Tardó diez meses, pero llegó. Los trabajadores de Prunelle, el laboratorio de cosméticos ubicado en Solidini, escucharon el martes pasado el número mágico, 54366, que corresponde a la matrícula de la que ahora es su cooperativa. La fábrica ya puede solicitar subsidios y créditos para poner la infraestructura en orden y que las quince personas que trabajan ahí lo hagan, al fin, libre y abiertamente. “¿Qué sentimos? Una alegría tremenda”, resumió Cacho, flamante presidente de la cooperativa Prunelle.
Cacho repasa la buena noticia con mezcla de regocijo y satisfacción. Cuenta que recibió un mensaje desde Buenos Aires avisándoles que el permiso del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social estaba listo y ya eran cooperativa, de hecho y derecho.
Los trabajadores, ansiosos, hicieron las llamadas pertinentes para tener algo más que esa certeza. Y lo lograron: conocer el número que los legitima. “54366, es nuestro ADN”, denominó Cacho. Esa misma noche, más de uno jugó el número a la Quiniela.
Que la fábrica sea reconocida como cooperativa es el puntapié para empezar a nadar en nuevas aguas. Lo más importante es que sus trabajadores podrán cumplir sus funciones como obreros de fábrica, administrativos, distribuidores. Hasta el momento, sólo podían limitarse al mantenimiento del lugar y la venta de stock para sobrevivir. La matrícula ayudará también a conseguir subsidios y líneas de crédito que podrán poner la fábrica en orden: tanto en infraestructura como en la compra de instrumentos y la reparación y puesta en marcha de maquinarias. En abril de este año, los trabajadores habían expresado la necesidad de recibir ayuda económica para comenzar con ese trabajo. Sólo consiguieron un aporte del senador provincial Miguel Lifschitz.
La comisión directiva de Prunelle queda conformada desde ahora por: Ramón Arias (presidente), Claudia Mora (secretaria), Roxana Davoli (tesorera), Rosa Quintana (vocal), Sergio Herrera y José Lavergre(síndicos). La conformación de Prunelle como cooperativa de hecho data del momento que la fábrica amaneció cerrada, a mediados de septiembre de 2014. Los trabajadores encontraron como única solución apropiarse de su fuente laboral y se organizaron de manera horizontal para hacer todo: guardias, limpieza y mantenimiento, venta de stock. No sólo mantuvieron la fábrica en pie mientras esperaban que los reconozca la ley, sino que forjaron un vínculo que nacía de cero.
Hace unos meses, reconocían en una nota a este diario que las herramientas de las que más se valieron fueron el compañerismo, el esfuerzo y la solidaridad, la seguridad de saber que todo se puede, tener fuerza de voluntad y entusiasmo. Todos conceptos que pueden sonar cliché hasta el momento que se conoce su historia.