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¿Qué podemos aprender de las 12 epidemias anteriores que golpearon a Rosario?

Esta semana el Museo de la Ciudad puso a disposición de las escuelas una investigación sobre las enfermedades y respuestas de la sociedad desde 1867. Y hay muchas coincidencias con el covid-19

Déjà vu. A quienes estudian historia la pandemia por covid-19 no les trajo tantas sorpresas como al resto. Conocen que, con otro nombre y forma de contagio, un virus o bacteria ya supo poner en aprietos a Rosario. No es la primera epidemia. La ciudad vive el brote número 13 de una enfermedad que obliga a las personas y los gobiernos a hacer algo distinto a lo que venían haciendo. Quizás haya algo que aprender de las 12 anteriores.

Agustina Prieto es historiadora y ayudó a armar la Valija Didáctica Nº4 llamada La Peste, una investigación de las 12 epidemias anteriores al coronavirus y que desde esta semana el Museo de la Ciudad Vladimir Mikielievich ofrece como material de estudio para las escuelas. “En todas las epidemias las personas y las ciudades repiten actitudes”, dice Prieto.

Según la historiadora, algo común a todas las epidemias en las ciudades es negar que hay una epidemia. ¿Escucharon a alguien decir que “todo esto es un cuento”? Otro efecto es querer discutir cómo pelear contra la enfermedad como si fueran especialistas en epidemiología o medicina. ¿Recuerdan a Viviana Canosa tomando dióxido de cloro? Un tercer efecto es el miedo de quienes enferman a sufrir la discriminación. Y escondiéndola surgen más contagios. Todo ya pasó antes.

No es la primera vez que Rosario queda paralizada por una enfermedad. Ni la primera en que parte de la ciudadanía sale a la calle para exigirle al gobierno que levante el aislamiento por las pérdidas económicas y el entendible temor a los conflictos sociales que trae el desempleo. Ambas cosas ya pasaron en 1899 cuando un brote de peste bubónica obligó a la Nación a cerrar la ciudad. Lo llamaron “cordón sanitario”.

Repunte

Pero no todas son pálidas en la historia rosarina. Parece que las enfermedades, acompañadas por una sociedad responsable, empujaron grandes beneficios que hoy ayudan a combatir el covid-19, entre otras. Los brotes de peste bubónica forzaron nuevas condiciones de higiene y seguridad en los puertos. Los de cólera obligaron al gobierno a rellenar la Laguna Sánchez (hoy plaza Sarmiento) y apresurar la construcción de cloacas y conexiones de agua potable, aunque todavía no toda la ciudad las tiene. El de la polio llevó al Estado y hasta las asociaciones de filantropía a construir servicios y edificios para atender y rehabilitar a las personas. Un ejemplo es el Ilar, espacio que hoy ataja otra pandemia: los siniestros viales.

¿Algunos ejemplos más? El grupo Las Hermanas de la Caridad y el médico Gabriel Carrasco construyeron el actual Hospital Carrasco para atender a quienes tenían que estar aislados por la peste bubónica, turberculosis y lepra. Hoy el Carrasco es uno de los centros de atención por covid-19 más importantes.

Los avances no quedan en edificios. Una cama sin personal de salud ni sistema sanitario sirve de poco. Según cuenta Prieto, las enfermedades también forzaron nuevas políticas públicas. “En 1871 un brote de fiebre amarilla –que no afectó a Rosario– generó una reestructuración muy importante del sistema sanitario de Buenos Aires. Eso, a la larga, llevó a lo que hoy conocemos como el Ministerio de Salud nacional”, cuenta.

En la ciencia los brotes impulsaron la creación de vacunas para desterrar enfermedades como la viruela que venían azotando a la humanidad durante años y años. O la invención de un pulmotor o pulmón de acero para tratar a parte de las 6.500 personas, en su mayoría menores de cinco años, que no podían respirar por la polio en Rosario durante 1956. Hoy profesionales de Conicet, universidades y desarrolladores armaron y reinventaron respiradores para pacientes críticos de covid-19. No muy distinto.

Otro legado de las peste, menos visible que los edificios, fue un cambio en el imaginario social. Las enfermedades hizo que las personas le quiten la fe a curanderos y la entregue a profesionales de la salud.

¿Qué hay de nuevo, doc?

Hay diferencias entre las epidemias anteriores y el covid-19. En 1900 la mayoría de los contagiados y muertos por la peste bubónica habían sido obreros. Tenía que ver con el tipo y condiciones de trabajo en el puerto que los exponía a las ratas. Las clases más altas casi no fueron afectadas por la enfermedad. Hoy quienes más contraen el covid-19 también son quienes trabajan. O al menos, quienes más salen de sus casas. La diferencia hoy no es la clase social.

El covid-19 parece no mirar tanto la cuenta bancaria de las personas (aunque un cuerpo bien alimentado y con tiempo para pasear siempre es más resistente) sino cuánto se mueven y qué edad tienen. Sacando las enfermedades crónicas, quienes más mueren en por el virus SARS-COV2 son adultos y adultas mayores. La semana pasada la edad promedio de muertes estaba cerca de los 73 años.

Quienes menos mueren, pero más se contagian, son jóvenes. Son personas que algún día, y a pesar de todos sus intentos de postergarlo, se convertirán en los próximos adultos y adultas mayores. Ojalá les toquen nuevos jóvenes que les cuiden como ellos cuidaron hoy a sus mayores. O mejor.

Antes del coronavirus: la historia de las epidemias que sacudieron a Rosario

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