencial en las primarias demócratas.
Así las cosas, la década del 60 se iría apagando con un sabor amargo para toda una generación de inconformistas antiautoritarios que se habían animado a enarbolar bien alto las banderas de la transformación social.
La última batalla de De Gaulle
Charles de Gaulle, una de las figuras más destacadas de la Segunda Guerra Mundial y héroe de la resistencia francesa contra el dominio nazi, había declarado una vez: “Yo soy Francia”.
Sin embargo, como presidente galo al cabo de los años comenzó a descuidar los asuntos nacionales y a comienzos de 1968 su paternalismo ya había pasado de moda.
En mayo de ese año, la policía de Nanterre, próxima a París, violó la autonomía universitaria y puso punto final a una huelga de estudiantes de sociología que protestaban contra las instalaciones y los planes de estudios anticuados.
La protesta se extendió a la Sorbona y de allí a las calles de París. Con ladrillos y barricadas, 30.000 miembros de la Nueva Izquierda se enfrentaron a 50.000 policías.
Los sucesos sorprendieron al gobierno. De Gaulle y su primer ministro, Georges Pompidou, estaban fuera del país y su respuesta fue vacilante, oscilando entre una postura conciliadora y la feroz represión.
Ante ello, obreros simpatizantes del movimiento rebelde tomaron las fábricas en todo el país. Muchos franceses pensaron que era el fin de la civilización.
En los últimos días de mayo, el dirigente socialista François Mitterrand declaró que estaba preparado para suceder al general De Gaulle.
El 30 de mayo, miles de personas ocuparon los Campos Elíseos en apoyo de De Gaulle, manifestando que habían sufrido ya suficiente “chienlit” –vocablo creado por De Gaulle, que significaba de forma peyorativa “desorden”–.
Finalmente, tras semanas de silencio, De Gaulle concedió aumentos de sueldo a los obreros, disolvió la Asamblea Nacional y amenazó con emplear el ejército.
Se restableció el orden y las elecciones de junio de ese año revelaron una reacción progaullista.
Sin embargo, el presidente sobrevaloró su fuerza al jurar que renunciaría a menos que los votantes aprobaran en un referéndum un proyecto de reorganización gubernamental.
Sus propuestas fueron rechazadas y el 28 de abril de 1969 renunció.
Había finalizado la era De Gaulle.
Por acá, Rosariazo y Cordobazo
Paralelamente, en estos arrabales del mundo y también a partir de revueltas estudiantiles en Corrientes, Rosario y Córdoba, comenzaba el ocaso de otra era, mucho menos gloriosa por cierto: la del dictador Juan Carlos Onganía, quien había tomado por asalto el poder al derrocar en 1966 al radical Arturo Umberto Illia.
Beatriz Sarlo escribió: “Las fotos de la insurrección parisina del 68 se sobreimprimen con las fotos del Cordobazo, que sucedió en la Argentina exactamente un año después. En ambos recuerdos, la gente es muy joven y está en la actitud de arrojar algo a la policía o a un edificio cercano. Las fotos tienen mucho humo y las imágenes están algo borrosas, porque se trata siempre de personas en movimiento, gesticulando, saltando o corriendo”.
Para la socióloga, las consignas del mayo francés han alcanzado una clasicidad incomparable: “Traducidas a todas las lenguas, mantienen hasta hoy su potencia sugestiva como condensación poética del deseo revolucionario, y tienen un aire de familia con el rechazo absoluto que luego formará parte de otras tribus de la cultura juvenil”.
Y un periodista francés llegó a definir a la revuelta de mayo como “un largo poema político escrito sobre los muros de la Sorbona y las demás facultades”.
“Paren el mundo que me quiero bajar”, “Los que hacen las revoluciones a medias no hacen más que cavar sus propias tumbas”, “El patrón te necesita, tú no necesitas al patrón”, “Están comprando tu felicidad. Róbala”, “Si tienes el corazón a la izquierda no tengas la cartera a la derecha”. Las consignas de los graffitis, que Julio Cortázar iba registrando en una pequeña libreta mientras apuraba el paso por la rue Jacob eran más de cincuenta y brotaban de las paredes en aquel mayo parisino de 1968.
Julio Cortázar murió en 1984, con todas las utopías intactas. Al partir de este mundo, el autor de 62 Modelo para armarseguramente se llevó consigo las frases garabateadas en aquella libreta en pleno Mayo Francés. Al decir de Eloy Martínez, sus célebres últimas palabras, “Denme un calmante”, parecen un resumen de aquel rebelde y lejano 1968, cuando cada ser humano creía llevar en sí la sed y el dolor de toda la especie.