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Quiénes son y qué hacen los cybercirujas de Rosario que preparan su segundo encuentro federal en la ciudad

Gratis y abierto, en los galpones del CEC, el colectivo Hackfun expondrán junto a pares de todo el país lo que hacen e invitarán a sumarse a una aventura en la que el software y el hardware se codean con el arte y alimentan preguntas sobre la sociedad y sus modos de producir y consumir

¿Computadoras, monitores, consolas, netbooks o celulares «viejos»? El adjetivo es parte de una estrategia industrial, pero hay un grupo de rosarinos que lo cuestiona poniendo en juego su curiosidad «voraz», el ingenio, la voluntad de aprender y compartir conocimientos para recolectar y entender cómo funcionan esos componentes tecnológicos que son cajas negras para la mayoría de los usuarios. Se empecinan en repararlas, inventarle nuevos usos, conspirar contra la corta vida útil que los fabricantes les imprimen para mantener sus flujos de ventas. Interpelan la lógica empresaria de la obsolescencia programada y transforman la «basura electrónica» en nuevos dispositivos útiles. Revividos, reconfigurados o reprogramados, se los entregan a bibliotecas y comedores populares, residencias para adultos mayores, estudiantes, docentes y otros trabajadores o asociaciones civiles.

Se definen como cybercirujas en la Argentina. En Rosario, se unieron bajo el nombre Hackfun con identidad y objetivos comunes pero también propios. Para el sábado 31 de agosto, organizan en la ciudad el Segundo Encuentro Federal de Cybercirujas con la presencia de pares de otras provincias. El primero fue el año pasado en Córdoba. Será una convocatoria abierta y gratuita en el Centro de Expresiones Contemporáneas. En los galpones frente al Paraná, mostrarán lo que hacen e intentarán entusiasmar a otros para que se sumen a esa aventura en la que el software y el hardware se conjugan con el arte y alimentan las preguntas sobre la sociedad, sus modos de producción y consumo. Como dato curioso, habrá, entre otras muchas actividades, una suerte de olla popular informática, pero de ida y vuelta: habrá componentes reciclados para quien quiera hacer un uso provechoso de los mismos, y la invitación a alimentarla con plaquetas o dispositivos en desuso que los visitantes quieran dejar para darles oportunidad de resurrección.

 

«Hackfun comenzó en 2019 como una comunidad principalmente online que realizaba reuniones esporádicas, organizando charlas o meetups. Con la pandemia, vimos la necesidad de mucha gente de contar con una computadora para poder realizar videollamadas y continuar con sus actividades, trabajo o estudio. A partir de ese momento, comenzamos a buscar equipos en desuso y reacondicionarlos», narra Martín Vukovic los inicios de lo que denominan la «célula» local de cybercirujas con la aclaración de que tienen una agenda propia que excede en mucho a la de reparación y vuelta al ruedo del servicio de los componentes informáticos.

Lisandro Raviola también forma parte de Hackfun. Aporta que en los inicios realizaban «reuniones y eventos esporádicos en diversos espacios físicos». Eran «un grupo itinerante que se encontraba físicamente para realizar «reparatones» (jornadas de reciclaje de computadoras) en casas o espacios comunitarios, coordinándose a través de canales virtuales».

Dieron un paso importante el año pasado. El grupo se instaló de forma regular en el espacio Experimenta, en el primer piso del Centro Cultural La Toma (Tucumán 1349). «Contar con un espacio físico generó un un punto de referencia y facilitó que más personas se acerquen, permitiéndonos crecer como comunidad y diversificar nuestras actividades», se entusiasma Martín.

 

Aunque aceptan el mote de «nerds», explican que el colectivo formado en Rosario desborda esa definición. «Está compuesto por un grupo de gente muy inclusiva, curiosa y entusiasta de distintas áreas. Hay provenientes de Ciencias de la Computación, Ciencia Política, Bellas Artes, electrónica, música…», enumera Vukovic sin que se agote la lista. Y no se trata sólo de especialistas: es un espacio abierto a otras capacidades. «Cualquiera con ganas de aprender, enseñar, y colaborar es bienvenido. No es necesario ningún tipo de conocimiento previo. El único requisito es querer aprender, experimentar y tener una curiosidad voraz». Retrocomputación, artes audiovisuales, historia, política y derechos digitales, enriquece Lisandro ese espectro de intereses y trayectorias en el equipo.

