Hay ejemplos de lucha y los trabajadores de la firma láctea La Cabaña son uno más de quienes se hicieron cargo luego de la crisis económica que arrasara con más de una pequeña y mediana empresa en Rosario. Hoy, los 37 socios que están al frente del comercio celebran sus primeros cinco años como cooperativa. “Paradójicamente, no es para tirar manteca al techo, pero nos hemos puesto de pie: vivimos de nuestro trabajo y ese es nuestro orgullo”, dijo el síndico Eduardo Ianni, quien asegura que debieron sortear varias etapas, entre ellas “cambiar nuestra mentalidad, hacernos fuertes en los momentos difíciles porque hubo que comenzar de cero”. Empresa típicamente familiar, fundada en 1947, La Cabaña produce manteca y crema de leche para panaderías, confiterías y uso familiar. Sus anteriores dueños se presentaron en convocatoria de acreedores en 2001 y en junio de 2006 se decretó la quiebra. Los obreros no querían perder sus fuentes de trabajo y recurrieron a la Justicia. Por acuerdo con la jueza, en forma consensuada con los anteriores dueños, los operarios se hicieron cargo de la fábrica y formaron la cooperativa. Eran 54 empleados y fueron 43 los que continuaron trabajando bajo la nueva modalidad; las maquinarias fueron adquiridas por ellos mismos con el dinero de la indemnización.
—Sobran ejemplos de empresas que terminaron mal; ¿cómo fueron advirtiendo lo que se venía en aquellos años?
—Cuando vivían los viejos dueños se manejaban de otra manera, cuando llegaron las nuevas generaciones, los hijos de estos dueños, se hicieron cargo y no tuvieron el mismo emprendimiento porque recibieron todo hecho. El amor con que trabajaban aquellos padres no les interesaba a estos hijos, que sólo pensaban en el bolsillo. Comenzaron a hacer cosas que no tenían que hacer, no se invertía. Hasta que en 2001, en plena crisis, se presentan en convocatoria de acreedores y, dentro de la convocatoria, la jueza que tenía la causa autorizó la venta del inmueble de calle Balcarce para que con esa plata pagaran un crédito que habían sacado de un banco y el resto fuese destinado a comprar unos terrenos en la localidad de General Lagos. Ellos vendieron, cobraron, pagaron algunas cosas y no pusieron un solo ladrillo en aquel terreno. Y las cosas comenzaron a ir mal, cada vez menos producción, y comenzamos a ver que venía manteca de otro lado con el nombre de las marcas nuestras, cosa que obviamente nos llamó la atención. Junto al gremio que nos agrupa, Atilra, iniciamos una investigación y saltaban las irregularidades que se estaban cometiendo.
—¿La experiencia de empresas recuperadas como Mil Hojas fue un ejemplo para ustedes?
—Totalmente. Se sumó José Abelli, impulsor de las empresas recuperadas, que nos dio una mano bárbara junto al sindicato, con los que estamos eternamente agradecidos. Se obligó a los anteriores dueños a que presentaran su propia quiebra, porque se estaba armando una quiebra fraudulenta a la cual no interpusimos y no pudieron concretarla. Se presentaron en quiebra, nosotros ya estábamos constituidos en cooperativa; nos adelantamos porque si se cerraba reabrirla iba a ser muy complicado. Durante un mes hubo una especie de gobierno bipartito, con control nuestro. No salía un papel sin nuestro control. Sabíamos que era la única manera de salvaguardar nuestra fuente laboral.
— ¿Cómo resultó el cambio en esos primeros días?
