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Presentación del libro “Entre la reacción y la contrarrevolución. Orígenes del anticomunismo en Argentina (1917-1943)”

Será este viernes 30 de agosto, a las 18, en la Facultad de Humanidades y Artes. La historiadora Mercedes López Cantera estudió este fenómeno histórico que tiene sus repercusiones hasta el presente y dejó sus impresiones en una entrevista con El Ciudadano

Por: Paulo Menotti/ Especial El Ciudadano 

En constantes declaraciones a la prensa, el presidente Javier Milei expresó que “el Estado es el enemigo, una asociación criminal” y el comunismo, “una enfermedad del alma”. Al igual que Donald Trump y Jair Bolsonaro, entre otros, no paran de acusar a sus enemigos, desde liberales hasta socialdemócratas, de comunistas. De esta extraña manera, el comunismo vuelve como el espectro que describió Marx a mediados del siglo XIX y el anticomunismo se encuentra entre nosotros. La historiadora Mercedes López Cantera estudió este fenómeno histórico que tiene sus repercusiones hasta el presente analizando sus pormenores en su libro Entre la reacción y la contrarrevolución. Orígenes del anticomunismo en Argentina (1917-1943). Antes de la presentación de su obra, que será este viernes 30 de agosto, a las 18, en la Facultad de Humanidades y Artes (Entre Ríos 758), la autora dejó sus impresiones en una entrevista con El Ciudadano.

¿Qué fue o es el anticomunismo?

En principio, me parece pertinente señalar que hace unos años atrás, esta pregunta se hubiera formulado en pasado sin problemas. Hoy día, con el ascenso de las llamadas “nuevas derechas”, lamentablemente es un fenómeno que se muestra vigente en la construcción de distintas culturas políticas que podemos ubicar “a la derecha”. Esta vigencia en el discurso y políticas de liberales libertarios, tradicionalistas católicos, neoliberales y otros grupos en esa línea, me permite reforzar la idea del anticomunismo como un fenómeno contrarrevolucionario. Me refiero a un conjunto de ideas, de representaciones, y de prácticas políticas, que buscan no solo cuestionar o denunciar, sino (sobre todo) impugnar toda expresión asociada a una revolución, o – lo que es más común en viejos y nuevos anticomunistas – aquellas expresiones o reivindicaciones potencialmente revolucionarias. Es probable que quienes sentimos rechazo a los posicionamientos de las derechas, encontremos contradictorias o confusas a sus críticas o denuncias contra el comunismo. Esto último se debe a que el comunismo de los anticomunistas no es aquél de los partidos comunistas nacidos en el siglo XX, o un sinónimo directo del viejo mundo soviético. El “enemigo rojo” contra el que estos actores luchan son tanto aquellos posicionamientos de las izquierdas, como otras manifestaciones políticas (reformistas, progresistas e incluso algunas liberales) a las que consideran un peligro para un orden o status quo que pretenden defender y al que consideran “natural” y por lo tanto “inviolable”. Y en esto es clave la tensión entre igualdad y desigualdad: la sociedad defendida por quienes se reconocen como anticomunistas, naturaliza a las jerarquías sociales. De ahí que toda búsqueda por una mayor equidad o una igualdad social “pervierta” o desvíe de su “curso natural” a la sociedad.

¿Fue mutando el anticomunismo, podemos pensar que llegó hasta Milei y Trump?

