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Prepandemia y pospandemia, consecuencias de la ceguera: un mundo cada vez más divergente y desigual

Mientras los países más ricos ya van por la tercera dosis, en África sólo el 2,5% de la población tiene la pauta completa debido a la dificultad para conseguir vacunas. “Vamos a dar chalecos salvavidas a los que ya tienen, mientras estamos dejando que otros se ahoguen”, advierten desde la OMS

Elisa Bearzotti

 

Especial para El Ciudadano

Durante los primeros días de reclusión –aferrándonos al sentido común y a una cierta ingenuidad que aún me empeño en mantener– desde estas crónicas abogábamos por la aplicación de estrategias globales para enfrentarnos al violento deterioro de la calidad de vida que significó la pandemia. El razonamiento era impecable: ante un enemigo común, juntar fuerzas era la única alternativa. Hoy debo admitirlo: soñábamos. Luego de casi un año y medio de cuarentenas planetarias vemos que las dinámicas de acción y reacción utilizadas para tratar el problema, salvo honrosas excepciones, siguieron el recorrido mediocre y presuntuoso al que nos tienen acostumbrados nuestros prescindibles líderes mundiales.

Una triste muestra de lo que viene ocurriendo es la situación de indefensión del continente africano, donde sólo se vacunó con primeras dosis al 4,5% de su población, mientras que apenas el 2,5% tiene la pauta completa. Esta tasa tan baja no se debe a la inoperancia de sus habitantes para realizar campañas efectivas, sino a la dificultad para conseguir vacunas, un problema que en breve se acrecentará con la decisión de los países más ricos de ir por una tercera dosis. Hasta el momento, las terceras dosis aplicadas por Turquía, Israel, Chile, Uruguay y Hungría suman casi 11,6 millones, más que el total combinado de las vacunas administradas por los 39 Estados africanos más atrasados en la inmunización, según datos oficiales. Una desigualdad que, en los próximos días, cuando se sumen a esta campaña de refuerzo Estados Unidos, Brasil, Alemania y Francia, entre otros, se hará aún más evidente. El jefe de emergencia de la Organización Mundial de la Salud, Mike Ryan, lo graficó en términos bastante claros durante una conferencia de prensa: “Vamos a dar chalecos salvavidas a los que ya tienen, mientras estamos dejando que otros se ahoguen. Esa es la realidad ética”.

En respuesta a esta situación, la agencia sanitaria de la ONU exhortó a suspender los planes de refuerzo y donar esos fármacos a las regiones que más lo necesitan a través del Covax, el instrumento multilateral para mejorar el acceso a las vacunas contra el coronavirus, que hasta la fecha solamente distribuyó 215 millones de dosis, poco más del 10% de la meta de 2.000 millones proyectada para este año. Sin embargo, la mayoría de los gobiernos sigue apostando a “cuidar su quintita”, en desmedro del evidente beneficio que significaría para todos inmunizar a la mayor cantidad de gente en el menor tiempo posible. Lo insólito es que la conveniencia de una tercera dosis de refuerzo aún no está comprobada, ya que mientras las autoridades sanitarias de Estados Unidos replican el argumento de los grandes laboratorios al afirmar que la eficacia de las vacunas disminuye “con el tiempo”, para la Organización Mundial de la Salud no existen datos científicos concluyentes que lo avalen. Incluso, Andrew Pollard, responsable de dirigir el equipo que creó la vacuna de Oxford-AstraZeneca, afirmó hace unos días, en una intervención en el Parlamento británico: “Vamos a necesitar un refuerzo si vemos evidencia de que hubo un aumento en la hospitalización o fallecimientos entre los vacunados, y eso no es algo que estemos viendo en este momento”.

Sumada a esta violenta ceguera generalizada, también están quienes continúan resistiéndose a cualquier tipo de inoculación, exponiendo una amplia gama de argumentos que van desde la negación de la pandemia, la resistencia al control estatal y la desconfianza en los laboratorios que elaboran los sueros, hasta la defensa de terapias alternativas o medicinas de escasa efectividad que implican, en definitiva, el sometimiento a otro tipo ceguera: la del ego agigantado que cree “Total, a mí no me va a pasar”. Y en este sentido, los países ricos son los más golpeados. En Europa hoy ya se pronostica que, debido al “estancamiento” del ritmo de vacunación, el coronavirus podría provocar 236 mil muertes más. “La semana pasada, las muertes aumentaron un 11% en el continente, con una proyección fiable que predice otros 236.000 decesos para el 1° de diciembre”, precisó el director de la OMS para Europa, Hans Kluge, los cuales se sumarán a los 1.300.000 ya constatados.

También en Australia, un país donde parecía que la parca “había pasado de largo” en esta pandemia, se registraron importantes incidentes en estos días, debido a las medidas adoptadas por las autoridades para frenar el avance de la variante delta. En el país oceánico –donde sólo se registraron 53.851 casos de infección por coronavirus sobre una población de 25.550.000 personas, siendo 1.006 letales (muy por debajo de nuestros 100.000)– el gobierno decidió retomar las medidas de confinamiento ante el aumento de contagios, generando mucha resistencia de parte de la población. De acuerdo a lo consignado por la cadena de televisión ABC, más de 1.500 policías debieron ser desplegados por las calles australianas para contener las protestas de los ciudadanos a lo largo del país, y más de 200 personas quedaron arrestadas en la que fue calificada por el gobierno como una protesta “violenta e ilegal”.

En nuestro país, en cambio, la variante delta aún no ha mostrado su ferocidad, y la campaña de vacunación viene siguiendo un ritmo promisorio, lo cual bastó para que los números resulten mucho más alentadores en los últimos días. De acuerdo a los datos suministrados por el Ministerio de Salud de la Nación en base a la información aportada por las provincias, se evidencia un descenso constante de contagios y fallecidos. Las cifras están estrechamente vinculadas con el Plan Nacional de Vacunación, que hasta el lunes indicaba que el 60,84% de toda la población recibió una dosis de la vacuna, mientras que el 31,40% ya cuenta con el esquema completo. Esto se evidencia sobre todo en el alivio que experimenta el sistema de salud, donde se registra un 45% de ocupación de camas UTI a nivel nacional, manteniendo un ritmo estable.

Es decir que, a pesar de nuestros buenos deseos, lamentablemente habitaremos un mundo más divergente e injusto cuando todo termine. Un mundo que se parecerá demasiado al descripto por la literatura en algunas de sus más fantásticas alegorías, como la apuntada por José Saramago en “Ensayo sobre la ceguera”: “Por qué nos hemos quedado ciegos, No lo sé, quizás un día lleguemos a saber la razón, Quiéres que te diga lo que estoy pensando, dime. Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven; ciegos que, viendo, no ven”.

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