Raviola refuerza la descripción de ese universo sin fronteras. «Se ha acercado gente muy diversa con un interés común por los usos y alcances de la tecnología en términos generales, y por las nuevas tecnologías de información y comunicación en particular. Otro denominador común es el de tener ganas de compartir conocimiento y aprender de manera comunitaria». Y enfatiza que lo anterior está asociado a preocupaciones trascendentes, miradas cuestionadoras, ganas de incidir en la realidad: «Tenemos un perfil orientado a construir comunidades inclusivas y solidarias, promover el impacto social de nuestras actividades para disminuir desigualdades y discutir críticamente las tecnologías hegemónicas experimentando modos alternativos para su producción, uso y circulación«.

No es necesario, aclaran los cybercirujas rosarinos, tener conocimientos de computación o de electrónica. Cualquiera que esté interesado en sumarse puede hacerlo a partir de los contactos que figuran en la página web de Hackfun o acercarse a La Toma los miércoles a partir de las 19.

No es basura, sólo hay que tener ganas 

Según el Observatorio Mundial de Residuos Electrónicos en su último informe de 2020, en la Argentina se generan 465 mil toneladas de RAEE (Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos) por año. De ellos, una buena parte corresponde a equipos informáticos. El 60% termina en basurales o rellenos sanitarios. En contrapartida, sólo el 5% de esos elementos son recuperados o reciclados. El resto se convierte en un foco de contaminación por los materiales que, a medida que se degradan, vierten sustancias tóxicas al ambiente.

Argentina ocupa el tercer puesto en el ranking regional de esa basura, detrás de Brasil y México, con una generación promedio de 10,3 kilos anuales por habitante.

Lo peor de todo es que una buena parte de lo que se desecha como residuo informático no lo es: se puede seguir utilizando. Tanto en sus funciones originales como en otras. Y eso es lo que hacen en Hackfun.

«Muchos equipos que normalmente se dan por perdidos, como basura, logramos reutilizarlos completamente. También, cuando su función principal queda inutilizable, solemos encontrarles algún otro uso», reseña Martín. Da algunos ejemplos: una computadora que en lugar de un gabinete de metal está instalada en una caja de cartón, a la que llaman Compucaja, un reflector de gran tamaño hecho con una TV LED que ya no reproducía la imagen, pero puede emitir una luz blanca potente con la retroiluminación de la pantalla. O una computadora a la que le funcionaba la mitad del monitor y le configuraron el sistema operativo para que vuelque toda la imagen en el sector funcional. «Todo tipo de hackeos que hacemos mitad para rescatar lo que se pueda y mitad para divertirnos haciendo algo diferente y original», explica.

Juegos antiguos, nuevas pasiones, cultura recuperada

Ya hicieron eventos para exponer lo que consiguieron en función de esos variados intereses. Por ejemplo, lo que llaman «retrocomputación» y videojuegos. «En dos ocasiones, armamos un retro Arcade», menciona en alusión a las grandes máquinas que a partir de la década de 1970 comenzaron a poblar las salas de juegos. Los que asistieron, dice, pudieron disfrutar en esas consolas retro originales juegos en red como en los clásicos Cybers.

Las actividades, repite Martín, son muy variadas. «Van desde la reparación de computadoras o equipos electrónicos, programación, reciclaje o reutilización de todo tipo de elementos, organización de eventos, videojuegos nuevos y retro, experimentación con dispositivos de todo tipo como Arduinos o Raspberry Pi (placas electrónica de hardware libre que utilizan un microcontrolador programable)». Y una dinámica de enseñanza y aprendizaje mutuo de lenguajes de programación y distintas tecnologías.

