¿Qué pasó con la Flaca?, es la pregunta que viene rondando desde hace meses a distintas personas, sin que nadie tenga una respuesta clara. Todas conocían así a Silvia Castro, quien tenía una cargada historia personal y de solidaridades que había construido durante casi 40 años y que, de un día para otro, quedó bajo un manto de sombras y sospechas. “No tenía familia. Los amigos y compañeros éramos su familia”, la recuerda Cecilia, quien la conoció hace 21 años y desde entonces compartieron militancia, encuentros y amistad. Hasta que a fines del año pasado se interrumpió todo tipo de contacto, no sólo entre ellas, sino con todos. Nadie pudo tener noticias, y cuando esa misma incógnita los fue juntando, les dieron la noticia de que la Flaca había muerto, que un “amigo íntimo” al que nadie conocía dijo que se había encargado de su sepultura, y que en 2017 le había comprado la casa. Fue demasiado: una treintena de personas se concentró en el atardecer de este viernes frente a la edificación de Garibaldi 1070, a menos de dos cuadras de la comisaría 15ª, y con música y carteles reclamaron saber lo que siguen preguntándose y que convertirán en denuncia judicial hasta tener una explicación creíble: ¿Qué pasó con la Flaca?
Silvia Castro tenía 57 años y había nacido y se había criado en esa casa de General Las Heras aunque lo consideraba barrio Tablada, cuyo límite sur está a unas pocas cuadras de su casa. Y recién andaba cera de los 20 cuando “en el 82 o el 83” le diagnosticaron VIH positivo. “La echaron del trabajo”, la recuerda Cecilia y contó que ése había sido el gran quiebre de su vida: “Estaba en un frigorífico. Y desde entonces empezó a militar contra la discriminación, contra todo tipo de discriminación. Y hacer trabajos de prevención, a ayudar”.
Con problemas de adicción, la Flaca transitó por Sadys, el Servicio Asistencial en Drogadependencias y Sida. Y de allí salió como activista: “Fue una de las primeras promotoras en los barrios. Y trabajaba por los derechos de pacientes con sida y usuarios de drogas”.
Ella había sido, por la fecha, uno de los primeros casos, cuando al VIH todavía le decían, despectivamente, la “peste rosa”. Silvia transitó por todas las etapas de una reacción social excluyente, que recién fue cambiando a lo largo de años, décadas, y no del todo aún. Por eso la recuerdan como comprometida e incansable pese al apodo que la describía: lo que hizo y seguía haciendo, lo soportaba con menos de 50 kilos. Y no sólo ponía el cuerpo, sino también la casa: recuerdan que la vieja propiedad de la calle Garibaldi, deteriorada por el paso de los años y la humedad, ella nunca vivía sola. Siempre había alguien que atravesaba por malos tiempos, los mismos o parecidos a los que había surcado ella. “No era una casa común, sino de paso para muchos usuarios que han transitado adicciones”, recuerda Cecilia.
También por eso les sorprendió ver un cartel de venta en la propiedad. Alguien averiguó y afirma que le dijeron que todo estaba al día y costaba 40 mil dólares. “Y no puede ser, si era la casa de la mamá y la tía y ella nunca había hecho la sucesión. ¿Cómo puede haber propietarios legítimos?”, es una de las tantas incógnitas de quienes se apostaron ayer a hacer visible la situación.
Entre las treinta, acaso cerca de cuarenta personas que se fueron acercando, algunas con aparente temor, había vecinos que habían compartido infancia con la Flaca. Entre preguntas y relatos, fueron reconstruyendo que ella hacía las compras en el barrio, que hablaba con los vecinos, que nadie la vio físicamente deteriorada, sino “como siempre”. Hasta que no la vieron más.
“La persona que dice que le compró la casa dice que la internó el 24 de diciembre. Y por una averiguación supimos que murió el 23 de enero en el hospital Provincial”, refiere Cecilia. Pero las dudas tampoco se resolvieron: ella afirma que la supuesta sepultura de Silvia Castro en el cementerio La Piedad tiene escrito otro nombre. El de un varón.
La punta del ovillo en el caso de la Flaca remite a otros rumores, versiones que circulan en el barrio –y en todos los barrios– de personas sin familia que fallecen y al poco tiempo aparecen en venta o con nuevos residentes, pero nadie se anima a preguntar. La diferencia con ella es el reconocimiento social que fue gestando con su militancia: “Estuvo en la organización de las primeras marchas por la despenalización de la marihuana para uso terapéutico. Iba al Parque Sur a repartir profilácticos. Era paciente de una de las psicólogas y promotora comunitaria de Arda”, remarcan sobre la Asociación de Reducción de Daños de la Argentina, la ONG que trabaja sobre adicciones con otras miradas terapéuticas y que firma el afiche de convocatoria a la actividad que se hizo este miércoles, junto a Radaud, la Red Argentina por los Derechos de los y las Usuarios/as de Drogas, a la que Silvia contribuyó para que se formara.