«Es un asesino serial, no tenía compasión», declaró contundente el albañil el 28 de junio de 2006, en el Tribunal Oral Federal de La Plata. Tres meses después, López fue visto por última vez y está desaparecido desde entonces. Este lunes, su testimonio fue nuevamente escuchado en un video, en el mismo tribunal que juzga a Etchecolatz por una larga lista de torturas y muertes.
El relato firme y desgarrador del albañil Jorge Julio López, sobreviviente de la última dictadura cívico-militar que hace 15 años acusó al represor Miguel Etchecolatz de torturar y comandar masacres, se escuchó nuevamente este lunes ante un tribunal federal de La Plata que proyectó el testimonio que brindó en 2006, en un juicio contra el excomisario bonaerense en cuyo marco el militante fue desaparecido, en plena democracia.
«Es un asesino serial, no tenía compasión», dijo contundente López sobre Etchecolatz, aquella mañana del 28 de junio de 2006, cuando declaró ante el Tribunal Oral Federal 1 (TOF 1) de La Plata, que presidía Carlos Rozanski, que juzgaba al exdirector de Investigaciones de la Policía de la provincia de Buenos Aires.
En esa oportunidad, aseguró que «él (Etchecolatz) personalmente, les digo a todos los que están presentes, dirigió esa matanza».
El relato extenso, minucioso y emotivo que brindó López en esa audiencia volvió a escucharse este lunes, 15 años después, al ser proyectado por el TOF 1, presidido ahora por Andrés Basso, que nuevamente tiene sentado en el banquillo a Etchecolatz y al jefe del servicio externo de la Unidad Regional de La Plata, Julio César Garachico, por los tormentos infligidos a 7 personas cautivas en el centro clandestino conocido como «Pozo de Arana».
Etchecolatz está imputado de la privación ilegal de la libertad, torturas y homicidio de Norberto Rodas y Alejandro Sánchez, mientras que a Garachico se le imputaron las privaciones ilegales de la libertad y torturas en perjuicio de Patricia Dell’Orto, Ambrosio de Marco, Norberto Rodas, Alejandro Sánchez, Francisco López Muntaner, Guillermo E. Cano y Jorge Julio López, y los homicidios de Patricia Dell’Orto, Francisco Ambrosio de Marco y Norberto Rodas.
Durante la audiencia, con la proyección del testimonio que resultó clave para condenar a Etchecolatz por genocida, López pareció estar allí, con su boina gris oscura y su campera roja, reviviendo los padecimientos sufridos tras ser secuestrado a fines de octubre de 1976 por un grupo de personas entre las que estaba el excomisario, y su paso por cuatro centros clandestinos hasta su liberación en 1979.
«Etchecolatz decía: ‘Mirá, voy a felicitar al personal porque han agarrado dos de estos Montoneros’ y estábamos con (Norberto) Rodas y nos picanearon toda la noche», dijo el albañil, que también identificó a Garachico en esos centros.
Recordó que «Etchecolatz estaba a un costado y desde ahí ordenaba ‘dale, subí un poco más’ (en alusión a la picana) y me decía ‘¿Vos me conocés? Hacete el guapo como lo hiciste aquella noche’. Ese día la picana no me hacía mucho porque era con batería. Sentía cosquilleo. ‘Ahora sí acá vas a sentir, vas a ver'».
Contó la llegada al Pozo de Arana de Patricia Dell’Orto y su esposo Ambrosio de Marco, a quienes conocía de su militancia en la unidad básica de Los Hornos, partido de La Plata. Y su voz se quebró al recordar el pedido que le hizo la mujer si lograba salir vivo de ese centro clandestino: que fuera a casa de sus padres, les dijera dónde estaba y le diera un beso a su hija en nombre suyo.
«El marido estaba tirado en el suelo e iban y le decían ‘levántate, ¿no ves que ahí están tus muchachos, tu montoneros, y les va a dar vergüenza que un jefe sea tan flojito y esté tirado?'», recordó López.
Relató, quebrándose, que «después la sacan a Patricia. Patricia gritaba ‘No me maten, no me maten. Llévenme a una cárcel, pero no me maten. Quiero criar a mi nenita, a mi hija'». Con total seguridad, el albañil dijo entonces al Tribunal: «Si un día encuentran el cadáver o la cabeza, tiene el tiro metido de acá (señalándose el centro de la frente), y sale por acá (la nuca). Después sacaron al marido, Ambrosio De Marco. Él no se levantaba, entonces lo agarraron entre dos o tres y lo sacaron a la rastra y otro tiro».
«Un día pensé: si un día salgo y me encuentro a Etchecolatz yo lo voy a matar, yo, pero…¿qué voy a matar a esa porquería?», concluyó el albañil desaparecido desde el 18 de septiembre de 2006, cuando salió de su casa rumbo al Palacio Municipal de La Plata donde se desarrollaba el juicio contra el expolicía e iban a leerse los alegatos.
Durante esta audiencia también se proyectó la declaración que brindó el 22 de junio de 2006, en el juicio contra Etchecolatz, otra sobreviviente ya fallecida, Nilda Eloy, cuyo testimonio, igual que el de López, fue clave para lograr que se condenara al exdirector de Investigaciones como genocida, ya que la mujer lo identificó como quien estaba a cargo del operativo que la secuestró de su casa el 1 de octubre de 1976.
Según relató Eloy, Etchecolatz se quedó a un lado mientras el resto de los hombres revisaba y saqueaba su casa, para luego «tabicarla» y subirla a un automóvil rumbo al centro clandestino de La Cacha, donde fue «desvestida, golpeada y torturada con picana eléctrica».
En «La Cacha» también estaba Etchecolatz, a quien apodaban «Coronel» y de quien supo su nombre real recién en la década de los ’90, cuando vio al expolicía en un programa de televisión.De allí fue trasladada al «Pozo de Quilmes», donde compartió cautiverio con varios jóvenes secundarios secuestrados en el episodio conocido como «La Noche de los Lápices».
«María Claudia Falcone estaba torturada. Eran tan chicas…yo tenía 19 años pero ellas tenían 16 y parecían nenas», recordó con emoción al rememorar a los jóvenes que reclamaban el boleto estudiantil.
También se conmovió al recordar a su compañera de cautiverio Marlen Kegler Krug, una joven paraguaya de ascendencia alemana que «se estaba recuperando porque todavía tenía en su cuerpo las marcas en sus manos y pies por haber sido crucificada».
Relató que en el centro ‘El Infierno’ «quedé como única mujer, con todo lo que eso implicaba» y detalló que a veces la sometían a tormentos para intimidar a otros secuestrados haciéndoles creer que la torturada era su madre o hija.
«A mí no me inspira ninguna piedad que estos genocidas puedan tener 80 años. La edad no fue parámetro para eximir a las víctimas. Había mujeres de 84 años, de 2 años y quienes nacieron en cautiverio y el primer aire que respiraron fue el de una comisaría», dijo con firmeza Eloy desde la grabación.