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Presencialidad plena en las aulas: un recorrido silencioso que sólo los chicos conocen

La desmovilización estudiantil, la falta de recursos materiales para continuar sus clases y la necesidad de espacios de contención son algunos de los problemas que destacan durante la virtualidad. Pero la alegría del encuentro prudente es innegable

Especial para El Ciudadano

El regreso a la presencialidad total en las escuelas es un hecho casi en todo el territorio rosarino. En la previa, las tensiones no fueron pocas dentro de la comunidad educativa y el camino de regreso a los salones tampoco estuvo libre de elementos tortuosos. Entre padres desesperados, autoconvocados y con amplificada voz mediática, y el enfoque pendulando entre las paritarias docentes y los reclamos por condiciones dignas de trabajo para poder impartir clases, la voz que poco y nada se escuchó fue la de los ocupantes de esas aulas: los estudiantes.

“La primera etapa se vivió con mucha incertidumbre. Al principio se pensó que iban a ser 15 días, nos encerrábamos dos semana en casa y nos cagábamos de risa y ya está”, dice Francisco García, presidente del Centro de Estudiantes del Superior de Comercio: “Más que nada, lo que más afectó fue esa incertidumbre”.

El no saber cómo iban a continuar las cosas, sumado al cansancio producto de los avances y retrocesos de las restricciones en la provincia y a nivel nacional a principios de año, conforme incrementaban los casos de coronavirus, fueron parte de los padecimientos de las y los estudiantes de las diferentes escuelas de la ciudad.

La vuelta a las aulas de manera plena por parte de los estudiantes y docentes fue anunciada por el Consejo Federal de Educación el pasado 31 de agosto y, con ello, las tensiones por el cambio de modalidad fueron ineludibles. Existiendo escuelas que no abrieron sus puertas por no contar con las condiciones básicas para recibir a los chicos, los propios estudiantes dan cuenta de su preocupación a la vez que anhelan el regreso cuidado a las clases y al encuentro con sus compañeros. Para Oriana Casini, presidenta del Centro de Estudiantes del Politécnico y alumna de 6º año, la virtualidad es una modalidad ideal para algunas especialidades, pero para los estudiantes que recién ingresan al colegio fue particularmente difícil, al no conocer a sus compañeros más que por vía virtual.

“Al volver a la presencialidad, nos encontramos con mucha alegría y predisposición de la gente para volver seguros todes les estudiantes. Pero nos encontramos con la necesidad de volver con un ritmo que no teníamos”, describe Francisco. Dentro de la experiencia del Superior, el Centro de Estudiantes fue una muy necesaria herramienta donde generaron instancias de intercambio y encuentro que la escuela antes brindaba y que la pandemia obturó: “Terminamos siendo quizás el espacio de contención que la escuela no fue”.

“Incluso muchos compañeres nos dicen que fue un espacio de conexión enorme, que hacía mucha falta y que no se encontraba en ningún lado, porque el que hacía fútbol, o alguna actividad artística, no pudo ir a hacerlo o lo tuvo que hacer virtualmente”, amplió.

Si en los salones los estudiantes de los diferentes secundarios encontraban un espacio de encuentro, de intercambio y de sostén, durante la pandemia “te metías como mucho en la clase virtual, que era simplemente un ida y vuelta de documentos, y todo lo que era en su momento un espacio de contención se perdió y puedo decir positivamente que el Centro (de Estudiantes) lo fue. El Centro de Estudiantes fue un espacio de vinculación y contención que no lo fue la escuela por un montón de tiempo», detalló Francisco.

Las desigualdades de afuera, las dificultades de adentro

Los problemas de los jóvenes son los mismos que los problemas de los adultos, con una gran diferencia: ellos no tienen las mismas herramientas para enfrentar las consecuencias de la pandemia. Una de cada dos personas menores de 29 años está desempleada, y la proporción se repite al momento de dar las cifras de la pobreza en los menores de 18 años, lo cual también repercutió en la posibilidad de acceso a la educación.

Así lo expresa Iara Gotzl, estudiante de la escuela Gurruchaga. Según ella, la pandemia “visibilizó e incrementó las desigualdades dentro de las aulas. Además puso en jaque esta creencia de que todes aprendemos igual”. Cuatro de cada diez hogares no tiene acceso a una computadora en Rosario, según la Encuesta Permanente de Hogares. Los costos se reflejan en las palabras de la joven: “Si poder aprender sin acceso a internet, a un teléfono o a una computadora era complicado, ahora directamente es imposible porque en muchas escuelas las tareas se convirtieron en un Classroom y el salón de clases se convirtió en un Zoom o en un Meet. La pandemia puso en jaque esta creencia de que todes asistimos a la escuela en las mismas condiciones”.

La brecha digital también trastoca enormemente la continuidad de los estudiantes en el dictado de clases y fue una verdadera dificultad a lo largo del ciclo lectivo en pandemia. Así lo explica Miranda Bagalá Saidt, del Normal 1 y titular de su Centro de Estudiantes: “Es un tema que depende de la clase social a la que uno pertenezca y de los recursos materiales que tengas para atravesar la educación en la virtualidad. Es decir, la pandemia trajo a la luz que hoy en día para estudiar, haya o no coronavirus, se necesita tener internet, se necesita tener una computadora para poder buscar información, para poder leer textos, para poder comunicarse con docentes y estudiantes, y que estos son recursos que millones de pibes y de pibas, en Santa Fe y en todo el país, no lo poseen”.

