La historia respaldó también a Real Madrid, en las cuestiones intangibles que se traducen solamente en sentimientos, y de esta manera llegó a su octava final ganada de manera consecutiva. Curiosamente la última vez que cayó fue en 1981 contra Liverpool, al que también derrotó en 2018.
Liverpool se hizo dueño de la gestión de fútbol, con más intención que precisión, basado con el triángulo compuesto entre Mohamed Salah y Sadio Mané en la zona alta y Jordan Henderson en la parte media. A pesar de la tenencia se lo notó desconectado a la hora de presionar en la salida rival, sin bloques y con mucho arremetimiento individual.
Real Madrid mostró otra cosa: recuperación y salida rápida para explotar la velocidad del brasileño Vinícius Júnior en los potenciales espacios en el fondo inglés, con Alexander-Arnold, de proyección constante, como principal foco.
Las dos primeras llegaron para Liverpool, de la mano de su despliegue y criterio al momento de mover la pelota, aunque se encontró con un impasable Thibaut Courtois, que le calló el grito de gol en ambas veces a Salah.
La fortuna, como a lo largo de esta Liga de Campeones, acompañó a Real Madrid en los peores momentos y el palo derecho del arquero belga reforzó una tapada impresionante luego de un remate de Sané, que cortó con un control orientado de afuera hacia adentro para su pierna derecha.
El conjunto de Carlo Ancelotti hizo gala del oficio en instancias calientes y con su mediocampo plagado de experiencia le bajó el ritmo a Liverpool para sufrir menos en los minutos finales de una etapa inicial complicada. Las apariciones más frecuentes de Tony Kroos y Luka Modric llevaron al toque, siempre de primera, sin riesgo para pensar y elaborar desde la tranquilidad.
La sensación constante que dejó el primer tiempo fue que Liverpool dañaría siempre hasta el último metro pero que Real Madrid, atrasado y yendo de menor a mayor, se encontraría con una situación para abrir el marcador. Y así sucedió aunque con Karim Benzema adelantado y el VAR ratificó la decisión para dejar todo en cero.
Liverpool siempre supo a qué jugar, a pesar de las circunstancias y la pérdida de dominio en los últimos 20 minutos de la etapa previa. Es por eso que no sorprendió cuando reactivó su ritmo agobiante en el complemento y se lo llevó nuevamente por delante a Real Madrid, que se respaldó en las manos de Courtois y en los despejes de sus defensores.
Y ese sentir de todo el Stade de France en el primer tiempo tomó cuerpo cuando Vinícius le ganó la espalda a Arnold y empujó la pelota abajo del arco de Alisson, quien atestiguó cómo su compatriota aprovechó un remate defectuoso del uruguayo Federico Valverde para delirio de los 20 mil madridistas ubicados en esa cabecera.
El gol sucedió como una parte más de una historia que parecía escrita al igual que la levantada heroica ante París Saint Germain, Chelsea y Manchester City en las fases previas. El atractivo propio de Real Madrid pasó por observar el oficio y la ejecución de un plan de juego basado en explotar las pocas falencias rivales y también en la incidencia clara de la figura de la cancha: Courtois.
Liverpool nunca se limitó, exploró todos los sectores de su ataque y con la entrada del portugués Diogo Jota por el opacado Luis Díaz le agregó extensión al tridente. Hizo todo el desgaste en los noventa minutos pero falló siempre que tuvo la oportunidad.