Artista del pick and roll, poeta del pase letal, escultor del robo en primera línea. Así como el mejor truco del Diablo es hacernos creer que no existe, la mentira mejor contada sobre Pablo Prigioni es que ganó la medalla dorada con Argentina en Atenas, un error común para aquel que no vive el día del básquet, pero que a decir verdad hace justicia con uno de los pilares de la Generación. ¿O acaso alguien le podrá sacar lo Dorado a este cordobés de fantástica carrera por no haber sido convocado a la cita de 2004?
Prigioni no fue un jugador, fue varios. Del revulsivo de Belgrano de San Nicolás campeón del TNA, al súper intenso conductor de Obras en la Liga, al cada vez más cerebral armador de Alicante en España, para pasar a la etapa de consagración, con Baskonia, con Real, con la selección, coleccionista de títulos colectivos e individuales como producto de su juego en equipo. El más viejo de los rookies NBA en cincuenta años, el que supo estar para Argentina cuando pocos quisieron y el que supo bajarse cuando vio que –parafraseando a Sabina- por la calle pasaba la vida como un huracán y que Campazzo y Laprovittola estaban listos para tomar la posta que en su momento pasaron Cortijo, Milanesio, Montecchia y Pepe Sánchez.
El MVP silencioso, el socio perfecto de Scola, el administrador de egos, dijo basta. El pick and roll lo extrañará.