Justamente, el último comentario apunta a señalar cierta flexibilidad del anticomunismo como fenómeno. Ojo, eso no anula ese corazón o esencia contrarrevolucionaria, opuesta a toda transformación que atente contra principios o valores “incuestionables”, contra las jerarquías. En la actualidad, esto se puede observar en la “comunización” de todo lo que condicione al “derecho a la propiedad” en donde los liberales libertarios asientan su propia definición y defensa de la libertad. De ahí que se englobe al problema del comunismo dentro del “colectivismo”, la misma categoría con la que descalifican a expresiones como el progresismo, el reformismo de izquierdas, a las propias izquierdas revolucionarias, y modelos o políticas de intervención estatal en el mercado y en lo social. Sin dudas, el anticomunismo que observamos en la actualidad es mucho más heredero de aquél gestado durante la Guerra Fría, en las visiones antitotalitarias de la Doctrina de Seguridad Nacional, que al equiparar al fascismo con el régimen estalinista, condujo a homologar a las izquierdas con las extremas derechas. Eso difiere parcial pero no totalmente de los orígenes de este fenómeno. No obstante, el presente sigue compartiendo el rechazo a toda inclinación por una mayor igualdad, aspecto que se ve en la denuncia contra el activismo lgbtq+, el feminista, o en las políticas redistribucionistas.

¿El anticomunismo se explica en relación con su tiempo, con el período histórico en el que apareció?

Todo hecho o suceso histórico se explica con su contexto, y eso significa tratar de reconstruir el diálogo entre el presente de ese objeto de estudio, con su pasado inmediato. En el caso de los orígenes del anticomunismo, el “peligro rojo”, el “terror bolchevique”, el “maximalismo” (algunos términos empleados en su momento), fue heredero de aquellas características con las que actores “a la derecha” denunciaban a los enemigos del orden establecido. En ese sentido, ya el catolicismo y el conservadurismo venía denunciando y criticando el avance de la vida secular, de un modelo de sociedad alejada de la religión, después del impacto de la Revolución Francesa. De la misma manera, sectores liberales buscaron limitar aquellas acciones de protesta o lucha que perjudicaran a la propiedad y al enriquecimiento de los sectores de poder económico, lo que generó la criminalización de distintas acciones sindicales y la persecución de identidades de izquierdas como la anarquista. Ahora, estas caracterizaciones de los “enemigos del orden” tomó otro color luego de 1917. La revolución social, aquella por la que los desposeídos tomaron el poder, se volvió real. No importa que esta había ocurrido en Rusia. Bastaba con su existencia, con su ejemplo. El anticomunismo no se trató solamente de temores de clase, sino de la existencia de una posibilidad execrable para los defensores del status quo. De ahí que los anticomunistas desplegaron – durante casi todo el siglo XX – estrategias de contención y hasta de eliminación de toda expresión o asumida como comunista o revolucionaria, o que podía generar la chispa de la insurrección.

¿Por qué buscar un origen del anticomunismo?

En parte, rastrear los orígenes del anticomunismo responde el espíritu de las dos primeras preguntas. Me refiero a cómo es posible que tras la caída del comunismo soviético haya jóvenes de 18 años – de la identidad de derechas que sea, desde libertarios a religiosos – que se identifican como “anticomunistas”. Al investigar sobre los orígenes de esta forma de clasificar posiciones y prácticas políticas, notamos que se tratan de ideas arraigadas desde hace muchos años, con sus puntos de inflexión, y que se desplegaron durante al menos un siglo. ¿Cómo no van a perdurar, no van a seguir siendo parte de la agenda política del presente? En segundo lugar, la necesidad de escribir un trabajo sobre los comienzos del rechazo al “peligro rojo” en católicos, extrema derecha y en el propio Estado, desde el accionar de la policía, se relacionó a ubicar el “huevo de la serpiente” de otros procesos de nuestra historia reciente. Y con ese objetivo, sucedió que en mi investigación, pude ir reconstruyendo (o al menos aproximarme a) la lógica o la forma de razonar de esos actores de derechas o “guardianes del orden”. Me parece que tanto este estudio como otros dedicados a la segunda mitad del siglo XX, y al igual – por supuesto – de los trabajos sobre la actualidad política, tienen que ayudar a comprender la manera en la que piensan quienes se oponen (abiertamente o detrás de una imagen de “progreso”) a que una sociedad “mejor” se construya sobre ideas en favor de una mayor igualdad.

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