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Pueblos originarios: la vida y la leyenda de Pincén

Un libro rescata la figura del cacique ranquel que supo resistir hasta la avanzada de la Conquista del Desierto.

En “Pincén, vida y leyenda”, el historiador Juan José Estévez destaca la audacia del cacique ranquel, que resistió hasta la avanzada del Ejército Argentino durante la llamada Conquista del Desierto, poniendo en aprietos a las tropas del coronel Conrado Villegas, segundo del general Julio Argentino Roca.

El libro, editado por el sello Biblos, retrata la figura del líder aborigen, desde su nacimiento, pasión, encarcelamiento y muerte, así como sus disidencias con las otras tribus y el lazo que estableció –contradictorio y complejo– con Villegas.

Estévez explicó que “la historia que se cuenta en el libro también es la historia de Trenque Lauquen”.

“Empecé a trabajar la figura de Pincén a partir de una serie de documentos que encontré cuando estudiaba en Buenos Aires”.

“Investigando –agrega–, encontré documentos de la isla Martín García (donde Pincén estuvo tres veces preso): la partida de bautismo, de casamiento, entre otras; conculcadas después de su captura, claro está”.

Estévez es abogado, historiador y músico. Desde 2008 también es coordinador de museos, archivos y sitios históricos de la municipalidad de Trenque Lauquen.

Además de la primera edición de este libro, publicada en 1991, escribió “Historia trenquelauquenche” (2000) y “La Justicia de Paz bonaerense. Trenque Lauquen, 1885-1888”, en 2008.

“En esas partidas había datos que no se conocían. En el sur de la provincia se insistía con la gesta heroica, patriótica, de Villegas. Fue a partir de ese momento que me interesé en la historia de Pincén”, cuenta el historiador.

“El racconto de la vida de Pincén facilita entender lo que se llamó la Conquista del Desierto. Porque el cacique, valga la paradoja, no era heredero de ningún cacicazgo”, relata Estévez. Y explica: “Su origen es urbano, pampa, con fuerte influencia mapuche, pero siempre se reconoció argentino. En las primeras décadas (del siglo XIX) forma los primeros grupos, lanceros, 25, 30, algunas mujeres. Es un caudillo natural”.

Pincén se llamaba Catrinao Piseñ o Piseñ Catrinao en lengua mapudungún. Piseñ era su nombre de guerra; Catrinao (o sus variantes Cathunao, Catrenao o Catrinao), la denominación de su linaje familiar.

En su estudio, Estévez sostiene que “el liderazgo del cacique crece paulatinamente, y en las postrimerías de su vida alcanza el mismo nivel que los grandes de la pampa”.

“Es más: llegó a acaudillar 1.500 lanzas en su momento de esplendor”, relata. Ese “esplendor” se produjo cuando “la invasión grande, en 1875”.

“Pincén tenía entonces 70 años. Pero a lo largo de su vida mantiene múltiples disidencias con los otros caciques, y sobre todo con Calfucurá”.

Según cuenta Estévez, muchas veces, las razones de su alianza con otras tribus se debe a una táctica de supervivencia, no a una estrategia final porque la estrategia del cacique apunta a reforzar la identidad y el espacio aborigen más que la articulación de políticas con los invasores. “Pincén siempre discrepó con esa política porque sabía que cada pacto era un paso en contra de los suyos. Era un personaje autónomo del poder nacional. Pincén fue el único caudillo indígena que no vistió la chaquetilla militar”, insiste el historiador

“Calfucurá, Coliqueo, Catriel, todos se la pusieron. ¿Cómo se entiende? Psicológicamente, implica una subordinación, reconocer que el otro es más fuerte, es superior. Pero no fue el caso de Pincén, que se sentía muy orgulloso de sus ponchos pampa y su ropa tejida en telar”, completa.

El avance del Ejército argentino sobre la frontera obedece a los imperativos de la conquista territorial y a la imposición de un modelo económico agroexportador que necesitaba de esas tierras. El punto de vista estructural, sin embargo, no puede ignorar que hubo quienes se opusieron de un modo más digno que otros.

El historiador remarca un dato no siempre tenido en cuenta. “Las diferencias internas entre las diversas tribus, constituye un factor clave en la debilidad del frente aborigen. Y esto no lo digo de manera romántica. Porque de esa debilidad –promovida desde Buenos Aires– se derivan muchas de las consecuencias posteriores”.

Y por supuesto, el investigador distingue entre la actitud de Villegas (a quien Pincén respetaba) y Roca, quien jamás dudó del objetivo de máxima: “Asesinar a la mayor cantidad de indios posible”.

Estévez cree que “por ceguera o por rapiña, el gobierno central no entendió que los aborígenes querían participar del sistema económico que se estaba armando”. E insiste en que “hubieran sido muy útiles porque nadie mejor para trabajar la tierra que conocían”.

“Pero los negocios previos, la financiación de la campaña, las promesas de tierras subsidiadas (algunas de las cuales jamás se pagaron), boicotearon las tratativas de paz que, aclaro, no estaba en la cabeza de Roca”, subraya el historiador.

Finalmente, sostiene Estévez, “Pincén era el caudillo de una montonera integrada por indios, criollos, mestizos, refugiados. Y cuando es capturado, podría decirse que se termina el último foco de resistencia”.

“Porque Roca, que era más político que militar, y necesitaba mostrar resultados en Buenos Aires, aborta las tratativas de paz para empezar la cacería final. Para que no queden dudas: Roca fue uno de los mayores asesinos de la historia argentina”, concluye el historiador.