Miradas remotas da título a un ensayo fotográfico de Andrés Wertheim que versa sobre las gestualidades surgidas en tiempos de pandemia y cuarentena, cuando el uso de barbijos se hizo obligatorio y los rostros se redujeron a la expresión de los ojos, y registra la protohistoria de la hoy llamada nueva normalidad, cuando se sabía menos que ahora sobre el virus del covid, las calles estaban desiertas y la comunicación masiva abrazaba un lenguaje urgente y alerta.
El libro llega casi un año después del decreto presidencial que estableció el Aislamiento Social Preventivo Obligatorio (Aspo), el 20 de marzo de 2020, medida que con aperturas, recrudecimientos y profundas diferencias en cada provincia se extendió hasta noviembre, cuando pasó a ser Distanciamiento Social Preventivo Obligatorio (Dispo) que persiste hoy. “No habré aprendido cosas nuevas (…) No voy a descubrir la maravilla que significa simplemente estar vivo. No. Todo eso ya lo venía haciendo”, se lee en uno de los epígrafes que acompañan los más de 65 retratos reunidos en estas páginas.
Rostros de fotógrafos que por primera vez en sus vidas se calzaban el tapabocas, suponiendo, como muchos, que se trataba de una prenda pasajera.
Una lengua imperativa y total
Esos epígrafes son extractos de algunas de las más de 130 charlas que Wertheim mantuvo entre abril y mayo del año pasado con fotógrafos de todo el mundo: su cámara siempre a la misma distancia, apuntando a la pantalla de su computadora, en el improvisado estudio que montó en su casa en San Isidro, en tiempos de cuarentena estricta.
Son también la expresión más íntima y retrospectiva de un trabajo que completó con fotos de la ciudad vacía de Buenos Aires y de los graphs y carteles que asaltaban a la población en medios de transporte prácticamente cerrados, la calle y programas de TV con una lengua imperativa y total: “Tapate la boca”, “Mantené la distancia”, “Quedate en casa”.
“Esas fotos son de las muy escasas salidas que hice al principio, producto del permiso que tenía que pedir para circular de provincia a Capital, y de las idas a la verdulería o de cuando sacaba la bolsa de residuos y me topaba con los recolectores, cuando la poca gente con la que tenía contacto empezaba a usar tapabocas”, dice Wertheim. 59 años. 40 usando la cámara para documentar y registrar. “Generar huella”, dice él.
La pandemia como una bomba atómica
Sobre por qué eligió retratar fotógrafos, Wertheim señala: “Hice retratos de recolectores de residuos, de la gente que vendía en las fruterías, en la carnicería del barrio, pero la mayor parte del tiempo la pasaba puertas adentro, como todos. Entonces, los primeros días me dediqué a archivar material propio, porque la creación estaba forzosamente congelada, y recuerdo haber pensado en qué estarían mis colegas fotógrafos, qué pasaría con las muestras pospuestas por tiempo indefinido, en que eso significaba que no iba a poder verlos. Así surgió esta idea. Quise saber qué nos pasaba a quienes trabajamos con la mirada”.
Wertheim retrató la primera vez que usaban el tapabocas casi como un valor simbólico de ese primer gesto.
“Me impactó cuán acotada queda la expresión de la cara cuando el interlocutor que nos conoce por primera vez está limitado a los músculos de la mirada para entender lo que queremos expresar. Hay músculos alrededor de la boca que en una centésima de segundo pueden denotar qué sentimos, estados de ánimo que están vedados por el barbijo. Ahora solo queda ese destello, ese brillo, ese semi cerramiento de los párpados y el pestañeo. Es muy difícil expresar sentimientos vedando a la mirada los músculos de la boca. El otro día veía una foto de barbijos secándose en un baño. Era como ver un tender con ropa interior. Seguramente, cuando todo esto pase, tal vez en 15 años, en todas las casas habrá algún barbijo en un rincón. Por si las moscas, por si vuelve algo, porque las pestes son recurrentes. Es como si hubiéramos perdido la candidez. Cuando pasan estas cosas realmente sentimos que éramos inocentes. Esa normalidad nueva que irrumpió en nuestras vidas, para los nacidos y criados en pandemia, será natural: barbijo y distancia. Para nosotros es toda una disrupción, cayó como una bomba atómica”.
Pensar en un plan “B”
De qué manera cree Wertheim que esta pandemia transformó las nociones de cercano y remoto.
El fotógrafo apunta: “El mundo se había convertido en un lugar relativamente chico. La globalización hacía que todo estuviera cerca. Los vuelos hacían que en 10 horas pudieras estar en el fin del mundo. Aviones llenos, con frecuencias diarias. Había aglomeraciones, éramos cercanos con el otro. Ahora lo remoto es sinónimo de distancia, una distancia social que hizo que también el mundo se estirara. No sabemos si volverá a ser posible hacer un viaje de ida y vuelta en el día en avión. No contamos, por el momento, con la ingenuidad o ligereza que teníamos para movilizarnos. Cuando veo grúas que siguen construyendo edificios de oficinas me pregunto para qué, si esto demostró que muchos trabajos se pueden hacer de manera remota, aunque conlleve un montón de cambios sociales. No compartir los almuerzos ni un café para distenderse, mínimo”.
Acerca de la expresión de los retratados en sus fotos, Wertheim dice: “Incertidumbre. Ninguno de los retratados sabe cómo va a terminar esto. Todos las fotografías las hice entre abril y mayo del año pasado, en estricto Aspo, por eso muchos usaban un barbijo por primera vez en su vida. Dentro de esa incredulidad pensábamos que iba a pasar, por lo que oíamos en las noticias, pero ahora nos damos cuenta que las cepas simplemente van mutando. Si bien nadie tiene comprado el futuro, ahora sí que no se puede planear”, y sobre los desafíos que propone la pandemia para el trabajo fotográfico, dice: “Hoy el trabajo documental de meterse en marchas es exponerse, antes era participar y documentar. No habiendo bodas, no habiendo cumpleaños, no habiendo bar mitzvah el fotógrafo social debe repensar vida y trabajo, hay que tener un plan B. Si bien se sigue fotografiando el deporte, las canchas están vacías y se pierde la sensación épica que da el jugador ante la multitud. Hoteles desiertos, restaurantes cerrados que no precisan fotografías para sus catálogos ni páginas web. En todos los órdenes de la vida hay que repensar el trabajo. La fotografía está inmersa en lo que pasa en la pandemia y los fotógrafos tienen que reinventarse. La docencia es el único ámbito que representa una apertura y uno de los pocos casos positivos: la virtualidad permite, con clases remotas, que ciertos talleres que antes solo cursaban en Buenos Aires ahora se cursen desde cualquier lado del país”.