«Hemos organizado eventos abiertos a la comunidad relacionados a los videojuegos en 2023 y 2024. Para ello, utilizamos consolas originales o clones de diversas épocas (Atari 2600, Family Game / Nintendo Entertainment System (NES), Sega Genesis, Sony Playstation 1 y 2)», aporta Lisandro. Y agrega: computadoras «retro» con sus juegos y sistemas operativos históricos (DOS y primeras versiones de Windows), y otras más recientes que mediante programas emuladores permiten ejecutar juegos producidos para distintas plataformas de las últimas cuatro décadas.

Varias generaciones, se entusiasma, participaron de esas actividades. «Tratamos de hacer una especie de arqueología del videojuego, con perdón de los arqueólogos, y construir la historia sobre los distintos modos de jugar a lo largo del tiempo», sigue con otro pedido de disculpas, esta vez a los historiadores. No es, aclara, una concesión a la nostalgia: «Nuestra intención es mostrar la evolución histórica de un aspecto central de la informática y apreciar la riqueza y variedad del videojuego como objeto cultural«. Y destaca otra vez cómo las comunidades de intereses recuperan lo que el mercado desecha, en este caso en el plano simbólico: «Paradójicamente, en la era del registro permanente e indiscriminado de la información que realizan las grandes corporaciones tecnológicas, una parte enorme del acervo cultural vinculado a los videojuegos y otras obras digitales podría haberse perdido de no mediar el esfuerzo de muchos archivadores y desarrolladores de programas emuladores, lo que ha permitido continuar accediendo y disfrutando de estas obras que el mercado considera obsoletas».

Otro software para otra vida y con distintos valores

Varias de las extensiones de uso de los dispositivos se consiguen gracias a la instalación en los mismos de lo que se denomina software libre, que además de las ventajas técnicas es parte de un movimiento que hace foco en la colaboración para su mejoramiento y el valor social como contraparte del objetivo de ganancias corporativas. «Se desarrolla de manera abierta y transparente bajo premisas no solo de calidad técnica sino también de valor comunitario», sintetiza Lisandro.

«El hecho de que sea abierto y modificable (su código fuente está disponible) permite adaptar cada software a las necesidades y características de distintos tipos de usuarios y dispositivos de cómputo», sigue el integrante de Hackfun. Por eso, señala, las aplicaciones pueden optimizarse para el uso que se les va a dar. Y como el código de las aplicaciones es público, puede ser auditado por cualquier persona con los conocimientos adecuados y mejorado ante la detección de una vulnerabilidad de seguridad. Algo más sobre lo último, fundamental en estos tiempos: «Es posible saber lo que el programa hace con los datos del usuario, y por lo tanto determinar si respeta su privacidad».

Raviola recalca que no hay por qué aceptar sin más el software diseñado por las grandes corporaciones. «Existe un ecosistema enorme de aplicaciones para elegir, comenzando por el software principal que necesita cualquier dispositivo: el sistema operativo«. Una vez liberado de esa aparente comodidad publicitada por las empresas, dice, «se puede seleccionar el sistema que mejor uso hace de los recursos de los que se dispone (procesador, memoria RAM, espacio de almacenamiento…)».

Lo que más se utiliza en este cambio de paradigma es el sistema operativo GNU/Linux en alguna de sus múltiples distribuciones. Lisandro cita Debian, Ubuntu, Linux Mint y Fedora, pero aclara que existen otros como FreeBSD. Destaca que incluso el Android, instalado en la mayoría de los celulares y muchos televisores, «incorpora muchos aspectos de Linux». Sin embargo, advierte sobre una «trampa»: «En el caso de los celulares, la instalación de sistemas operativos libres aún no es tan sencilla como en computadoras portátiles o de escritorio debido a la incompatibilidad deliberada del hardware producido por distintos fabricantes». Pero ya comenzaron a burlarlos. Y eso, con sistemas operativos libres compatibles con Android, como Lineage OS, «que ya funcionan en muchos teléfonos y tablets permitiendo extender su vida útil al igual que con las computadoras«. Para apuntalar ese «avance», completa, hay repositorios como F-Droid (el equivalente a las tiendas de app de los sistemas privativos) que permiten instalar software libre en teléfonos Android y así aprovechar sus ventajas en cuanto a seguridad, rendimiento y privacidad.

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