Por Romina Sarti*
Es domingo a la tarde. Una hora poco recomendable para quienes, en palabras de Žižek, no odiamos los lunes, odiamos el capitalismo. La rutina nos circunda y la angustia del eterno retorno se va volviendo más palpable. Entre todas las proyecciones de obligaciones puestas en la semana que inicia, la dieta aparece nuevamente como opción. ¡No de nuevo decía!
La dieta (para adelgazar) está presente en cualquier conversación: es charla de ascensor, es intercambio con amigo, es asesoramiento en algún consultorio, es comentario en el bondi. Siempre está. Más grande que los Beatles, es omnipotente, omnipresente, omnisciente. Nos atraviesa desde los medios, desde las opiniones, desde las miradas, desde nuestra propia existencia. En este devenir posmodernista, la tríada salud-belleza-delgadez, supo imponerse como imperativo categórico. El comentario ¡qué flaca que estas!, es sinónimo de un ¡qué linda que estas!, reduciendo una forma corporal determinada a un canon de belleza “único y correcto”. Todo lo que este por fuera de este patrón es feo, indeseable y está mal.
Desde 1992 la activista británica Mary Evans Young propuso festejar cada 6 de mayo el Día Internacional sin Dieta, con el fin de insistir sobre las diversidades corporales y concientizar acerca de los trastornos alimentarios. Su lucha contra la acaudalada y siempre creciente industria de la dieta, gira en torno a distintos objetivos, entre los que mencionamos: estimular la aceptación corporal, concientizar sobre los riesgos de obsesionarse con los estereotipos de belleza, luchar contra la discriminación de las diversidades corporales, informar sobre la relación entre las dietas y los trastornos de la conducta alimentaria, señalar los peligros que traen aparejadas las “dietas milagro”.
Las intervenciones totalizantes que propone la industria de la dieta, arrasan con la diversidad propia de la humanidad. Teniendo en claro que todos/as/es somos distintos, tenemos entornos diferentes y hábitos peculiares; creer que una forma determinada de alimentación tendrá efectos uniformes en todas las corporalidades es quimérico y peligroso. Si limitamos los procesos de auto cuidado a la foto del antes y el después, seguimos alimentando una idea de salud recortada, pesocéntrica e insana. Es importante recuperar el vínculo placentero con la alimentación y con el movimiento. Intentar no dejarse arrastrar por este bombardeo es una responsabilidad que debe trascender la lucha individual y colectiva, es un asunto público a atender. Comenzar a visibilizar los efectos de los procesos restrictivos de las dietas más tradicionales, es fundamental para revincularse sanamente con la alimentación, con la corporalidad, con una vida más sana desde lo físico, mental y emocional.
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*Licenciada en Ciencia Política (UNR), aprendiz permanente, estudiante de las diversidades en todos sus niveles, docente de Problemáticas de la Discapacidad, Sociología de la Discapacidad, y de Metodologías en la Universidad del Gran Rosario (UGR). Columna de opinión “Cuerpas mutantes”. IG: romina.sarti