El Concejo Municipal de Rosario aprobó un proyecto de los concejales del PRO Rodrigo López Molina y María Julia Bonifacio por el cual se instituye el reconocimiento “Olga y Leticia Cossettini” para aquellos alumnos de escuelas medias de gestión pública y privada que hayan obtenido “el más alto promedio en cada uno de los establecimientos educativos de la ciudad”.
El proyecto propone destinar una partida presupuestaria anual para estudiantes premiados que continúen sus estudios en el nivel terciario o universitario. Además, serán beneficiados con exención de gravámenes en la tramitación de la licencia de conductor. Entre los requisitos para recibir el galardón, los alumnos deberán estar al día en su régimen de asistencia y no podrán tener sanciones disciplinarias.
“El premio Olga y Leticia Cossettini está destinado a los mejores promedios de cada una de las escuelas de la ciudad y se va a otorgar en función del mérito, básicamente, a los que hayan obtenido las mejores notas en el último año de la escuela secundaria”, señaló López Molina. “Como ciudad –agregó– debíamos reconocer a estas educadoras que desarrollaron una actividad fundante como es la educación. Por otra parte, es un nombre representativo de lo que queremos reconocer”.
Así planteado, el proyecto adolece de una falencia en su concepción original: su nombre “Olga y Leticia Cossettini”.
Las Cossettini, como le dicen los docentes, jamás hubiesen mensurado la capacidad de un alumno a través de un mérito basado en el mejor promedio. La escuela de Olga y Leticia se apoyaba en las teorías pedagógicas de la Escuela Nueva o Activa, que entendía al joven como un sujeto creativo, crítico y reflexivo, difícilmente sometido a la definición matemática de un número promediado.
La “Escuela Serena” consideraba el aprendizaje “como un proceso que se sustenta en la vivencia de quien aprende, a través de la puesta en acto de valores de solidaridad, libertad, respeto a sí mismo, al otro, como así también al ambiente.
Promueve, a partir de la idea de una escuela de “puertas abiertas”, la integración y compromiso de todos los actores sociales en el proceso educativo”, señalan las autoras del trabajo “La Escuela Serena. Una experiencia pedagógica para interrogar y reflexionar sobre las prácticas educativas”.
Si bien es cierto, como marca el legislador, que “hay que tomar algún parámetro de análisis, y que muchas veces el mejor promedio tiene otras características como el esfuerzo, dedicación y horas de estudio”, esto no es excluyente, el buen promedio no necesariamente es el más creativo, o el más comprometido con su grupo y hasta con su realidad social.
La calificación basada en cantidad y no en calidad no es sólo el problema de un proyecto. Hasta el momento, y a pesar del esfuerzo personal de muchos docentes, la escuela nunca pudo superar la calificación cuantitativa. La evaluación no es un hecho aislado y único, es producto de un proceso en el cual la nota de un examen es sólo una parte.
La pedagogía positivista consideró la evaluación como un acto cuantitativo. El brasileño Paulo Freire la contrapone a la experiencia del debate y el análisis de los problemas. En este sentido, la evaluación se integra al mismo debate. Por otro lado, debe ser entendida como parte del contexto formativo, en el que la importancia radica en analizar el proceso de enseñanza de manera sistemática, para ajustar el seguimiento pedagógico de los estudiantes.
Para que la evaluación forme parte en simultáneo del proceso de aprendizaje, los maestros deberían tener más tiempo con sus alumnos, menos dispersión institucional y cursos más reducidos. Muchas veces los docentes, principalmente del nivel medio, terminan el año apenas conociendo el nombre de sus alumnos.
Así, la nota del examen es casi el único parámetro dimensionable para poder clasificar.
“Los niños quisieran que su maestro no se preocupe tanto de eso que llaman horario y programa, él quisiera que su maestro se dedicase a él, que le enseñara a mirar y a conocer ese mundo grande y extraño, ese mundo de las cosas que «viven» y que él todavía es incapaz de comprender”, escribió Cossettini.
Para poner las cosas en su justa medida, podemos decir que la escuela no es una institución aislada de la sociedad en la que está inserta y, como tal, participa y es condicionada por los parámetros de análisis que intervienen en la comunidad, que mide a los sujetos por valores de cantidad y no de calidad.
Independientemente de las intenciones de un proyecto legislativo destinado a reconocer a “estudiantes destacados”, el debate debe instalarse en los círculos científicos y pedagógicos. Si se resolviera en los ámbitos educativos, este tipo de “incentivo” adquiriría la misma lógica: valorar a los estudiantes en toda su esencia humana.
“Este reconocimiento es un buen gesto, un mimo que como ciudad le hacemos a los estudiantes que se han esforzado durante toda su escuela secundaria”, dice uno de sus autores. Sin cuestionar las intenciones del proyecto, advertimos la importancia de avanzar en debates que permitan definir a los sujetos, en este caso estudiantes, desde la integralidad de su esencia. Por otra parte, “un buen gesto, un mimo” son actitudes puramente humanas no mensurables en cantidad.