Los cartoneros y cartoneras recuperan entre 7 y 11% de las 45 mil toneladas (tn) de basura que se generan diariamente en Argentina, aseguró el presidente de la «Cooperativa Recicladores Unidos de Avellaneda», Jonatan Castillo, quien es también referente de la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores (FACCyR) y del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE).
«Somos alrededor de 300 mil recuperadores en todo el país, cada vez más por la falta de trabajo y el hambre, de los cuales 22 mil estamos organizados. Si no estuviéramos habría montañas de basura por todos lados y diez veces más basurales; y los que existen serían diez veces más grandes. Gracias a todas estas manos que recuperaron el material no estamos pasando una crisis de basura mucho más grave», explicó Castillo.
Según la Guía para la implementación de la Gestión integral e inclusiva de residuos en Argentina, el 40% de la basura corresponde a la provincia de Buenos Aires (18 mil toneladas/día); seguida por la Ciudad de Buenos Aires (CABA) (7 mil tn/día); Córdoba (4.500 tn/día) y Santa Fe (4.300 tn/día).
«Los cartoneros y cartoneras recuperamos entre el 7 y el 11% a nivel nacional», aseguró y contó que hay más de 250 cooperativas de reciclaje en el país.
Recuperadores de la Cooperativa Recicladores Unidos de Avellaneda, conformada hace cinco años luego de una toma a la planta municipal de tratamiento de residuos, mostraron cómo lograron trabajar en reciclado con inclusión social de forma mancomunada con el municipio y vecinos en el «Eco Punto Avellaneda», una planta de reciclaje de referencia nacional e internacional.
«No hay otro Ecopunto como este en el país. Somos uno de los municipios con el mejor convenio firmado con inclusión social», contó Castillo (35) durante una recorrida por la planta de reciclaje ubicada en Dock Sud, en el marco del Día Mundial del Reciclaje que se celebra cada 17 de mayo.
En la cooperativa trabajan 170 personas, 60 dentro de la planta y el resto en rutas de calle, en las que recuperan el material puerta por puerta.
«En Avellaneda llegamos al 20% de los vecinos con separación en origen gracias a las promotoras ambientales», destacó Castillo.
Con ayuda de una «bobcat», un vehículo que tiene una pala al frente, enciman todos los materiales mezclados, y previamente pesados en la balanza, en montañas que luego son empujadas por partes hacia la tolva, un dispositivo similar a un embudo destinado a la canalización de esos residuos.
Entre los materiales, buscan recuperar cartón «de primera», que es el corrugado; cartón «de segunda», como caja de huevos y maples de colores, rollos de cartón de papel higiénico; papel afiche, revista, folletos, paquetes de yerba y cartones de colores sin plastificar.
También papel de diario, papel blanco, plásticos duros, plásticos film, botellas de bebidas transparentes (cristal) o de color; envases de polietileno de alta densidad de color translúcido, amarillo o blancas; vidrio; latas; y residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE).
Antes de que suban desde la tolva por la cinta elevadora hasta el trommel, máquina que deja materiales sueltos para su posterior clasificación, un grupo de recuperadores aparta rápidamente el vidrio, los RAEE y los plásticos grandes, que pueden trabar el proceso, y los acopian en contenedores diferenciados.
La actividad es incesante. La cinta clasificadora está elevada y hay que subir unos 10 escalones para poder ver cómo trabajan unas 20 personas apostadas de ambos lados que mantienen la mirada atenta a los materiales que avanzan. Lo único que se escucha es el sonido metálico de las latas y de los envases plásticos, música de fondo y el ruido de las máquinas en funcionamiento.
Con rapidez toman los materiales y los arrojan por tubos rectangulares dispuestos a sus costados, que pocos metros abajo caen a unos bolsones enganchados a los tubos. Una vez que se llenan, los bolsoneros los distribuyen a distintos sectores.
El cartón y el papel son prensados y enfardados por separado para la venta a la industria. Un fardo de cartón, que es un cubo rectangular de 430 kilos, que equivale a unos 18 bolsones.
En el recorrido se ven decenas de fardos de las conocidas «botellas de amor» –con pedazos de diferentes materiales dentro– acopiados en un rincón, ya que es necesario abrirlas una por una para sacar lo que sirve. «Es mucha pérdida de tiempo», explicó Ayala, que desaconsejó esta práctica.
El segundo paso importante del proceso de reciclaje en la planta transcurre en otro galpón de 1.000 metros cuadrados, donde también se clasifican y cortan distintos tipos de plástico de bazar, más grandes y duros.
La última etapa se realiza en otro galpón, donde hacen la molienda, lavado y procesamiento para su posterior venta colectiva.
«Cuando entramos acá comíamos de la basura del shopping o fiambrerías, hasta que el municipio entendió y empezó a bajar mercadería y a ver el laburo de inclusión social que queríamos. Al año empezamos a planificar para generar valor agregado y lo hicimos con el plástico, que es el futuro», explicó.
El primer valor agregado de plástico son las escamas, que se venden a la industria plastiquera para hacer palanganas, fuentones, broches y escobillas, y el segundo los pellets con los que se fabrican piezas, bolsas y también fuentones y palitas.
Dentro del sector de valorización del plástico hay una subdivisión para el reciclado de RAEE, donde hay placas wi fi, madre y gráficas, cpu, coolers, teclados, pilas, baterías, pantallas, luminarias y cables. También hay una jaula de residuos tóxicos como los cartuchos tóner, de tinta y baterías de litio.
«Si esto se entierra contamina un montón. Con un capacitor solo se contamina un metro cuadrado de tierra, porque tiene ácido y papel aluminio. Es indispensable reciclarlos, al igual que las pilas, los cartuchos tóner o las pantallas con hidrogel», advirtió el técnico electricista Damián Bazán (26), a cargo del reciclado de RAEE.
La organización de la cooperativa comenzó a finales de 2017 cuando se implementó a nivel nacional el programa de ‘Basura Cero’, recordó Castillo, quien contó que el predio había sido un relleno sanitario municipal y destacó la política de erradicación del basural del intendente Jorge Ferraresi.
Ahora trabajan con «mejores herramientas, mejores condiciones, mejor sueldo» que cuando comenzaron, afirmó.
«Me cambió la vida este trabajo, antes manejaba un carro a caballo y ahora manejo un camión», dijo Agustín Santana, quien hace cinco años integra la cooperativa, también como coordinador.
El logro se enmarca en una lucha colectiva que comenzó en la ciudad de Buenos Aires en 2001, cuando los recuperadores optaron por organizarse.
Por último, el referente remarcó que «es fundamental que se trate la Ley de envases en el Congreso», para que «nuestra casa común dure un tiempo más y garantizar recuperar el material en la Argentina».