En un país que atraviesa una de las peores crisis económicas de las que se tenga memoria, el teatro, ese lugar de encuentro, ese otro mundo distinto al real que no se ve pero que está, volvió a estallar en Rafaela. Es casi milagroso que este encuentro que entre martes y domingo últimos transitó su décimo quinta edición con 24 espectáculos del país y un par del exterior siga en pie en medio del tembladeral de una crisis que no da respiro y donde la cultura suele quedar relegada, recortada o corrida de la agenda. Particularmente, luego de un 2018 donde una polémica de poco sustento a partir de una foto de la obra porteña Dios, de Lisandro Rodríguez que se viralizó, lo puso en peligro y agitó pañuelos celestes en defensa de la vida como si el teatro no fuese la vida misma, y por encima de todo uno de los pocos fenómenos vivos que le quedan a la humanidad.
Pero el presente no fue un festival más, independientemente del recorte presupuestario que implicó menos obras y funciones y algunos trabajos que lejos de ser estrenos ya tienen sus recorridos. De todos modos, la calidad del Festival de Teatro de Rafaela (FTR19) está intacta. Y al mismo tiempo volvió a poner en agenda, aunque quizás con otro nivel de sutileza, una serie de problemáticas que siempre atravesaron de manera transversal la programación del encuentro que arrancó en 2005 y que desde entonces marca un rumbo que aún no vislumbra un techo. Incluso nadie puede a esta altura poner en duda que hay una generación de rafaelinos y rafaelinas que creció al calor del festival y que aporta con su mirada a una sociedad marcada por otras sensibilidades.
Sucede que el de Rafaela fue y es un festival donde lo diferente tiene lugar, donde las obras que interesan, llegan, y donde las temáticas transitadas siempre empujan con los codos los bordes impuestos por cierto sector de la sociedad cuyas pequeñas costumbres burguesas, en el mejor de los casos de irreductible clase media (como pasa en todo el país) se sienten amenazadas por aquello que los pone en jaque porque inevitablemente se pone en jaque su Statu quo.
Es así como la pujante ciudad del oste santafesino con nombre de mujer, como tantas otras localidades de la zona, volvió a ser el epicentro de uno de los encuentros más potentes del país y de la región en su tipo, con una agenda donde las temáticas que en el presente debaten los diferentes colectivos de mujeres que agitan pañuelos verdes en medio de la cuarta ola del feminismo estuvieron presentes otra vez.
Entre un par de clásicos revisitados frente al empoderamiento femenino, un corpus de voces de mujeres dramaturgas y actrices que llenó de poesía los senderos de un bosque y un acto de apertura en el que Dios se hizo presente a partir del contundente discurso del gestor cultural y realizador teatral rafaelino Marcelo Allasino (primer director del FTR, secretario de Cultura de esa ciudad, actual director ejecutivo del INT y director del programa internacional Iberescena) también hubo lugar para otros momentos destacables.
Por el lado de los clásicos, fueron El río en mí de Francisco Lumerman, con los ecos de El Malentendido de Albert Camus, y Blanca con sus esbozos acerca de Un tranvía llamado deseo de Tennessee Williams, las obras que plantearon en escena cuestiones vinculadas al referido empoderamiento. A su tiempo, la experiencia audio-tour Jardín sonoro, de Aliana Álvarez Pacheco, Florencia Lavalle y Sol Sañudo vibró entre la sutileza y el extrañamiento, del mismo modo que los cuerpos femeninos se volvieron masculinos, no binarie y viceversa en algunos de los pasajes de Leonardo, trabajo práctico Nº 1 de Gerardo Hochman, espectáculo que ya tiene sus años y que hoy se ve bella, poética y políticamente resignificado, al tiempo que muestra el valor de la formación en las universidades públicas porque se trata de un proyecto de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam).
Pero la que entretuvo y provocó al rey también fue mujer. La obra Bufón, del prolífico creador cordobés Luciano Delprato, que tiene como protagonista a la talentosa Julieta Daga pasó por Rafaela a cinco años de su estreno con su discurso corrosivo y poderoso, cuando en la carpa de circo, en las plazas y en los barrios muchas otras mujeres clowns llevaron su mensaje de alegría y de género.
Y la lista sigue. Furufuhué, la leyenda del viento, por Grupo RompeViento acercó a tres amigas que hablan acerca de la leyenda de un pájaro cuyo cuerpo está cubierto de escamas de pez en vez de plumas. Y el talentoso creador porteño Juan Parodi se paró en otro de los puntos más altos del encuentro con tres funciones de Quiero decir te amo, de Mariano Tenconi Blanco, montaje surgido en San Martín de los Andes, acerca de la historia de amor de dos mujeres en los 50 donde resuenan desde Virginia Woolf a Boquitas pintadas de Manuel Puig, obra escrita y montada con tanto ingenio que se vuelve una historia de amor universal dado que trasciende los géneros, los tiempos y todos los debates del presente.
Y nada fue mucho, porque esta vez desde las mismísima Rafaela surgió uno de los montajes más poderosos, políticos y desafiantes de la programación. Se trató de Deserto, por el Grupo Danzarte, con dirección de Margarita Molfino y asistencia de Gabriela Guibert, una saludable y oportuna experiencia escénica con dramaturgia de William Prociuk acerca de las formas presentes del deseo, sin bordes ni rótulos, apelando a la música como estallido y escape, con algunas escenas corales que, como postales, quedarán entre los recuerdos más significativos de la presente edición.
A su vez, el cierre del domingo por la noche con el espectáculo musical-teatral Myrian Cardozo y Las Golondrinas del Monte, de Las Ramponi, volvió a poner en escena a otro colectivo de mujeres, en este caso bagualeras, que transitan un humor que va de lo blanco a lo kitsch.
Y una noche antes, Terrorismo emocional, propuesta uruguaya que tiene como protagonista a la joven Josefina Trías (su nombre brillará en lo más alto del teatro uruguayo de los próximos años) trajo al FTR el costado millennials a través de un desaforado texto con formato de diario íntimo y poema irrefrenable al que la actriz se enfrenta para hablar del amor, la pérdida, el dolor, la repetición, la intensidad de los vínculos, las cuitas del cuerpo femenino, los condicionamientos sociales y un presente efímero, en un espacio escenográfico que dialoga en todo momento con lo discusivo, con música en vivo y bajo la notable mirada del actor, dramaturgo y director Bruno Contenti.
Así, en medio de una lista de otros espectáculos que también tuvieron sus momentos para hablar de esas otras minorías, de lo que agrieta e incluso incomoda, como dijo Allasino en su discurso, “hay personas que invitan a seguir soñando con un mundo en el que seamos libres y nos respetemos en la diferencia”.
De hecho, el FTR, con un equipo de producción comandado en la actualidad por Gustavo Mondino que logró en estos años encontrar la dinámica y el equilibrio que requiere un encuentro de estas características y que en el espacio de las Mesas de Devoluciones de cada mañana tiene otro capital que lo vuelve a categorizar en su apertura al pensamiento y la reflexión, sigue latiendo, palpitando, gestando, produciendo, motorizando, cuestionando y abriendo cabezas.
A pesar de los vendavales, los molinetes de Rafaela siguen girando a buen ritmo y ya no hay dudas que la ciudad en movimiento y con nombre de mujer parió hace muchos años un festival que nadie podrá detener porque se volvió imparable.