La semana pasada se conocieron los últimos números del Indec que indicaron que la desocupación en Rosario superó el promedio nacional del 13,1% en el segundo trimestre del año. Hubo un dato que llamó la atención: si bien la desocupación se incrementó en todos los grupos de sexo y edad, para las mujeres de entre 14 y 29 años creció 4,6 puntos porcentuales.
El Ciudadano consultó sobre este dato a Virginia Brunengo, licenciada en Economía e integrante del equipo de investigación del Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz. «Para explicar estos números debemos tener en cuenta cuestiones tanto estructurales como coyunturales. Entre las primeras encontramos la feminización del desempleo. Es decir, las tasas de desempleo son históricamente peores para las mujeres porque existen factores sociales que dificultan el ingreso y mantenimiento de estas», introdujo.
En este sentido señaló el desigual reparto de las tareas domésticas, el mayor tiempo dedicado a la crianza de niñas y niños y la menor valoración de los trabajos típicamente femeninos -ámbitos como la educación, enfermería, peluquería, entre otros-.
A su vez, planteó que «la pandemia y las medidas sanitarias tomadas para contrarrestar sus efectos impactan más fuertemente sobre las trabajadoras ya que son quienes realizan tareas en condiciones más precarias y por lo tanto más inestables».
Brunengo puntualizó que ya que las mujeres dedican más tiempo que los varones a los trabajos domésticos esto hace que tengan menos energía y tiempo «para participar del trabajo formal en las mismas condiciones que los varones y es por eso que tienden a mantener relaciones laborales de tipo informal o ven obstaculizado acceder a puestos de mayor jerarquía y por lo tanto con mejor remuneración».
«Además, la brecha salarial hace también más difícil contar con ayuda para las tareas del hogar o el cuidado de los niños, lo que genera mayores tasas de inestabilidad en la permanencia de las mujeres tanto en el trabajo como en la formación profesional», planteó.
La economista rosarina hizo una aclaración: como consecuencia de la pandemia, el relevamiento de la Encuesta Permanente de Hogares pasó de una modalidad presencial a la modalidad telefónica. Entonces, para comparar los números de este año con los de años anteriores es pertinente tener este dato en cuenta ya que «es probable que este cambio tenga sesgos en las estimaciones».
Por otra parte, Brunengo destacó algunas medidas que se tomaron desde la gestión del Estado nacional para mitigar los efectos adversos propios de la crisis sanitaria y, por ende, económica del país. Mencionó la ampliación de los planes de Ahora 12, el congelamiento de alquileres y tarifas, el Ingreso Familiar de Emergencia -IFE-, la Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción -ATP-, la extensión de los subsidios por desempleo y la prohibición de despidos y suspensiones.
«La clave es romper el círculo vicioso que se genera cuando hay un parate en la actividad. Porque inevitablemente esto conlleva un aumento del desempleo, una nueva baja del consumo y de nuevo una caída de la actividad que golpea al empleo y la producción», sostuvo.
A su vez, consideró que si bien todavía no están disponibles las bases de datos para analizar en detalle los números de empleo y actividad, «si las medidas son exitosas es esperable que amortigüen el impacto que el aumento del desempleo está teniendo sobre el consumo y consecuentemente sobre la actividad económica».
Feminización de la pobreza
Los números de Ansés reflejan que el 55 por ciento de los beneficiarios del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) de entre 18 a 34 años fueron mujeres, puntualizó la economista. «Esta medida, si bien es positiva, visibiliza que el grupo más afectado por la crisis es el de las mujeres jóvenes. Y esto no impacta sólo en su presente. Perder el trabajo o mantenerlo en condiciones de informalidad durante los años de mayor productividad significa que a la hora de jubilarse la desigualdad se mantenga en detrimento de ellas. Es decir que las mujeres no sólo trabajamos en peores condiciones sino que dicha precariedad también nos condiciona a estar en situaciones de mayor vulnerabilidad durante la vejez».
Finalmente, Brunengo se detuvo en un dato más: el que indica que la desocupación aumentó en mujeres desde los 14 años. En Argentina se considera trabajo infantil a aquel realizado por personas menores de 16 años. «Acá nos encontramos con una situación similar a la que se da en el empleo femenino. Por la vulnerabilidad de este grupo, se trata de trabajadores en condiciones mayoritariamente informales y que en general no son las deseables para el correcto desarrollo de la niñez. Al tratarse de trabajos informales, están sujetos a una mayor inestabilidad y los cambios en la actividad económica impactan con mayor fuerza sobre estos».
Así sostuvo que «la informalidad es perjudicial no sólo porque se trata de empleos que no cuentan con la cobertura social básica sino porque también quedan fuera del radar de las ayudas sociales que el gobierno implementa desde lo financiero». Por ejemplo: préstamos bancarios a tasas bajas y facilidades de financiación con tarjetas de crédito. «Se evidencia otra problemática que tiene que ver con la exclusión financiera que también afecta en mayor proporción a los grupos de menores ingresos, y en particular a las mujeres», concluyó.