Una secuencia de inexplicables torturas lejanas a los parámetros de un sistema democrático se sucedieron en la cárcel de Piñero y, para muchos analistas, tuvieron su correlato en el afuera. La foto de los presos a lo Bukele, que hasta los propios funcionarios salvadoreños catalogaron como un error, no fue el detonante. Sólo un mínimo reflejo de lo que pasó en Piñero los primeros días de marzo y que generó dos denuncias por torturas en Fiscalía y otra en el comité contra la tortura. Submarino seco, submarino ruso, picanas, abusos de todo tipo, son algunos de los detalles de una requisa infernal que desató el Servicio Penitenciario después de que el 2 de marzo desconocidos balearan un colectivo que trasladaba guardiacárceles.
Los torturados no son todos presos de alto perfil. Son reclusos que comparten pabellón con las terceras líneas de las bandas, ya que los verdaderos internos de alto perfil se encuentran en otro sector de la prisión, afirman quienes conocen la vida intramuros. En reuniones entre autoridades políticas y judiciales se sostuvo que las órdenes sobre el manejo de las cárceles se encuentran dentro de la premisa de hacer todo lo que permite la ley. Pero una tortura de esa magnitud, silenciada hasta ahora y sin consecuencias aún para los ejecutores, hace pensar que por fuera de la ley todo. La última palabra la tiene Fiscalía. En momentos complejos como los que se vive, es necesario que la Justicia equilibre y obligue a las instituciones a volver al Estado de Derecho.
La secuencia
El sábado 2 de marzo, dos micros de la empresa Laguna Paiva, que trasladaban un contingente de personal policial y del Servicio Penitenciario, fueron atacados a tiros en avenida Circunvalación, a la altura del puente Palliere, en barrio Rucci. A un agente una bala le rozó la cabeza, pero no hubo más heridos.
Horas antes los guardias habían realizado una requisa en los pabellones de alto perfil: sacaron televisores, hornos y cada objeto que los diferenciaba del resto de los presos. Es más, según fuentes del sistema penal, todo estuvo precedido de «unas diez requisas violentas».
Pero después de ese ataque a balazos, y como si se tratara de una pelea entre bandas, el Servicio Penitenciario cerró todos los pabellones y, en ese contexto, se dio la brutal requisa, que según especialistas en el tema fue la más violenta de la historia desde 1983 hasta ahora.
Desde ese día hasta el jueves siguiente nadie pudo entrar a Piñero. En el medio, hubo presentaciones de defensores públicos y privados. Un hábeas corpus determinó que desde Fiscalía pidieran informes sobre lo que estaba ocurriendo y recién el jueves 7 abrieron las puertas a defensores.
En los pabellones 7 y 8 viven presos que no son de alto perfil. Son 105. A fines del gobierno de Omar Perotti sólo vivían internos comunes, pero les trasladaron 10 más que pertenecían a las terceras líneas de las bandas delictivas locales. Los que no tenían nada que ver con ello firmaron su conformidad a ser tratados como presos de alto perfil, ya que la otra alternativa era ser derivados a Coronda. La mayoría de ellos no tienen abogados particulares y están a merced de que el sistema funcione para contar qué les pasó. Contra ellos se desató la furia.
Según una fuente del sistema penal, unos días antes de que se diera el ataque a los colectivos los reclusos estaban “engomados”. Es decir encerrados, sin contacto con el exterior, ni en los espacios en los que se pueden consumir las noticias que producen los medios. Por eso no sabían qué había pasado.
La requisa posbalacera
Cuando la prisión de Piñero abrió sus puertas, los golpes y las torturas eran evidentes y los relatos eran coincidentes.
La requisa de aquel sábado 2 empezó con el ingreso al penal del Goep (Grupo de Operaciones Especiales Penitenciarias) y la Unidad de Traslado. Los hicieron arrodillar, los esposaron y a la rastra los llevaron hasta el patio hasta que terminara la operación, contaron los presos.
Luego, los llevaron de a dos a cada celda y los sometieron a todo tipo de torturas, como el submarino seco, revelaron. Cuando se desmayaban, los despertaban a patadas para que dijeran quién mandó a balear el colectivo, relataron, algo que no sabían porque venían sin tener ningún tipo de contacto con el exterior: estaban engomados.
A otro grupo le pasaron picana. En los pies, en la espalda, en la oreja. Después, improvisaron un látigo hecho con cables para otros destinatarios. Palazos en las plantas de los pies, toallas en la cabeza y gas pimienta encima, una nueva técnica que impide la respiración y a la que se denomina submarino ruso. También usaron el tradicional submarino en el balde, entre muchos otros abusos y torturas, consta en las presentaciones judiciales.
Si bien los médicos constataron las lesiones, diez días después de la descomunal requisa los visitó un médico para tratarlos. Es que muchos tenían infecciones, ya que los dejaron lastimados en un espacio donde había agua de cloaca.
Foto y algo más
Lo curioso es que la foto «a lo Bukele», coinciden fuentes del sistema penal, no es de ese día, ni de ese pabellón. Sobre qué pasó con los presos de alto perfil, o sea los que ocupan los pabellones que van del 25 al 29, también fueron sometidos a una requisa, pero las fuentes consultadas por este diario desconocen las características de esa intervención. Lo único claro es que se acumulan habeas corpus y recursos judiciales.
Lo cierto es que en Piñero se respira un aire de conflicto que sólo la Justicia podrá parar. Para recomponer una ciudad que está fuera de la ley hay que repararla en cada uno de estos sectores. El Estado no puede ser una banda más que actúa en venganza, apañada por todos los sectores más altos de sus tres poderes. Por más que no garpe que los presos vivan en un Estado de Derecho, es necesario para mejorar el afuera. Porque tampoco estas medidas demostraron ser efectivas.