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Promiscuidad y decadencia neoliberal

Maru Lorenzo, al frente de un gran equipo artístico, consigue metaforizar con humor la decadencia que marca el presente de un puñado de personajes que habitan un country cercano a Rosario, llamado El Descanso

CUNA DE LOBOS
Dramaturgia y dirección:
Maru Lorenzo
Asistencia: Marco Cettour
Actúan: Lucho Alva, Charo
Colonna, Julieta Lancellotti,
Débora Chomnalez, Angelina Regis, Carolina Casella,
Juan Tardío
Sala: Cultural de Abajo, Entre Ríos 579, los sábados a las 20

Un neogrotesco urdido al calor de los nuevos paradigmas de una derecha que se mofa de todo y de todos y saca provecho del clima de época, es el que se respira en Cuna de lobos, una comedia con retazos de vodevil que va camino a la tragedia y que si bien no es, como en Hamlet, el Castillo de Elsinor el mudo testigo de lo que acontece, un country de Funes llamado (irónicamente) El Descanso reemplaza aquella fortaleza palaciega en su misma lógica de ocultar detrás de un cerco las miserias, secretos, muertes, estafas varias y negocios espurios de un sector de la sociedad que, en su mayoría, hoy le pone un pie en la cabeza a los que menos tienen, y frente a eso, nadie dice ni hace nada.

La obra, cuyo texto surgió hace unos años de una investigación del Laboratorio Teatral Saccani-Lorenzo, transcurre en febrero de 2016, a poco de la asunción del actual gobierno nacional, no casualmente cuando empiezan a despuntar los primeros atisbos de una gestión que, en adelante, no disimulará para nada su intención de romper con las lógicas socio-políticas de lo que se había gestado en el país en la década anterior. Y por lo mismo, tampoco es casual que se sientan “empoderados” los singulares habitantes de este country cercano a Rosario, un lugar que desde los años 70 cobija a sus fundadores, sus respectivas familias y a todo lo escuro, rancio y siniestro que los envuelve.

Es así como la falsa moral de todos pero particularmente la llegada de Dalma, una chica de barrio que ascendió, con ingenio, unos cuantos escalones en la escala social (algo que, ya se sabe, irrita a los de arriba), que además vive en el country y mantiene una relación con uno de los herederos de las familias más poderosas, será el detonante de una bomba a punto de explotar en la que se conjugan el deseo de poder por mantener el Status quo, mezclado con una sexualidad desvariada que se singulariza desde la promiscuidad, entre actitudes miserables y violentas.

Sin tibieza ni eufemismos, Maru Lorenzo, que se confirma con este trabajo en su rol de directora, traza un recorrido que, cuando todo podría haber llegado a un límite, vuelve a empujar esos bordes para instalar (dejar en claro) en la platea cómo este sector de la sociedad, en gran medida sin escrúpulos, opera puertas para adentro. Y es en ese vertiginoso devenir que el material atraviesa sus mejores pasajes. Si bien una primera escena que pone en tensión algunos conflictos y muestra la ideología de las mujeres que habitan en el country, ralenta demasiado el comienzo de la acción, todo lo que viene después ayuda a borrar ese inicio algo moroso para adentrar al espectador en un recorrido en el que la salvación individual prima por encima de lo colectivo.

Cuna de lobos habla de una especie de mal heredado de otro tiempo, que parece haberse reciclado genéticamente en el presente, y hace hincapié en aquello que, cuando deja una marca, una raíz, siempre está volviendo. Es así como la pregnancia de las huellas dejadas por las atrocidades de la última dictadura cívico-militar se simbolizan en las microproblemáticas que encierran los vínculos que entablan los personajes de esta historia: relaciones tortuosas, sometimientos varios (muchos aceptados), malos tratos, ocultamientos y niños apropiados (a los que llaman irónicamente “hijos del corazón”) conviven con la cotidianeidad de esta fachada apócrifa que es el country, donde la normalidad de ese primer plano no permite ver lo disruptivo e incómodo de su interior. Y es, precisamente en ese interior, donde este equipo posa su ingeniosa mirada sin eufemismos, incluso, dejando a la vista las más tremendas de sus deformidades.

Es de destacar un elenco de actores nóveles, en su mayoría surgido del referido taller, que no sólo logra conjugar un mismo registro de actuación para potenciarlo a lo largo de la obra, sino que además consigue algunos pasajes de alto vuelo, y donde, a diferencia de lo que suele ocurrir, frente a un elenco mayoritariamente femenino en el que brilla Débora Chomnalez como la inescrupulosa e insaciable Teté, el gran destaque pasa por el trabajo de los hombres. Juan Tardío como Guido, el macho dominado y especulador, pero sobre todo Lucho Alva como los opuestos hermanos gemelos Simón y Benjamín (especies de Rómulo y Remo contemporáneos), edifican los nexos necesarios para el fluir de la acción porque son, al mismo tiempo, objetos de deseo y signos de fracaso. De hecho, el trabajo de Alva, en su constante desdoblamiento entre el “bueno” y el “malo”, plantea además el mayor desafío actoral que ofrece el material y del que el actor sale más que airoso.

También es para destacar el prolífico diálogo que los actores entablan con la dinámica que requiere el ingenioso montaje escenográfico tras la primera escena (gran trabajo de Cuarta Pared, a cargo de Cecilia Patalano y Celina Rovetto), dado que todo el equipo, desafiando las leyes de lo que, se supone, el teatro debe ocultar, exhiben el armado y desarmado de cada uno de los espacios que requiere la acción que van de lo público a lo privado: del Club House al baño de una de las casas, pasando por el living o la habitación de cualquiera de las restantes.

Pensada para un público amplio sin resentir la calidad dramática del material, y respondiendo a la premisa fundante de poner en escena problemáticas reales de la ciudad y su entorno, el texto está plagado de guiños al presente, en muchos casos con nombres y hechos fácilmente reconocibles, que rápidamente encuentran empatía en un público que no tiene respiro. Incluso hasta el momento en el que todo ya parece demasiado, y una invasión de perros salvajes termina parapetando a los habitantes de El Descanso que no tendrán salida. Sucede que la rabia es algo que se engendra, una clara metáfora de un final conocido y anunciado que nadie parece querer ver.

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