En las distintas escuelas, los problemas de conexión y de datos eran la diferencia entre poder acceder a las clases y poder llegar a completar los contenidos. Para la joven estudiante de la escuela fundada por Domingo Faustino Sarmiento, se puso de manifiesto también “el rol de los colegios que, además de ser lugares para estudiar, también son guarderías y comedores”.

“A veces parece que quienes reclamaban la presencialidad lo hacían por una cuestión de pensar que es la única manera de estudiar y a veces es lo que quedaba ante la enorme cantidad de gente que trabaja en negro y sin derechos”, describió.

El otro problema que han visto los jóvenes es “cómo se disolvió tanto la organización estudiantil durante la virtualidad”. La Federación de Estudiantes Secundarios de Rosario “bajó muchísimo su intensidad, centros de estudiantes que tal vez no estaban tan sólidos y que directamente se disolvieron, como pasó en varias escuelas, y en las que no se disolvieron tuvieron una actividad que bajó muchísimo y que eso perjudicó también”. Para Bagalá, si ante toda esta situación “de no tener los recursos para poder acceder a la educación no hay organización estudiantil no hay forma de defenderse”.

El rol de los centros de estudiantes

En el Politécnico, la organización política también fue clave para bregar por el bienestar de los estudiantes. En lo que parecía los umbrales de un conflicto gremial entre los docentes de la emblemática institución y las autoridades de la Universidad Nacionl de Rosario, al no encontrarse con las condiciones dadas para la presencialidad plena, el lunes 6 de septiembre el rector Franco Bartolacci llamó a una reunión interclaustros que, según Oriana, “nunca habían tenido semejante presencia de los estudiantes”. Desde que a finales del 2019 les fue reconocida la ciudadanía universitaria a los alumnos de las escuelas medias dependientes de la UNR, las y los jóvenes son sujetos de derecho y por lo tanto también integrantes de la toma de decisiones en la Universidad.

El protocolo entregado por Consejo Federal de Educación tiene tres escenarios: el escenario ideal, con dos metros entre los estudiantes dentro del salón, el protocolo de escenario posible (cuando se puede lograr 90 centímetros de separación entre alumno y alumno) y el de escenario de excepción, que habilita una separación de medio metro entre los chicos dentro del aula. El Politécnico se encontró en éste último escenario, y eso disparó la incomodidad de los profesores.

Hubo respuesta estudiantil a la asamblea realizada por el cuerpo docente y no docente del colegio, la cual decidió no dictar clases: “Hicimos nuestra propia asamblea en donde se resolvió que sí queríamos una presencialidad plena pero con todos los protocolos dados y que se cumplan. En esa reunión con el rector, planteamos todas las problemáticas que tenemos y decidimos buscar ese escenario posible para volver a las clases, no quedarnos con (el protocolo de escenario de) la excepción”.

Tras esta decisión, el Centro de Estudiantes fue partícipe del relevo realizado por un profesional en Higiene y Seguridad, y hoy ayuda activamente en el control para que haya elementos de sanitización y que se respeten los protocolos en las aulas: “En el caso de que no se cumplan, o no haber mejoría, haríamos una sentada para reclamar esa presencialidad plena con protocolos cumplidos”.

El regreso a las aulas, si bien fue recibido con alegría por parte de los estudiantes, cobró una aceleración de los tiempos dentro de las instituciones a los cuales los chicos le habían perdido el ritmo. La vuelta primero a través de burbujas trajo consigo inconvenientes del nivel de descoordinación entre ellas, el propio desencuentro de los alumnos y la lentitud para avanzar en los temarios curriculares, cosa que se retomó con mayor facilidad al momento de la unificación de los grupos en cada curso.

“El vínculo que genera la escuela, más allá de transmitir contenidos, creo yo que se está recuperando”, observa Francisco, dirigente estudiantil del Superior: “Ahora recién con la vuelta a la presencialidad se está creando un espacio más similar al que vivíamos antes, pero atravesando por las dificultades que venimos viendo todos. De a poco, cuesta, de lejos, con barbijo, pero se está recuperando”.

“La vuelta después de un año y medio sin vernos creo que modificó el compañerismo que tenemos. Tuvimos una oleada de solidaridad entre nosotres increíble”, cuenta Iara Gotzl, quien además es la presidenta del Centro de Estudiantes de su escuela. Para ella y sus compañeros, volver al aula fue volver a la escuela, y fue muy chocante: encontrarse con la rutina que habían perdido, volver a estar cerca de mucha gente. “Porque por más que nos llevemos bien con nuestros compañeres, no nos veíamos hace mucho tiempo”, aseveró.

La pandemia llegó a modificar las relaciones que los estudiantes secundarios tenían entre sí. Para Iara, la reducción de los cursos en burbujas tuvo bastante que ver: “Generó una cercanía entre los integrantes de esa burbuja que creo que no habíamos vivido antes. Además, extrañarnos. Muchísimo”. Para Francisco, las cuestiones relacionadas con los vínculos y a cómo se construyen en la escuela fueron “potenciados” por la pandemia: “Les más grandes por ahí ya tenían un vínculo, se podían ir encontrando, pero quienes tenían problemas para relacionarse antes de la modalidad virtual dichos problemas se vieron potenciados, y quienes ya tenían un grupo armado, lo que sucedió fue que se sectorizó un poco más los cursos”.

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