Silvina Romano, Arantxa Tirado, Aníbal García Fernández, Tamara Lajtman / Celag.org
La política exterior de Estados Unidos (EE. UU.) para el próximo año estará fuertemente atravesada por tres factores:
Es año electoral, así que todas las energías y focos estarán puestos en la campaña. Pero también es cierto que la política exterior es uno de los espacios preferidos para dirimir la batalla presidencial.
Los cambios de gabinete en el Gobierno de Donald Trump, son parte de su forma de gestionar y dan cuenta de las inconsistencias y desacuerdos, sobre todo en política exterior. A esto se suma el pedido de impeachment contra el presidente, lanzado por la Cámara de Representantes (aunque eso no conduzca finalmente a la expulsión de Trump de su cargo, que requiere de una serie de instancias y decisiones poco probables).
La geopolítica global está cambiando, presionando hacia una creciente multipolaridad, con potencias en ascenso en plena batalla de desarrollo tecnológico y militar, compitiendo por mercados, recursos, etc., al tiempo que EE. UU. pierde hegemonía.
Considerando estos condicionantes, proponemos siete claves para aproximarnos a las principales características de la política exterior de EE. UU. en el 2020 y su impacto en América Latina.
América Latina es y será tema de campaña. Como se ha señalado, la cuestión migratoria, la guerra contra Venezuela y el aumento de la presión a Cuba son protagonistas de los discursos de campaña de Trump, sobre todo en espacios donde puede predominar el voto latino. Con respecto a la migración, el endurecimiento de las condiciones es evidente, pero la escalada antimigrante ha mostrado límites (negación desde el Congreso y la Corte Suprema, por ejemplo) dando cuenta de que no todo se logra por decreto. Trump ha mostrado interés en acoplarse a las propuestas de desarrollo para las economías centroamericanas pautadas por el actual Gobierno mexicano (aunque siempre con contradicciones). Los países centroamericanos seguirán presionando a Trump para que reemplace la política de criminalización por mayor asistencia para el “desarrollo”. Trump le brindará atención a estos temas, según convenga al timing político de las elecciones, para hacer propaganda a su favor (no es asunto prioritario en su agenda).
Venezuela
El discurso anticomunista y antisocialista que es la base de la campaña de reelección de Trump, está atado en parte a un “triunfo” de EE. UU. en Venezuela, así como a una mayor presión contra Cuba. De acuerdo al timing de la campaña, se presionará aún más contra la economía y el pueblo venezolanos para mostrar que “se está cumpliendo” con la misión de “liberarlos” del mal del socialismo (esto también vale para Cuba). El discurso de acabar con los enemigos de la democracia “en casa” (incluida América Latina) será protagonista en las alocuciones sobre EE. UU. y el continente. Sin embargo, la retórica fuerte contra Venezuela no se materializará en una intervención armada, acción demasiado contundente (y costosa) en período electoral. Podría formar parte, más bien, de una promesa para justificar su reelección.
Las relaciones comerciales con América Latina seguirán su curso, como hasta ahora, con una mayor presencia del capital privado estadounidense (en reemplazo del capital que llegaba vía asistencia para el desarrollo de agencias gubernamentales). Se profundizará la disputa con China y Rusia en ámbitos clave como el desarrollo de infraestructura y el acceso a recursos estratégicos, incluidos los hidrocarburos y el agua.
La guerra contra China a nivel continental seguirá sobre los pilares de que China promueve el endeudamiento y contratos corruptos o poco transparentes. En el ámbito de desarrollo de infraestructura (uno de los más preciados por los montos que maneja) disputa también con la Unión Europea (UE) –cuestión que se evidencia en el modo en que la UE intenta alejarse de EE. UU. en términos de democracia y desarrollo, para ampliar su campo de acción en el mercado y territorio latinoamericanos. Con China también se libra una batalla, un poco menos visible, por el acceso a recursos estratégicos vinculados a la carrera tecnológica.
Rusia sigue siendo otro de los enemigos a consolidar por parte de la retórica de Trump, tal como lo exponen las principales estrategias nacionales (de seguridad, de defensa, etc.). Se trata de un enemigo político y militar debido al compromiso de Rusia con gobiernos no alineados a las políticas económicas y de seguridad estadounidenses como Bolivia, Venezuela, Cuba y Nicaragua. Será recurrente la vinculación de Rusia con Venezuela “por el petróleo” como causa real de apoyo de Vladimir Putin a Nicolás Maduro (resaltando el carácter oportunista y extractivista de los rusos). Rusia es uno de los competidores en materia de seguridad, mercado que desde la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad tiene preferencia para EE. UU. y el Estado de Israel. Es importante destacar que este rol de Rusia como “enemigo” será especialmente alimentado en la campaña electoral, no sólo por candidatos republicanos, sino por los propios demócratas, en virtud del “Rusia Gate” (caso en el que se acusa a Rusia por haber intervenido en las elecciones presidenciales de 2016 y que es el punto de partida para el impeachment de Trump). Es desde la Cámara de Representantes de donde saldrán las voces más fuertes anti-Rusia.
El petróleo. Las recientes tensiones en Medio Oriente evidencian el núcleo de la disputa geopolítica actual. Trump anunció el uso de las reservas estratégicas de crudo de EE. UU., rompió el acuerdo con Irán y parece presionar o estar de acuerdo con un enfrentamiento cada vez más directo con ese país, aunque las disputas (renuncias y despidos) al interior de su Gobierno muestran que no todos están de acuerdo con otra escalada en Oriente Medio. De cualquier modo, cuanto más se tensione la situación en ese territorio, será más necesario el petróleo de Venezuela y mirar a los productores cercanos, como México, Colombia y Guyana.
México. Considerando las idas y vueltas en las relaciones con México, no está claro si, en caso de precisar con mayor urgencia acceso al petróleo mexicano, Trump recurrirá a una política dura contra los proyectos de nacionalización del Gobierno actual (o, al menos, de mayor protagonismo del Estado), como lo hizo en primer momento para la renegociación del TLCAN –que terminó reproduciendo una dinámica similar vía UMSCA, sin cambios trascendentales–. Cabe la posibilidad de que, en año electoral, evite sumar situaciones de desgaste y busque negociar.
Diplomacia, confrontación y blowback
La política exterior del Gobierno de Trump ha sido inconsistente, incierta y, en su mayor parte, generó rechazo por parte de la comunidad internacional. No obstante, también se ha anotado puntos a favor en su forma de negociar cara a cara, dinámica especial para la propaganda a su favor. No obstante, muchas de sus decisiones no están exentas de un blowback. La cantidad de tensiones y agresiones generadas por el actual Gobierno estadounidense pueden llegar a ser “contestadas” en cualquier momento y por medio de diversas estrategias (como lo indica el protagonismo de una guerra híbrida en ciernes, liderada por EE. UU.), no sólo en territorio estadounidense, sino en el de sus “aliados”. Es por ello que desde algunos Think Tanks que asesoran de cerca a la Casa Blanca y al Departamento de Estado (sean más o menos atendidos y escuchados por los funcionarios de turno) se recomienda que EE. UU. se incline hacia una “guerra política”, que implica “la utilización, a nivel internacional de una o varias herramientas de poder (diplomático-político, comunicacional/cibernético, militar/de inteligencia y económico) para influenciar o afectar de alguna manera la toma de decisión de un Estado. En síntesis, recomiendan al Gobierno continuar la guerra, pero apelando cada vez más “a otros medios” y menos a la confrontación. ¿Oirá Trump esta recomendación?