— Hemos mejorado muchísimo; al principio fue muy duro porque no cobrábamos sueldo, había que ponerse en marcha y no todo el mundo confiaba en nosotros, algunos proveedores nos dieron su apoyo, no tocábamos la plata para poner todo en la materia prima. Hicimos bien las tareas porque hoy tenemos más de 35 proveedores. No sólo vendemos en Rosario sino que nos fuimos expandiendo en Santa Fe, Córdoba, Mendoza, San Juan, La Rioja, Catamarca, llegamos a Bahía Blanca, la verdad es un orgullo. Cuando nos largamos a esta aventura, porque no sabíamos lo que iba a pasar, hubo nueve compañeros que no quisieron seguir y quedamos 44 y siete personas se fueron por distintos motivos después. La jueza nos autorizó a seguir funcionando como cooperativa en este lugar mientras nos prestaban las marcas, las máquinas, las instalaciones. Ahí comenzamos la segunda etapa de esta lucha que fue la parte legal que terminó en el 2008. Ese año adquirimos todas las marcas: La Cabaña de Rosario, Inty, Lejanía, Rosaura, Alelí y Cándida. A través de créditos laborales pudimos comprar las marcas, las maquinarias y cuatro hectáreas del predio de General Lagos, lo único que no es nuestro es el local: cuando fue la convocatoria la compró Mauricio Comanducci de la empresa Monte Helados y logramos que nos lo alquilara. Nos va bien a pesar de todos los problemas que tenemos. Nosotros nos hicimos patrones de la noche a la mañana, tuvimos que hacer cosas que no conocíamos, nos equivocamos varias veces. Y tuvimos que cambiar la mentalidad, que es algo difícil de cambiar.
—La próxima etapa es salir del centro de Rosario y mudarse a General Lagos…
—A la brevedad nos iremos porque no podemos estar en pleno centro. Nosotros compramos cuatro hectáreas a la quiebra de las 12 en General Lagos con recursos genuinos, y ahí comenzamos a construir la nueva planta. Hay dos galpones terminados y ya estamos haciendo las instalaciones eléctricas: creemos que marzo del próximo año ya estaremos allí. Estará preparada con todas las comodidades; este edificio ya quedó obsoleto. Hemos recibido algunos subsidios y logramos un crédito del Banco Nación de 700 mil pesos que pusimos todo en la nueva fábrica. Cuando estemos funcionando allí la cosa va a ser distinta, garantizando la calidad con las normas ISO y pensar en el desarrollo de nuevos productos y exportar. El dulce de leche lo queremos hacer nosotros, porque ahora lo tenemos tercerizado por falta de lugar.
— ¿Cómo es la producción de crema y manteca, cuál es la materia prima?
—Lo que utilizamos es lo que queda del descreme que se realiza cuando se hace leche en polvo descremada o leche larga vida descremada, esa grasa que se le saca es nuestra materia prima. Hay un período de pastura en la cuenca lechera escaso, hay períodos de poco engorde o mucho engorde, hay momentos que hay mucha crema. En 2009 que hubo un sequía tremenda no había leche suficiente y casi cerramos, la pasamos mal. Aprendimos y en los momentos que hay mucha producción de crema la guardamos, para la época de vacas flacas. Esta semana, por ejemplo, salieron para Bahía Blanca 15 toneladas de manteca. Todo depende de los pedidos, y si hay que trabajar 12 horas, se trabaja, cuando hay necesidad hay que quedarse, y cuando no hace falta establecemos las ocho horas razonables. La producción va de acuerdo a la necesidad. Por ejemplo, ahora tenemos 100 mil toneladas de manteca guardada en cámaras para stockear, es nuestro pulmón.
— ¿Cómo se compite con monstruos como La Serenísima o Sancor?
—No es fácil, tratamos que nuestros precios sean más baratos en góndola, manteniendo la calidad, porque es una manera de vender. Pero La Serenísima tiene la estructura del Estado ayudándolos: ellos deberían vender el pan de manteca a 7 pesos y lo venden a 6 porque el gobierno les subvenciona un peso. Y nosotros salimos a seis pesos y, a igualdad de precios, la gente muchas veces se lleva la otra por la marca. Pero la mentalidad está cambiando, la gente sabe que ellos son una multinacional y que están subvencionados por el Estado, lo mismo con Sancor y otras empresas.
— ¿Cuál es la relación con las otras empresas recuperadas?
—Con todas las cooperativas tenemos muy buena relación y cada quince días nos reunimos para cambiar ideas y ver de qué manera se pude seguir progresando. Con los muchachos de La Parrilla del Centro, Herramientas Unión, el Lavadero Virasoro, Zanello, Jabonera La Perdiz que fabrican velas en Cañada Rosquín, una cristalería de Cañada de Gómez; con Mil Hojas –que son pioneros– por ejemplo, hemos trabajado juntos exhibiendo nuestros productos en los supermercados La Gallega, donde juntábamos en un combo una caja de ravioles de ellos y una crema La Cabaña o discos para panqueques y nosotros el dulce de leche y nos rindió muy bien. Es una manera de promocionar.