Hay quienes afirman que la verdad de las personas está no en lo que dicen sino en lo que hacen. Si bien las palabras pueden mentir más que las acciones, las acciones diarias son más difíciles de disfrazar todo el tiempo. Mentiras, farsas y estafas, finalmente son descubiertas y la diferencia entre lo que se dice y lo que hace se torna legible. En Psicología este dato es importante para quienes reivindican la acción por sobre las palabras. Porque si es cierto que para ser hay que hacer, en este contexto, las acciones toman una dimensión aún mayor. Más aún, cuando con cada conducta se construye la propia vida. La conducta, producto final de un proceso de construcción de significados y adjudicación de valoraciones, describe fielmente a cada persona.
Siempre se intentó clasificar las conductas humanas. Una clasificación es la de conducta agresiva, pasiva y asertiva. También las hay disruptivas, antisociales y anómicas, aberrantes, adictivas, las innatas y las adquiridas, las de sometimiento y de dominio, las de huida y de lucha, las de afrontamiento, las inhibidas y las no inhibidas, las egoístas y las cooperativas, las infantiles y las maduras, las típicas y atípicas según el sexo biológico, las sanas y las enfermas, las apresuradas y las tardías. Las posibilidades de clasificación son múltiples según las variables que se tengan en cuenta.
Pero hay una clasificación que resulta particularmente interesante: conducta automática versus conducta planeada. Y, de ella, la primera opción. Es que los automatismos son cosa seria porque nos gobiernan en silencio.
Conductas automáticas
Si cada una de nuestras conductas diarias fueran (la inversa de las automáticas) planeadas, reflexionadas, calculadas, quizás viviríamos en la Edad de Piedra. Sólo automatizando algunas funciones es cuando podemos acceder a otras con mayores niveles de complejidad. A mayor automaticidad, mayor eficiencia en la resolución del problema: menos atención y menos concentración (menos conciencia), menos tiempo, menos gasto; ése es el secreto. Manejar autos y bicicletas, comer, caminar, fumar, subir escaleras, respirar, como las clásicas reacciones emocionales y muchísimas otras, son conductas automáticas. Muchísimas veces no tenemos tanto para envidiarle a la robotización.
Es que según la tarea que se desempeñe, el porcentaje varía: un movimiento mecánicamente repetido es mucho más automático que un cálculo matemático. Aprender a bucear le quita al respirar el automatismo que le caracteriza hasta que el miedo pasa. ¡Cuán automáticas pueden ser algunas conductas que se pueden hacer con los ojos cerrados! ¿Qué porcentaje de sus conductas diarias representan las conductas automáticas? Sólo mírese de afuera y reconstruya su día. Pero de pretender ser más racionales, ¿por qué y cómo atentar contra la evolución?
Emociones y automatismos
Las emociones son el campo más fuerte de las conductas automáticas. Genéticamente concebidas, el miedo y la ira son ejemplos claros. Pero hay otras reacciones o conductas automatizadas, que no son genéticamente determinadas. Quien duplica la apuesta en una discusión, quien automáticamente descalifica a quien se le opone, quien se retira ante la menor dificultad, son automatismos de este segundo tipo. Son reacciones que quizás en algún momento de la vida pudieron haberle sido útiles pero luego se establecieron como válidas para todas las situaciones, se generalizaron y cronificaron (podríamos decir) y, en consecuencia, se naturalizaron.
Un problema adicional es que estas reacciones emocionales automáticas, en un segundo momento, se racionalizan. Esto es, buscan justificarse con razones. Por ejemplo, con las reacciones de enojo severo, las razones para justificarlas, son múltiples: “Es lo que te merecés”, “yo soy así, y no lo voy a cambiar”, “qué querés que haga, que te lo deje pasar”, “lo que pasa es que vos siempre me…”, “lo que pasa es que vos nunca hacés lo que yo…”, “te lo dije así porque yo quiero que…”, bla, bla, bla.
Es así, allí están las emociones para recordarnos nuestra animalidad o nuestra pobre racionalidad. El control de la ira, el mejor manejo del acto alimentario, las reacciones de retirada en lugar de enfrentar (las “evitaciones”), la ansiedad que lleva a querer saltar los autos de adelante en lugar de esperar, el reaccionar por lo que se siente, las reacciones agresivas en defensa del amor propio, el cruzar de vereda por miedo a los perros, el pretender que todo se haga “para ayer”; nos invitan no a racionalizar estos actos, sino a hacer racional y planeado lo automático.
Quién dijo que es fácil
Pero no por claro es fácil. Por el contrario, supone niveles altísimos de atención. El objetivo de máxima sería automatizar un sistema de alarma frente a la aparición de estos automáticos. Pero esto se logra con entrenamiento, convicción, perseverancia y estando alertas. Estando alertas para no terminar justificándose ante la dificultad, perseverancia por la dificultad y complejidad implícitas en el manejo de los automáticos, convicción para no quedar rápidamente a mitad de camino y entrenamiento para sostenerlo con efectividad. Y en simultánea y como objetivo final, el cuestionamiento y reemplazo de algunos principios o supuestos de vida además del mejor manejo de estas emociones.
Tomemos el caso de quienes comen por ansiedad o por ganas de comer, pero no por hambre. Sus conductas automáticas suelen sustentarse en frases tales como: “Por qué me voy a privar del placer de comer”, “finalmente de algo hay que morir”, “hay adicciones peores que ésta”, “da mucho trabajo cambiarlo”, “ésta es la cruz que me tocó llevar y me la banco”, “hasta ahora viví así y no me fue tan mal”, “finalmente no es lo peor que me puede pasar”. Supuestos que se parecen, muchísimas veces, a racionalizaciones.
No automatizando
La automatización y la naturalización son mecanismos emparentados en términos de resultados: no requieren reflexión para ser eficientes. Y el no desarrollo o pérdida de la capacidad crítica reflexiva es la que habilita cualquier automatismo, cualquier obediencia y la que naturaliza las peores aberraciones. Porque sin ella, entonces sí, no tenemos nada que envidiarle a los robots o a los animales conducidos al matadero. Prejuicios, verdades mantenidas como atemporales y mentiras repetidas mil veces hechas verdad; nos guste o no, nos conducen y gobiernan en silencio.